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Pero, vistas las cosas de otro lado, la vida no es nunca un automatismo, aunque sin mecanismos automáticos no sería posible. Quiero decir que la acción no se desencadena nunca sin más, de un modo obvio y, repito, automático, sino que supone una esencial detención previa, que quita al hacer humano el carácter reactivo y la convierte en hacer originario -brotado de mí mismo- en vista de las cosas. No puedo vivir sin saber a qué atenerme, porque vivir es justamente eso: hacer esto y no lo otro, dadas las circunstancias y en vista de lo que pretendo; pero para saber a qué atenerme tengo que hacer algo, hacerme cargo de mi situación, aprehender lo real en su conexión efectiva, aquella en que lo encuentro al vivir. Y eso es exactamente razonar, pensar. Si por una parte la vida es la razón, su forma concreta, como antes decía, por otra parte la vida sólo es posible mediante la razón.

Veíamos antes que la realidad radical, mi vida, no es posible sin aprehensión de sí misma, sin proyección de su figura, por consiguiente sin esa mínima "teoría intrínseca" -si se me permite la expresión- que es "la vida". Ahora encontramos que el vivir requiere la puesta en marcha de la razón, y que la función de ésta -aprehender la realidad en su conexión efectiva y concreta- sólo se ejecuta viviendo. A esta co-implicación o complicación necesaria de razón y vida es a lo que llama Ortega desde hace cuarenta años razón vital, en su doble vertiente: la razón sin la cual no es posible la vida; la razón que es la vida en su función de aprehender la realidad. Si la realidad radical es la vida, y la metafísica pretende hallar la certidumbre radical acerca de esa realidad, su método, quiero decir el método en que consiste, el camino efectivo para aprehender, poseer y dominar esa realidad en tanto que realidad -por tanto, en tanto que la encuentro y me encuentro con ella, viviendo-, ese método no puede ser otro que la razón vital.

X VIDA Y RAZÓN

La realidad radical, previa a las teorías o interpretaciones, es mi vida, la vida concreta, singular, circunstancial de cada uno. Pero a esta vida le pertenece necesariamente una presencia de sí misma, puesto que, al no estar hecha ya de antemano, tiene que hacerse y, para ello, proyectarse imaginativamente. La vida -suele decir Ortega- es futurición y faena poética. No es posible mi vida, por consiguiente, más que cuando es entendida como "vida", esto es, cuando doy razón de ella. Vivir es dar razón, y sólo se da razón de algo viviendo, es decir, haciéndolo funcionar realmente en el ámbito o área de mi vida.

Esto significa que la realidad humana presenta una doble vertiente inseparable. La única vida real, la individual, es algo que acontece a mí, aquí y ahora, en estas precisas circunstancias, y el modo de acceso a ella es contarla; la forma de "enunciación" que corresponde a ella es el relato, la narración, y por eso la razón vital es una razón narrativa. Pero, por otra parte, no puedo contar o narrar nada, no puedo entender mi vida más que desde un esquema en que la estructura de la vida se manifiesta. Pero no se olvide lo que antes dije: "la vida" no tiene realidad, no existe en ninguna parte, no es "suficiente" ni siquiera como objeto ideal; es decir, ese esquema sólo se puede obtener mediante un análisis de la vida individual -primariamente de la mía-, gracias al cual descubro en ella ciertas estructuras, condiciones o requisitos sin los cuales no sería posible. No se trata, pues, de una teoría general independiente de mi vida, que pudiera pensarse y formularse aparte de ella, sino que es extraída o abstraída de la concreción singular de mi vida propia. Y adviértase que, de momento, no tiene ningún carácter "genérico", sino que se trata de una determinación constitutiva de mi vida individual: en ella encuentro y de ella extraigo esa estructura o "teoría" que llamo "vida", y sin la cual no puede realizarse. Pero tan inexacto como atribuirle un carácter directamente genérico sería suponer que las otras vidas no tienen nada que hacer en ella; lo que ocurre es que los otros, a quienes radicalmente encuentro, los encuentro en mi vida, como realidades secundarias respecto a ésta, o sea radicadas en ella.

La universalidad de esta interpretación "vida" es derivada: procede de que, puesto que contiene los requisitos o condiciones sin las cuales no hay vida, al encontrar que cada uno de los demás tiene también su vida, infiero que en ellas tienen que darse las mismas estructuras, por sí mismas irreales, sólo realizadas en la singular concreción que corresponde a la circunstancialidad de cada una de ellas. Sólo por esto la noción "vida humana" se convierte en "vida humana en general".

La narración de la vida singular no es posible, pues, más que gracias a una teoría abstracta -secundariamente universal-, la cual, a su vez, sólo es posible, incluso como teoría, como objeto ideal complejo, fundada en esa vida concreta que es la mía. Con otras palabras, esa teoría es analítica, se obtiene mediante análisis de la efectiva realidad de mi vivir; pero éste, en su radical inmediatez, sólo es posible ejecutando, siquiera en forma rudimentaria, ese análisis, que todo hombre lleva a cabo y que le permite entenderse y proyectarse imaginativamente en lo futuro.

Conviene aclarar que ese "llevar a cabo" el análisis de la vida humana no es ejecutado originalmente por cada hombre, al menos en su mayor parte. La condición histórica y social de éste hace que la vida concreta funcione siempre a un cierto nivel, y esto quiere decir que mi vida y sus contenidos me son ya interpretados por el contorno social que me rodea, es decir, que yo vivo dichos contenidos elaborados, teorizados, y se me inyecta desde luego, al ir viviendo, una interpretación, muy precisa y condicionada circunstancialmente, de la vida humana. El trato con los demás, el lenguaje, el sistema de los usos, las funciones adscritas previamente a las cosas que me rodean, el contorno artificial que me envuelve, el matiz afectivo y valorativo con que las cosas me son presentadas, todo ello hace que la realidad tal como la encuentro -por tanto, la verdadera reali' dad- sea ya interpretada y responda a una idea de la vida humana. Esto es lo que se quiere decir cuando se afirma que la vida es intrínsecamente histórica y social; y a la vez resulta claro que todo "adanismo" es una abstracción; y en la medida en que pretende presentarse como una radicalización de las cosas, una falsedad.

Y todavía hay que tener en cuenta, entre la realidad singular y concreta de mi vida y las estructuras necesarias -y por eso universales- que descubre la teoría analítica o abstracta, una tercera zona intermedia, obstinadamente desconocida por el pensamiento, y que es lo que he denominado la estructura empírica de la vida humana: aquellas determinaciones que, sin ser condiciones sine quibus non, requisitos constitutivos de toda vida, sin aparecer, por tanto, en el mero análisis de ella ni ser contenidos de la teoría abstracta, no son tampoco determinaciones puramente empíricas e individuales de esta o la otra vida concreta. El que, aparte de la condición circunstancial y mundana de la vida, el mundo sea precisamente éste, con la estructura determinada que tiene; el que, además de ser corpóreo, el hombre tenga esta forma concreta de corporeidad y no otra en principio posible; el que la duración de la vida humana, sobre ser limitada, tenga una cierta cuantía media y previsible; el que la cualificación en edades del tiempo vital tenga un cierto ritmo; el que la vida humana tenga una condición sexuada; todo esto, que no pertenece a los requisitos constitutivos de la "vida", que no es a priori, sino empírico, que en principio podría ser de otra manera, es sin embargo estructural y estable. La estructura empírica es la forma concreta de la circunstancialidad, y es un margen de posible variación histórica. Y la vida singular y concreta aparece recortada y realizada dentro del marco, no sólo de las determinaciones necesarias y puramente analíticas de toda vida, sino también de las de la estructura empírica en que se encuentra inserta.

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