– ¿Lo de la serpiente es una insinuación fálica?
Cabalgó su pubis sobre el pene erecto hasta decidirse a ser penetrada y se movió la mujer hasta el agotamiento, para caer rendidas sus humedades sobre las del hombre que la acogió como si se le desplomara encima una patria. Lázaro le acariciaba los cabellos, sobre la aprehensión de descubrir que tenía las raíces canosas, mal teñidas. Habló a la oreja de la mujer, quedamente:
– He tenido un día horrible. Vienen a por mí.
– He leído cosas.
– Voy a morir matando.
– ¿Qué hablas de morir?
El rostro de ella estaba sobre el suyo, emergiendo de los cabellos desordenados, con el rímel corrido y los labios maltratados por los besos y los mordiscos.
– ¿Mantienes lo que me pediste en Bruselas?
Tardó demasiado tiempo en contestar, el suficiente para que ella desmontara y se dejara caer a su lado.
– Retiro la pregunta.
– Claro que lo mantengo.
Pero tampoco el tono de voz era el que hubiera deseado y cuando se predisponía a ser más convincente le llegó una voz insidiosa desde la entrada.
– ¿Don Lázaro? -Tras la voz unos pasos y otra pregunta-. ¿Molesto?
Conesal cogió precipitadamente un pijama de debajo de la almohada y se lo puso a la patacoja mientras clamaba:
– ¡Un momento!
Lo tuvo justo para calzarse los zapatos y llegar a la puerta separadora del dormitorio del living justo para detener el avance de Mudarra Daoiz. El académico estiró el cuello para tratar de distinguir mejor la silueta de la mujer a contraluz que trataba de protegerse con el cubrecama.
– Teníamos una conversación pendiente, don Lázaro.
– Pero hombre, precisamente ahora…
– He tenido una idea que creo brillante y que puede solucionar el problema que sin duda le aturde. Todo premio tiene un imaginario. Decimos Goncourt, Planeta, Nadal y nos imaginamos una serie de componentes que connotan el premio. De la primera concesión del premio Venice depende el imaginario futuro. ¿Qué espera la gente?
– Lo ignoro.
– Un show. Un triunfador show. Un escritor consagrado al que usted habrá comprado por cien millones de pesetas. Yo creo que mi candidatura es justamente lo contrario. ¿Qué soy yo? La Academia. El representante del templo de la literatura. Un científico de las palabras, de la historia de las palabras. Premiarme significa ligar para siempre el imaginario del premio a La Literatura, con mayúsculas.
– La suerte está echada, señor Daoiz.
– ¿Ya hay ganador?
– No es usted aunque reconozco los méritos de su novela.
Respiró profundamente el académico y se llevó una mano al corazón.
– ¿Es usted cardiópata?
– No puedo asegurarlo, pero últimamente esta vieja máquina no marcha acorde con mis deseos.
– Hoy día el corazón es sólo un problema de fontanería. Yo tomo una aspirina infantil todos los días porque es un excelente vasodilatador que no causa molestias estomacales.
– Todo el mundo toma aspirinas últimamente. ¿Ha de ser infantil, precisamente?
– Son las más inocentes.
– Tendré en cuenta su consejo.
Despidió al académico hasta la puerta, pero no consiguió que se fuera inmediatamente.
– A propósito, está muy adelantado, don Lázaro, el proyecto de nombrarle Doctor Honoris Causa en la universidad en la que ejerzo. El rector contempla con entusiasmo tal posibilidad.
– Dígale que sabré corresponderle y atenderé con suma urgencia su petición de un Laboratorio Mediático.
– Don Lázaro. Los medios de comunicación se han convertido en la única realidad posible y todos vivimos dependientes de sus sombras, como los personajes del Mito de la caverna de Platón.
– Un referente muy oportuno.
Al asomarse al pasillo para verificar la marcha de Daoiz, creyó ver una falda acampanada de mujer que se retiraba buscando la ocultación. Quedó en el umbral esperando que se confirmara su visión y en cuanto el académico fue carne de ascensor, Beba Leclerq brotó de entre las sombras iluminada por sus joyas y su espléndida rubiez. Correteó sobre sus altos tacones para impedir que el hombre le cerrara la puerta, pero Conesal la dejó abierta y se contentó con meterse en el living para comprobar que estaba cerrada la comunicación con el dormitorio donde presumía la progresiva irritación acosada de Laura.
– Te he perseguido días y días. Eres un inconsciente. Mira.
Le tendía un papel redoblado que Conesal rechazó, pero que ella leyó en voz alta:
– Alguien lo sabe todo. Conoce incluso nuestro encuentro en el hotel Tres Reyes de Basilea.
– Podías habérmelo comunicado por teléfono.
– Me has dicho mil veces que tienes los teléfonos pinchados. Has de hacer algo.
Conesal aceptó el papel, lo desdobló y tras leer el contenido se lo devolvió a Beba.
– Es prematuro. Debe enseñar mejor las cartas. Además, intuyo quién puede ser.
– ¿Quién?
– Mi mujer. Está menopáusica y me reprocha todo lo que le pasa, incluso la menopausia. Y si no es ella, cualquiera de la competencia profesional o política. Madrid es una ciudad infestada de informadores y yo tengo una instalación detectora de posibles escuchas que me hayan instalado. Aquí ni siquiera tolero que me observen desde mi propio circuito cerrado de televisión. No hagas caso del anónimo. Parece de película española de los años cincuenta.
– Si es de tu mujer más bien sería una película de los noventa. Pero imagina que Sito se entera.
– Sito está enterado. Ha venido a pedirme que me arrepienta.
Beba tenía que caerse en alguna parte y depositó todas sus esperanzas en el sofá del tresillo, pero Conesal le cerró el paso.
– Beba. He de vestirme y bajar a comunicar el nombre del ganador. Aplacemos esta conversación hasta mañana o hasta nunca. Tu Sito ya lo sabe, ¿qué puedes temer?
– ¿Y mis hijas? ¿Cómo voy a mirar a la cara de mis hijas?
Mientras tanto ocultó su propia cara entre las manos y así salió seguida del silencio de Conesal que parecía impulsar su huida. Regresó el hombre al dormitorio donde Laura ya estaba vestida.
– ¿Te vas?
Ella lloraba y siguió llorando mientras ganaba la salida.
– ¿Qué te pasa?
– El hotel Tres Reyes de Basilea. Por lo visto te encanta el hotel. A mí también me citaste allí.
– Laura.
Conesal la retuvo y ella se dejó abrazar.
– Nos hemos acercado y alejado a lo largo de más de treinta años. ¿Vas a tener celos? ¿Tengo yo derecho a tenerlos?
Ella asintió en silencio y se marchaba a pesar de que Conesal le retenía una mano.
– ¿No querías pedirme algo para tu marido?
Ofendida y humillada, la mirada y la boca de Laura.
– ¿Por quién me tomas y por quién le tomas? Realmente eres la serpiente que se muerde la cola.
¿Hubiera querido retenerla? ¿Quién no teme perder lo que ya no ama? ¿Dónde lo había leído y convertido en su vacuna sentimental? Ya a solas consultó el reloj y se lanzó urgencias a sí mismo.
– Pero ¿a qué estás esperando?
Dudaba sobre el paso inmediato a dar, se sentía sucio dentro del pijama humedecido en la bragueta y maquinalmente cogió el informe sobre el grupo Helios como si fuera a premiarlo y al darse cuenta de su acto equívoco, regresó al living en pos de la caja fuerte. Alguien llamaba a la puerta y al abrirse allí estaba Ariel Remesal lleno de ojos.
– ¿Vas a dejar el premio desierto? ¿Es ése el ganador?
Le señalaba el informe que aún llevaba en la mano mientras se colaba en la habitación.
– ¿Dónde están los originales? ¿Y el jurado? ¿Has leído mi novela?
– Lo suficiente.
– Preferible que la publicaras tú, ¿no? Así la gente no podría especular sobre los personajes. Nadie iba a tirar piedras sobre su propio tejado y mucho menos tú.
– Desde luego.
– ¿Y lo dices así? No te afecta la historia.
– Ariel, por favor, vete.
– Regueiro me ha dicho que me esperabas.
– Te ha mentido.