Himiko cambió las sábanas y ambos se acostaron nuevamente. Ahora respiraban regularmente. Ella tenía una mirada serena, aunque su silencio desconcertaba a Bird. Por su parte, él experimentaba una paz muy saludable, sin indagaciones psicológicas. Sin embargo, sabía que esa paz no durarla mucho, acorralado como estaba en el ojo de un huracán que giraba a su alrededor. De pronto comprendió que un obstáculo había desaparecido.
– ¿Lo intentamos de la forma normal? -dijo Bird-. Me parece que he superado el miedo.
– Bird, Bird… ¿Por qué no tomas un somnífero? Dormiremos hasta la noche. Si cuando despiertes todavía te sientes con ganas…
Bird estuvo de acuerdo. Aunque rechazó lo de la píldora para dormir, innecesaria en su actual estado.
– Eres mi consuelo -dijo con sencillez.
– Ésa es mi intención. Seguro que no te has sentido bien ni un momento desde que empezó todo esto. Y eso es malo, Bird. En una encrucijada tan terrible, necesitas de alguien que te consuele. De lo contrario, acabarás como una piltrafa y no tendrás coraje para escapar del caos.
– ¿Coraje? -preguntó Bird sin detenerse a pensar lo que decía Himiko-. ¿Cuándo necesitaré mi coraje?
– Ya lo verás, Bird. Miles de veces a partir de ahora -dijo ella con tono despreocupado, aunque su voz denotaba sabiduría.
Bird empezó a considerar que Himiko era un guerrero experto en las batallas cotidianas, con una experiencia muy superior a la suya. No se trataba sólo de experiencia sexual, sino de experiencia en numerosísimos aspectos de la vida real de cada día. Gracias a su ayuda acababa de superar uno de sus miedos más arraigados. ¿Alguna vez había hablado tan espontáneamente con una mujer después del coito? Le parecía que no. Incluso con su mujer, tras la relación sexual, Bird sólo experimentaba autocompasión y repugnancia. Se lo dijo a Himiko, sin mencionar a su esposa.
– ¿Autocompasión? ¿Repugnancia? Bird, todavía no has alcanzado la madurez sexual. Y probablemente las mujeres con las que has dormido también sintieron lo mismo. Seguro que nunca has quedado completamente satisfecho, ¿no es así, Bird?
Bird sintió envidia y celos. Estaba seguro de que el joven y el hombre de cabeza de huevo que se presentaron en casa de Himiko en plena noche también habían tenido con ella relaciones completamente satisfactorias. Como Bird se mantenía en silencio, Himiko agregó:
– No hay nada más arrogante que hacer el amor con alguien y luego sentir lástima de uno mismo. Es una mierda. Bird, hasta el asco es mejor que eso.
– Tienes razón. Pero quienes sienten eso generalmente no cuentan con la ayuda de una experta como tú, y ya han perdido la esperanza.
Bird tuvo la sensación de estar tumbado en el diván de un psicoanalista. Tras acabar la conversación, fue quedándose dormido al tiempo que se preguntaba cómo era posible que el esposo de esta mujer de oro acabara suicidándose. En su cabeza surgió una idea: ¿acaso Himiko compensaba a su marido muerto mediante relaciones con personas como el joven y el hombre de la cabeza de huevo e, incluso, el propio Bird? El marido se había ahorcado en esta misma habitación, saltando de esta cama, tan desnudo como lo estaba Bird ahora. Aquel día Himiko le había telefoneado y le había pedido que viniese. Fue Bird quien liberó el cuello del ahorcado y quien ayudó a bajarlo al suelo, como un carnicero en una cámara frigorífica descuelga media res de un gancho congelado. Casi dormido ya, Bird se vio a sí mismo y al joven ahorcado como siendo una sola persona. Con la parte de sí mismo que permanecía en la vigilia, sintió que Himiko lo frotaba suavemente para secarle el sudor, mientras que con la parte que se adentraba en el sueño sintió que las manos de Himiko purificaban el cuerpo de su marido muerto. El marido muerto soy yo, pensó Bird, y el verano que se avecina será fácil de soportar porque el cadáver de un marido muerto está tan helado como un árbol en invierno. Temblando, Bird susurró: «¡Pero yo no me suicidaré!», y se sumergió en las profundidades del sueño.
El sueño que tuvo fue áspero y angustioso. Para Bird, dormir era como meterse en un embudo por la boca amplia y luego intentar salir por el cuello estrecho. Hinchado como un pequeño zeppelin, su cuerpo atraviesa lentamente el espacio infinito. Ha sido citado por el tribunal que se encuentra más allá de la oscuridad, y él busca algún modo de ocultar su culpabilidad en la muerte del bebé. En el fondo, sabe que no conseguirá embaucar al jurado, aunque al mismo tiempo presiente que le agradaría apelar a una instancia superior para que el veredicto de primera instancia sea revisado… ¡Los del hospital lo hicieron! ¿No puedo hacer nada para librarme del castigo? Pero sus sufrimientos se vuelven cada vez más insignificantes, mientras continúa flotando como un zeppelin diminuto.
Bird despertó. Tenía los músculos agarrotados y doloridos, como si hubiera dormido en la madriguera de una criatura de cuerpo totalmente diferente del suyo. Sentía el cuerpo como envuelto en varias capas de escayola.
– ¡Qué diablos hago aquí en un momento crucial como éste! -susurró, pensando en su bebé y en la conversación sostenida con el médico en la sala de cuidados intensivos. Se avergonzó.
Estaba desnudo como un bebé, indefenso, y para peor alguien igualmente desnudo se acurrucaba a su lado. ¿Sería su esposa? ¿Acaso estaba durmiendo desnudo con su esposa, sin haberle contado aún lo del bebé monstruo? ¡No! ¡No era posible! Temeroso, alargó una mano y tocó la cabeza de la mujer desnuda. Con la otra mano tocó un hombro y la deslizó hacia abajo (el cuerpo era grande, lleno, y tenía una suavidad animal; no, no era el cuerpo de su esposa). Ella entrelazó su cuerpo con el de Bird. Entonces se hizo la luz y lo recordó todo. Himiko. Y renació el deseo, ahora libre de los estigmas de la feminidad. Abrazó a la chica como el oso abraza a su enemigo. El cuerpo de Himiko, todavía dormida, era grande y pesado. Poco a poco, Bird la estrechó más y más mientras le miraba la cara, que surgía de la oscuridad con una blancura que la rejuvenecía dolorosamente. De pronto Himiko despertó, le sonrió y le besó apenas. Sin cambiar la posición de los cuerpos, empezaron a hacer el amor suavemente.
– Bird, no te corras hasta que yo lo consiga.
Himiko seguía teniendo voz de dormida. Debía de estar preparada contra el riesgo de embarazo, pues estaba dando los pasos irreversibles hacia su propio placer.
– No te preocupes -respondió Bird, poniéndose tenso como un navegante al que acaban de informarle que se aproxima una tempestad.
Se comportó con suma cautela. Tenía la esperanza de poder enmendar su lamentable actuación en el depósito de madera.
– ¡Bird!
Himiko gritó lastimeramente. Como un soldado que acompaña a su camarada de armas a un duelo, Bird se convirtió en espectador pasivo, autocontrolándose estoicamente mientras Himiko obtenía del coito ese algo auténtico que le pertenecía por completo. Tras el momento culminante, el cuerpo de Himiko tembló durante un rato. Después se convirtió en algo delicado, indefenso, suave y femenino. Por último, suspiró como un animalito con el estómago lleno y se durmió. Bird se sintió como la gallina que observa a un polluelo. Permaneció absolutamente inmóvil, oliendo el saludable sudor que despedía la cabeza de Himiko bajo su pecho, aguantando su propio peso sobre los codos para no aplastar a la muchacha. Todavía sentía un exaltado deseo, pero no quiso interrumpir el sueño de Himiko. Había conseguido desterrar la maldición de lo femenino; tenía debajo de él a una Himiko más femenina que nunca y la aceptaba por completo.
Cuando al poco rato intentó bajarse de encima de la muchacha, sintió algo en el pene, algo como una mano cálida y delicada que lo sujetaba: era Himiko, que lo retenía mientras dormía. Bird sintió una apacible y completa satisfacción. Sonrió, feliz, y también se durmió.
Una vez más, el sueño fue como un embudo. Ingresó con una sonrisa pero en el camino de regreso tuvo problemas. Un sueño sofocante, claustrofóbico. Huyó de él llorando. Y cuando finalmente abrió los ojos, Himiko estaba mirando sus lágrimas con ansiedad.