Al-Mamun, tenia una hija llamada Casilda. Cada noche, cuando todos dormian en el castillo de Al-Mamun, Casilda se levantaba del lecho y, entreabriendo la puerta y las ventanas de su aposento, escuchaba lamentos y gemidos que venian desde el foso. En sus visitas a las mazmorras de la fortaleza curaba las heridas de los prisioneros, los alimentaba y les daba consuelo, mientras hablaba con ellos y se le despertaba cierta curiosidad por la religion cristiana a la que estos hombres no renunciaban pese a sus penalidades.