Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Tienes secretos?

– ¡Pues claro! ¿Un hombre de mi edad sin secretos? ¡Imposible…, al menos en estos tiempos! He hecho el tonto como cualquier otro. Mi tío (bendita su reticencia), nunca tuvo valor para darme consejo alguno, así que fui dando tumbos, siempre demasiado viejo para mi edad, adelantado para mis años. Y pese a ello, todavía no comprendo la naturaleza del amor. -Se volvió para mirarla-. No creas, no soy ningún inocente. Soy precoz en todo. Una mujer me inició cuando tenía trece años… ¡Bueno, más bien me dejé iniciar!

– No me lo cuentes -intervino con rapidez.

– Quiero contártelo -insistió-. Yo estaba en el colegio, enseñanza secundaria… y uno de los profesores tenía una esposa ardiente. El era más bien frío y ella una pelirroja, con todo el temperamento propio. Ella…, bueno, supongo que fue una violación, sólo que yo andaba enamoriscado y era grande para mi edad… y una vez empezado no supo detenerme. Hay un momento en que, si un hombre llega hasta él, sencillamente no se puede parar, y físicamente yo era un hombre. Y fue en casa de ella, una tarde lluviosa. Yo había acudido a preguntar algo sobre física a mi profesor. Trabajaba en un estudio bastante adelantado y era uno de sus favoritos. Ahora me consta que tenía cierta tendencia homosexual, lo que explica el comportamiento de ella, supongo. Pero una vez que la mujer me inició en la carne, por así decirlo, me obsesioné simplemente y para decirlo con crudeza. No pensaba sino en el sexo. ¿Te escandalizo?

– No -repuso en voz baja-, pero lo siento muchísimo por aquel chiquillo.

No contestó a aquello, sino que siguió con su relato casi con frialdad, le parecía a ella.

– Nada importaba el número de experiencias que tuviera ni con quién. Todas terminaban de igual forma…, con una especie de asco por la mujer y por mí mismo. No conseguía entender por qué. Ella (fuera la que fuera) siempre me resultaba irresistiblemente atractiva hasta acostarme con ella… no en seguida, pero sí de forma inevitable, y luego todo terminaba. Dejaba de verla. Supongo que inconscientemente, sabia que allí no existía una relación auténtica…, sólo una ciega exigencia del cuerpo, carente de significado por lo que se refería a comunicación, igual que comer cuando se está hambriento. Pero poco a poco superé aquel estadio de insensatez. Simplemente, me detuve. Vi que estaba destruyendo algo dentro de mí. Estaba destruyendo la capacidad de comunicarme con otro nivel que no fuera el sexual. En cuanto una chica o una mujer me gustaba, y podía sucederme instantáneamente, me ponía a pensar en ella en términos físicos. Y lo que más me confunde es que pienso en ti de igual forma y, sin embargo, es enteramente distinto…, contigo es en todos los niveles al mismo tiempo.

Ella no habló, nada podía decir, confusa como estaba por sus propios sentimientos, mezcla de alivio y herida. Pasó un momento y observó que lo que prevalecía era la tonta herida. Si, se sentía herida, en su vanidad de mujer, se dijo con dureza, y por ello siguió en silencio. Por nada del mundo se revelaría a él.

– En vez de ello -decía Jared-, en tu presencia me siento consciente de una maravillosa libertad personal para pensar mis propios pensamientos, planificar mi trabajo, considerar el futuro…, en resumen, para vivir, y aún con mayor libertad que cuando estoy solo, porque tú aumentas mi libertad con sólo ser como eres, en vez de exigir, de limitar la libertad como otras mujeres. Supongo que estoy perdidamente enamorado de ti, pero no como lo he estado antes. Por eso decía que no comprendo la naturaleza del amor. Sólo sé que te amo… de una forma totalmente nueva para mí. Y no creo que amaré nunca a ninguna otra. -Se volvió de súbito y poniéndole las manos en los hombros, mirándole a los ojos, preguntó-: ¿Qué dices a todo esto?

Edith movió la cabeza. ¿Qué podía decir? Algo banal, quizá. Soy lo bastante vieja para ser tu madre, sabes. No, no podía. Su propio corazón le negaba las palabras. No se sentía como una madre con respecto a él. No tenía ni el menor deseo de hacer de madre con él y no taparía la verdad con una mentira, la verdad de que le amaba apasionadamente.

– ¿Y bien?

– Tampoco yo entiendo nuestra relación -admitió al fin.

Jared apartó la vista, pero no se separó de ella, sino que rodeándole los hombros con su brazo, permanecieron juntos, al lado uno del otro, mirando al mar hasta que ella no pudo resistir más la presión del cuerpo masculino junto al suyo y se apartó.

– Sigamos, ¿te parece?

– ¿A dónde quieres ir?

– A cualquier sitio.

– …Y por eso -decía Jared-, quiero inventar un instrumento que un cirujano plástico pueda utilizar para crear dos dedos a partir de un brazo para sustituir la mano perdida. Sé cómo hacerlo, me parece, y con preparación el amputado podrá hasta sentir en esos dedos. Siempre ha sido ése mi propósito, restaurar el sentido del tacto. Pero sigue siendo el cerebro lo que más me interesa. Nadie comprende en realidad la estructura del cerebro humano. Allí es donde se aloja la fuente de todo sentimiento…, sensación, emoción y pensamiento, por supuesto. Estoy estudiando la biología del cerebro, haciendo una auténtica disección de un cerebro en mi laboratorio para poder así idear los instrumentos… ¡Ah, hay tanto por hacer!

»Por ejemplo, el estetoscopio corriente necesita una mejora radical. Quiero estudiarlo profundamente. Pese a su aceptación y uso general, tengo idea de que necesita una reevaluación total, aunque constantemente están apareciendo nuevos modelos. Hace años que no se ha efectuado un estudio básico acústico del mismo. Y algo tiene que ir mal, algo tiene que faltar, de lo contrario no sería tan evidente la necesidad de mejorarlo.

»Por ejemplo, debería existir una vía de sonido directa del pecho del paciente al oído del que escucha, y así excluir todo sonido ambiental. Las tres diferentes ondas…, pero, ¿por qué te aburro con todo esto? ¿Ves lo que te decía? Cuando estoy contigo mi mente sigue su curso, sólo que con una energía creadora mayor de lo normal, como si tu presencia me prestara un ambiente de ondas conductoras. ¿Por qué no? Existen pruebas fisiológicas de que se da tal clase de cosas. Apenas si sabemos nada del efecto eléctrico de una personalidad en otra.

Ella escuchaba el monólogo y durante la pausa replicó con comprensión literal:

– Totalmente posible, desde luego… y probable. Y me encanta la forma en que tu mente salta de aquí para allá, por todas las cosas, como un animal inquisitivo totalmente separado de ti. Llegará un momento, como es lógico, en que tendrás que ejercer las dos disciplinas del artista y del científico, cosas ambas que tú eres, y entonces tendrás que elegir dónde concentrar tu dirección. (Y como él sacudía la cabeza, añadió): Oh, sí, eres un artista… ¡Ya me he fijado en cómo dibujas en papelitos mientras piensas en alguno de tus inventos!

Y era cierto. En el cuarto de la casa de Vermont había encontrado trozos de papel en el escritorio, donde él había esbozado animales, caras (una de ellas la suya) e intrincados dibujos geométricos. En el cuarto de huéspedes de la enorme mansión de Filadelfia había descubierto otros dibujos y los había guardado todos con sumo cuidado.

– Y no es que desdeñe los inventos -continuó-, pero los inventos nunca son permanentes. Siempre hay alguno a quien se le ocurre mejorarlos y el invento en el que un hombre se ha pasado quizá la vida entera queda obsoleto. Pero el arte es eterno, sin edad, completo en sí mismo.

– ¡Dios, con qué exactitud lo has expresado! -exclamó admirado Jared-. Es totalmente cierto y no lo olvidaré. Pero ¿sabes qué has hecho? De pronto, aquello que yo pensaba sería la labor de mi vida lo has convertido en un pasatiempo. Tendré que volver a pensarlo todo.

Su atractivo rostro se cerró en serias arrugas, la boca se apretó con firmeza y se puso a musitar para sí sonidos ininteligibles. Edith se dio cuenta de que se había olvidado de ella y se alegró.

25
{"b":"101348","o":1}