No, la palabra «santo» no es una buena palabra. Una persona sagrada lo es gracias a sí misma, por sí misma, no porque una Iglesia decida recompensarla con santidad.
Me han contado esta anécdota:
Jacobson, que tenía noventa años, había sobrevivido a los apaleamientos en las matanzas de Polonia, a los campos de concentración de Alemania y a docenas de experiencias antisemíticas.
– ¡Dios mío! -rezaba sentado en una sinagoga-, ¿es verdad que somos el pueblo elegido?
Y oyó una voz del cielo que dijo:
– Sí, Jacobson, ¡los judíos sois mi pueblo elegido!
– Entonces -sollozó-, ¿no sería hora de que escogieses a otros?
Los perfeccionistas son los elegidos de Dios, no lo olvides. De hecho, el día que entiendas que estás creando tu propia desdicha a costa de tus ideales, te distanciarás de ellos. Entonces simplemente vivirás tu realidad, sea cual sea. Esa es la gran transformación.
No intentes ser el elegido de Dios, sé simplemente humano.
SOLO LA COMPASIÓN ES TERAPÉUTICA
Todo aquello que está enfermo en el ser humano se debe a la ausencia de amor. Todo lo que va mal en el ser humano está asociado al amor. Porque no ha sido capaz de amar, no ha sido capaz de recibir amor o no ha sido capaz de compartir su ser. Esa es la desdicha. Esto es lo que crea en su interior todo tipo de complejos.
Las heridas internas pueden salir a la superficie de muchas maneras. Pueden convertirse en enfermedades físicas o en enfermedades mentales, pero en el fondo, el hombre sufre por falta de amor. Del mismo modo que el alimento es necesario para el cuerpo, el amor es necesario para el alma. El cuerpo no puede sobrevivir sin alimento y el alma no puede sobrevivir sin amor. En realidad si no hay amor, el alma no puede llegar a nacer, no se trata de una cuestión de supervivencia.
Crees que tienes un alma, por tu temor a la muerte piensas que tienes un alma. Pero no lo sabrás hasta que hayas amado. Solo cuando amas puedes llegar a saber que eres algo más que el cuerpo, algo más que la mente.
Solo la compasión es terapéutica. ¿Qué es la compasión? La compasión es la forma más pura de amor. El sexo es una forma inferior del amor, la compasión es una forma superior del amor. En el sexo, el contacto es principalmente físico; en la compasión el contacto es principalmente espiritual. En el amor, la compasión y el sexo están entremezclados, lo físico y lo espiritual están mezclados. El amor está a mitad de camino entre el sexo y la compasión.
También puedes llamar meditación a la compasión. La forma de energía más elevada es la compasión.
La palabra «compasión» es preciosa: la mitad es «pasión»; de alguna manera la pasión se ha refinado tanto que ya no es pasión, se ha convertido en compasión.
En el sexo, utilizas a la otra persona, reduces al otro a un medio, reduces al otro a un objeto. Por eso, en una relación sexual te sientes culpable. Y esa culpabilidad es más profunda que fas enseñanzas religiosas. En una relación sexual como tal te sientes culpable, y te sientes culpable por estar reduciendo a un ser humano a una cosa, a un producto de usar y tirar.
Por eso en el sexo también sientes una especie de esclavitud, tú también estás siendo reducido a una cosa. Y tu libertad desaparece cuando eres una cosa, porque tu libertad solo existe cuando eres una persona. Cuanto más seas una persona, más libre serás; cuanto más seas una cosa, menos libre serás.
Los muebles de tu cuarto no son libres. Si cierras el cuarto con llave y vuelves al cabo de muchos años, los muebles seguirán estando en el mismo sitio; no se habrán recolocado de otra manera. No son libres. Pero si dejas a una persona en la habitación, cuando vuelvas la persona no estará igual, ni siquiera al día siguiente o al- momento siguiente. No volverás a encontrar a la misma persona. El viejo Heráclito decía: «No puedes cruzar dos veces el mismo río». No puedes cruzarte dos veces a la misma persona. Es imposible encontrarte con la misma persona dos veces, porque el ser humano es como un río, está fluyendo constantemente. Nunca sabes qué va a suceder. El futuro está sin definir.
Para una cosa el futuro está definido. Una piedra seguirá siendo una piedra. No tiene un potencial de crecimiento. No puede cambiar, no puede evolucionar. El ser humano no permanece igual, puede ir hacia atrás o ir hacia delante; puede ir al infierno o al cielo, pero nunca permanece igual. Va cambiando de un modo u otro.
Cuando tienes una relación sexual con alguien, reduces a esa persona a un objeto. Y al reducir al otro a un objeto te reduces también a ti mismo, porque es un compromiso mutuo: «Yo te permito que me reduzcas a un objeto y tú me permites que te reduzca a un objeto. Te permito que me uses y tú me permites que te use. Nos usamos mutuamente. Los dos nos hemos convertido en cosas».
Observa a dos amantes cuando todavía no están viviendo juntos, cuando el romance todavía está vivo y aún no ha terminado la luna de miel; verás a dos personas que vibran con la vida, dispuestos a explorar lo desconocido. Después observa a las parejas casadas, marido y mujer, y verás dos cosas muertas, dos cementerios uno al lado del otro, ayudándose a seguir muertos, obligándose el uno al otro a permanecer muertos. Ese es el conflicto constante del matrimonio. ¡Nadie quiere ser reducido a una cosa!
El sexo es la forma más inferior de la energía «X». Si eres religioso, lo llamas «divinidad»; si eres científico lo llamas «X». Esta energía X puede convertirse en amor. Cuando se convierte en amor, empiezas a respetar a la otra persona. Sí, a veces utilizas a la otra persona, pero te sientes agradecido. Sin embargo, nunca das las gracias a una cosa. Cuando estás enamorado de una mujer, haces el amor con ella y le das las gracias. Cuando haces el amor con tu mujer, ¿le das las gracias alguna vez? No, lo das por hecho. ¿Te ha dado las gracias tu mujer alguna vez? Tal vez, hace muchos años, puedes acordarte de un tiempo en el que todavía estabas indeciso, cortejándola, estabais intentando seduciros, tal vez. Pero en cuanto te has asentado, ¿le das las gracias por algo? Tú has hecho tantas cosas por ella, y ella ha hecho tantas cosas por ti… Los dos estáis viviendo para el otro, pero la gratitud ha desaparecido.
En el amor hay gratitud, hay una profunda gratitud. Sabes que el otro no es una cosa. Sabes que el otro tiene una grandeza, un espíritu, una individualidad. En el amor le das al otro libertad completa. Por supuesto, tomas y das; es una relación de dar y tomar, pero con respeto. El sexo es una relación de dar y tomar, pero sin respeto.
En la compasión simplemente das. En tu mente no hay ninguna expectativa de recibir nada, simplemente compartes. ¡No es que no recibas nada! Lo recibes de vuelta multiplicado por un millón, pero es accidental, es una consecuencia natural. No estás deseando recibirlo.
En el amor, cuando das algo, en el fondo estás esperando recibirlo de vuelta. Si no te lo devuelven, te quejas. Tal vez no digas nada, pero se puede saber de mil y una maneras que estás refunfuñando y que te sientes engañado. El amor es como un trato sutil.
En la compasión simplemente das. En el amor estás agradecido porque el otro te ha dado algo. En la compasión estás agradecido porque el otro ha aceptado algo tuyo; estás agradecido porque el otro no te ha rechazado. Tú habías llegado con energía para dar, habías llegado con muchas flores para compartir, y el otro te lo ha permitido, el otro ha sido receptivo. Estás agradecido porque el otro ha sido receptivo.
La compasión es!a forma más elevada del amor. Recibes mucho a cambio -te aseguro que multiplicado por un millón-pero no se trata de eso, no estás deseando recibir nada a cambio. Si no recibes nada, no te quejas. ¡Y si te llega algo, simplemente te sorprendes! Si llega es increíble, si no llega no pasa nada; no le has dado tu corazón a alguien como parte de un trato. Das generosamente porque tienes. Tienes tanto que si no lo dieras sería una carga para ti. Es igual que una nube cargada de lluvia que tiene que descargar. La próxima vez que veas una nube descargando lluvia, observa en silencio, siempre podrás oír a la nube di-ciéndole a la tierra: «Gracias». La tierra ha ayudado a la nube a descargarse.
Cuando florece una flor, tiene que esparcir su perfume a los cuatro vientos. ¡Eso es natural! No es un trato ni un negocio, ¡simplemente es natural! Cuando una flor está llena de perfume, ¿qué puede hacer? Si la flor se guardara su perfume se sentiría muy tensa, se sentiría profundamente angustiada. La mayor angustia de la vida es cuando no puedes expresarte, cuando no puedes comunicarte, cuando no puedes compartir. La persona más' pobre es aquella que no tiene nada que compartir, o sí tiene, pero ha perdido la capacidad, el arte de compartir; entonces esa persona es pobre.
El hombre sexual es muy pobre. El hombre amoroso es comparativamente más rico. Y el más rico es el hombre compasivo, está en la cima del mundo. No tiene confines ni limitaciones. Simplemente da, y sigue su camino. Ni siquiera espera que le des las gracias. Comparte su energía con un enorme amor.
Esto es lo que yo llamo terapéutico.
Los católicos creen que Jesús hizo muchos milagros. Yo no puedo imaginármelo haciendo milagros. Su compasión era el milagro, Si ocurría algo, ocurría sin que él hiciera nada. Si sucede algo en el plano más elevado del ser, siempre sucede sin ningún esfuerzo. Jesús se movía; lo veía todo tipo de gente. Era como una enorme piscina de energía, cualquiera que estuviese listo para compartirlo, lo compartía.
¡Ocurrían milagros! Él era terapéutico. Fue uno de los grandes sanadores que ha habido en el mundo. Buda, Mahavira o Krisna fueron grandes sanadores a diferentes niveles. Pero en la vida de Buda no podrás encontrar ningún milagro de curación de una persona enferma, la curación de un ciego o que le devolviese la vida a un muerto. Es sorprendente: ¿la compasión de Jesús era mayor que la de Buda? ¿Qué sucedía? ¿Por qué no se curaba mucha gente por medio de la energía de Buda? No, no es una cuestión de más o menos compasión. La compasión de Buda funcionaba a otro nivel. Su audiencia era diferente a la de Jesús, y a su alrededor había otro tipo de personas.
Veo cómo vienen a mí ríos de gente desde Occidente, pero casi nunca me piden nada para su cuerpo. No me dicen: «Tengo un dolor de cabeza crónico, ¡Osho, ayúdame, haz algo!». O «mis ojos están cansados», «no me concentro bien», o «estoy perdiendo la memoria». No, nunca. Los indios, sin embargo, siempre vienen con algún problema físico. Ha tenido problemas digestivos desde hace años, «Osho, ¡haz algo!».