De Gastronomía
No hay nada como comer el ojo del enemigo. Revienta entre las muelas como granote de uva, con gustito de mar.
Las nalgas son mejores al tacto que al gusto, más duras de mascar que de tentarrujar.
Le gustaba tanto que no dejó nada. Le chupó hasta los huesos. De verdad había sido bonita.
Juan Fábregas Monleón, fabricante de camisetas, odiaba ferozmente a Manuel Santacruz Ridaura, fabricante de lo mismo. Fue al Congo, se trajo dos antropófagos a Barcelona. Así desapareció completamente Manuel Santacruz Ridaura.
Juan Fábregas Monleón tuvo hasta el día de su muerte repentina, en una esquina de su despacho, en una vitrina, colgado, completo, el esqueleto de Manuel Santacruz Ridaura; le hacía tanta compañía.
– Le comería los hígados -dijo Vicente. No pudo: amargaban.
Esa hormiga odiaba a aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.
Epitafios
Del bueno:
No se enteró.
Del bobo:
No tuvo enemigos.
Del tonto:
Nunca varió.
Del sociólogo:
Se equivocó.
Del metiche:
Se metía en todo.
Aquí está metido.
De cierto filósofo:
Dio lo que los demás
y se lo agradecieron como propio.
De un tirano:
Fue a lo suyo
por lo tuyo.
De un artista:
Si fue, no es.
Si salvó el nombre,
tanto da lo que
aquí es: fue.
De un marica:
Dio lo que no tenía.
De un achichincle:
De tanto servir, no sirve.
De un orador:
Para él no cuenta la muerte:
Piltrafa, sigue siendo lo que fue.
De don Juan:
Mató a quien quiso.
Del ortodoxo:
No abrió el pico.
De un resignado:
Siempre abajo,
no le cogió de nuevo.
De Alejandro Dumas (hijo):
Aquí vive el hijo
de Margarita Gautier.
De Nijinski:
Que le quiten lo bailado.
De un imbécil:
A todo dijo que sí.
Mío:
No pudo más.
Contraepitafio:
Todo o nada.
Aquí queda eso.
Anejo Crímenes suprimidos en la edición de 1968
– A mi mujer, señor, le pasaba con los nuevos fritos lo que con los hijos: que no los dejaba en paz. La diferencia está en que los hijos crecen y se acomodan solos, mientras que los huevos fritos (¿qué se puede comparar a un par huevos bien fritos?) se los come uno como el mejor regalo del Creador. La cuestión es, como en todo, el punto. Soy albañil y sé lo que me digo referente al punto del punto. Lo que importa, para los huevos, es la cantidad y el calor del aceite en el que se echan -partidos y vertidos con cuidado- y el momento justo en el que hay que sacarlos, la clara ya abullona-da como si fuese pasta de buñuelo. Los huevos fritos nunca se «apegan» como decía ella. No diré más, gracias a Dios: un huevo frito con la yema cubierta, blanca o rota ni es un huevo frito ni es nada. Que la quemadura fuese tan grave, ¿quién lo podía adivinar?
Me echó un trozo de hielo por la espalda. Lo menos que podía hacer era dejarle frío.
No lo hice adrede.
– ¿Por qué se me va a acusar de haberle matado si se me olvidó de que la pistola estaba cargada? Todo el mundo sabe que soy un desmemoriado. ¿Entonces, yo voy a tener la culpa? ¡Sería el colmo!
El balón era mío y muy mío. La navaja, no. Pero de lo que se trataba era del balón.
Pueden saberse todas las lecciones de corrido, papá, pero no ser tan bizco… Si se dio con un canto…
Tanto: señor profesor, señor profesor… Y todo por hacerse el mono, puro cortejo, puro servicio, puro babeo. ¡Que si primero fue así, que si primero fue asá! Pero el colmo fue que, por las buenas, se puso a copiar y a negarse a prestárnoslo… A ver si lo hace ahora. Se quedó como un palo, del ídem.
Yo no quise darle tan fuerte.
¡A poco los hijos de millonarios tienen algo especial en la cabezota! #
A mí, mi papá me dijo que no me dejara… Y no me dejé.
Por mucho que fuese mi tía María… A mí nadie me encierra en casa cuando les prometí a mis cuates que iría a jugar con ellos. Y andimás cuando no tienen ningún delantero centro como yo… Pero que ni soñarlo. Que la empujé un poco demasiado fuerte… La culpa no es mía. No tenía más que agarrarse un poco más fuerte al barandal de la escalera. Además, siempre estaba espiándome. De verdad que no me quería. Siempre diciéndole a mi mamá…
¡Total porque le metí una ranota de nada en el bolsillo! Si pegó un salto, salió corriendo, tropezó y se rompió la cholla, ¿qué? ¿A qué tanta pregunta?
¡Sí, le dije a la recondenada que el chocolate quemaba!
Yo no salgo haciendo el ridículo y menos con aquella chamarra verde. Lo menos me hubiera dicho el Pipi es: ¡Marica! Yo no quería clavarle la agujota tan hondo…
A mi hermana -de verdad, de verdad- nunca la pude tragar.
A mí nadie, y ése menos que nadie, me hace trampas, señor. Claro que ahora ya no se las hará a nadie…
Lo que importa es conseguir y tener paz entre los hombres. Si para lograrlo hay que llegar a esto (e hizo un gesto que abarcaba toda la plaza), ¡qué le vamos a hacer!
La maté por no darle un disgusto.
Me dijo que lo publicaría en mayo, luego en junio, después en octubre. Pasó el invierno, con la primavera se me revolvió la sangre, ¡era mi segundo libro! El decisivo. Que lo fuera para el joven editor, lo siento. Pero me lo agradecerán muchos y, seguramente, llamará la atención y será una buena publicidad.
Lo envenené porque quería ocupar su puesto en la Academia. No creí que nadie lo descubriera. ¡Tuvo que ser ese novelista de mierda que, además, es comisario de policía!
Me llamó tarado. Yo no le consiento a nadie que le falte a mi madrecita.