La historia tiene muchas implicaciones. El hombre dijo: «¿Si después de sentenciarme a muerte no me hubiese escapado y me hubiesen ejecutado, cuál habría sido el caso ahora? Si se hubiese sabido que el hombre que pensabais que estaba muerto estaba en realidad vivo, ¿me hubieseis podido devolver la vida? Si no podéis devolverme la vida, ¿qué derecho tenéis a quitármela?».
Se cuenta que el juez renunció a su cargo y le pidió disculpas al hombre diciendo: «Es posible que haya cometido muchos crímenes en mi vida».
En todo el mundo, la realidad es que eres culpable a menos que se demuestre tu inocencia. Esto va en contra de todos los ideales humanitarios, la democracia, la libertad o el respeto hacia la individualidad; va contra todo. La ley dice que eres inocente mientras no se demuestre tu culpabilidad -eso es lo que dicen las palabras-, pero en la realidad ocurre exactamente lo contrario.
El hombre dice una cosa y hace lo contrario. Habla de ser civilizado y culto, pero no es civilizado ni culto. La pena de muerte es prueba fehaciente de ello.
Es la ley de una sociedad bárbara: ojo por ojo, cabeza por cabeza. Si alguien corta una de tus manos, entonces, en una sociedad bárbara, hay una estricta ley que dice que hay que cortarle una de sus manos a quien lo hizo. Esto mismo se lleva haciendo desde hace siglos, y la pena de muerte es lo mismo: «Ojo por ojo. Si se cree que una persona ha asesinado a alguien, deberá ser asesinado». Pero es extraño: si matar a alguien es un crimen, ¿cómo vas a eliminar el crimen de la sociedad si vuelves a cometer el mismo crimen? Antes había un hombre asesinado y ahora hay dos. Y ni siquiera está completamente claro que este hombre haya asesinado a aquel, porque no es nada fácil demostrar un asesinato.
Si el asesinato está mal, da lo mismo que lo cometa un individuo o sean los tribunales quienes lo cometen.
Ciertamente, el asesinato es un crimen. La pena de muerte es un crimen cometido por!a sociedad contra un individuo que está indefenso. No puedo llamarlo una pena, yo lo llamo crimen.
Y puedes comprender por qué se comete: es una forma de vengarse. La sociedad se venga de que la persona no obedeciera las leyes. La sociedad está dispuesta a matarle, pero a nadie parece importarle que si alguien comete un asesinato, esto demuestra que esa persona tiene una enfermedad psicológica. En vez de meterlo en la cárcel o ejecutarle, deberían enviarle a una institución donde pudieran cuidarle física, psíquica y espiritualmente. Está enfermo; necesita toda la compasión de la sociedad, no se trata de imponer un castigo.
Sí, es verdad, ha asesinado a alguien, pero no podemos hacer nada al respecto. ¿Podemos devolverle la vida
asesinando a quien le mató? Si eso fuese posible, yo apoyaría eliminar al asesino -no merece ser parte de la sociedad-, y el otro reviviría. Pero esto no es así. El otro se ha ido para siempre y no hay forma de revivirle. Sí, lo único que puedes hacer es también matar a ese hombre. Estás intentando lavar la sangre con sangre, el barro con barro.
No te das cuenta de lo que ha sucedido en la historia muchas veces. Hace trescientos años, en muchas culturas se creía que los locos fingían. En otras muchas se creía que estaban poseídos por los espíritus. E incluso en algunas se creía que estaban locos, pero que se podían curar con castigos. Así es como se trataba a los locos.
Los trataban a base de azotes -¡vaya tratamiento!- y sacándoles sangre. Ahora les hacen transfusiones de sangre pero antes hacían justo lo contrario: les sacaban sangre pensando que tenían demasiada energía. Naturalmente, se quedaban más débiles y al mostrar signos de debilidad por toda la sangre que les habían sacado, pensaban que les habían curado de su locura.
Azotándolos, naturalmente, de vez en cuando recuperaban la cordura. Es casi como si empiezas a golpear a una persona que está dormida y esta se despierta. Un loco se ha salido de su mente consciente y es posible que, si le das un azote, en algún caso vuelva a sus cabales. Esa era la prueba de que pegarle era el tratamiento correcto. Aunque solo se curaban de vez en cuando; en el noventa y nueve por ciento de los casos les torturaban innecesariamente. Pero esa única excepción confirmaba la regla.
Se pensaba que los locos estaban poseídos por espíritus, por fantasmas; y en ese caso también les daban un azote, porque si estaban poseídos por fantasmas, el azote solo le afectaría al fantasma y no a la persona. No estás pegando el cuerpo de la persona, sino a los fantasmas que le están poseyendo, y gracias a esos golpes, los fantasmas huirán. Alguna que otra vez, la persona volvía a sus cabales, pero no llegaba ni al uno por ciento de las veces.
Estuve en un sitio famoso por tratar a los locos. Llevaban a ese lugar a cientos de locos. Se trataba de un templo a las orillas de un río; el sacerdote de ese templo debe de haber sido carnicero al menos en varios centenares de vidas. Parecía un carnicero y azotaba a todo el mundo. Los locos estaban encadenados, les azotaban, no les daban comida y les administraban laxantes muy fuertes. Vi cómo de vez en cuando alguno volvía a sus cabales. Los fuertes laxantes durante unos días y la falta de comida efectuaban una limpieza de su sistema interno. Los azotes les devolvían un poco de conciencia. Sin comida, pasando hambre… un hombre hambriento no puede permitirse estar loco porque su cuerpo está pasando un suplicio. Para estar loco necesitas un mínimo de comodidad en tu vida.
Puedes comprobarlo, cuanto más rica es una sociedad, más lu-josa y abundante es una cultura, más locos hay. Cuanto más pobre es una sociedad -famélica y hambrienta-, menos gente se vuelve loca. La locura necesita, en primer lugar, una mente. Pero una persona hambrienta no tiene alimento para la mente. Está desnutrida, de manera que su mente no está en situación de estar chiflada. Para estarlo, la mente necesita más energía de la necesaria para sobrevivir normalmente. La locura es una enfermedad del hombre moderno. Los pobres no se la pueden permitir.
Cuando le haces pasar hambre a una persona y le administras laxantes, se limpia su sistema interno, y esto le produce tanta hambre que solo puede centrarse en el cuerpo. Se olvida de la mente y su principal preocupación es el cuerpo. Ya no está interesado en la mente y sus juegos.
La locura es un juego de la mente.
Por eso, de vez en cuando, había gente que se curaba en ese templo; ese uno por ciento que se curaba hacía que se extendiese el rumor y que llevasen allí a cientos de personas. El templo se enriqueció muchísimo. Yo he ido a visitarlo muchas veces, pero solo he visto curarse a una persona. Los demás volvían a sus casas apaleados, hambrientos y desnutridos… incluso más enfermos aún y más débiles; muchos murieron a causa del tratamiento de ese sacerdote.
Cuando un sacerdote realiza un tratamiento en un templo o en un lugar sagrado de la India, no es un crimen si mueres. Volverás a nacer en un nivel más elevado de conciencia, por eso no se considera un crimen. Hace muchos siglos que los sacerdotes están tratando a los locos de todo el mundo con este sistema.
Ahora sabemos que no se puede tratar a un loco de esta manera. Antes solían encerrarlos en celdas aisladas de la cárcel. Esto sigue sucediendo en todo el mundo porque no sabemos qué hacer con ellos. Para esconder nuestra ignorancia los metemos en la cárcel, así podemos olvidarnos de ellos; al menos podemos olvidar que existen.
En mi pueblo, el tío de uno de mis amigos estaba loco. Era una familia rica. Solía ir a su casa a menudo, pero solo años más tarde me percaté de que uno de los tíos de mi amigo estaba encerrado y encadenado en el sótano.
– ¿Por qué está encerrado? -les pregunté.
– Está loco -me respondieron-, y solo teníamos dos alternativas: o le mantenemos encadenado en nuestra casa… y claro, no podemos tenerlo encadenado en la planta baja, pues todo el que venga de visita se va a alarmar y preocupar, y además sería terrible para sus hijos y su mujer ver a su padre y su marido en ese estado, o lo enviamos a la cárcel. Y enviarlo a la cárcel habría perjudicado la reputación de la familia, así que buscamos esta solución y le encerramos en el sótano. Un sirviente le lleva la comida y, aparte de él, no ve a nadie; nadie baja a verle.
– Me gustaría conocer a tu tío -convencí a mi amigo.
– Pero no puedo ir contigo -me dijo-, es peligroso, ¡está loco! Aunque está encadenado podría hacerte daño.
– Como mucho, puede matarme. Ponte detrás de mí para poder escapar si me mata, pero me gustaría verle -le dije.
Como insistí, él consiguió la llave del sirviente que se ocupaba de la comida de su tío. Yo era la única persona del mundo exterior que le veía desde hacía treinta años, además del sirviente. Es posible que ese hombre estuviera loco anteriormente -no puedo saberlo-, pero ahora no lo estaba. Nadie estaba dispuesto a hacerle caso porque todos los locos dicen «yo no estoy loco». Por eso, cuando le decía al sirviente: «Dile a mi familia que no estoy loco», el sirviente se reía. Finalmente el sirviente decidió decírselo a la familia pero nadie le hizo caso.
Cuando le vi, me senté con él y estuve hablando. Estaba tan cuerdo como cualquier otra persona, incluso un poco más porque me dijo:
– Estar aquí durante treinta años ha sido una experiencia terrible. Pero puedo ver lo afortunado que soy alejado de vuestro loco mundo. Creen que estoy loco, déjales que lo piensen, no pasa nada pero, en realidad, me siento muy afortunado de estar fuera de vuestro loco mundo. ¿Tú qué opinas? -me preguntó.
– Tienes toda la razón -le contesté-. El mundo exterior está mucho más loco que cuando lo dejaste hace treinta años. En treinta años todo ha evolucionado mucho, también la locura. Deberías dejar de decir a la gente que no estás loco, si no, ¡puede ser que te saquen de aquí! Estás viviendo una vida perfectamente hermosa. Tienes sitio para moverte…
– Es el único ejercicio que puedo hacer aquí… caminar -dijo él.
Le empecé a enseñar a hacer vipassana.
– Estás en la situación perfecta para convertirte en un buda: sin preocupaciones ni molestias, ni interferencias. Eres muy afortunado -le dije.
La última vez que le vi, antes de morir, por la expresión de su cara y sus ojos pude ver que no era la misma persona, había sufrido una transformación, una mutación total.
Los locos necesitan métodos de meditación para poder escapar de su locura. Los criminales necesitan ayuda psicológica y apoyo espiritual. Están profundamente enfermos y estáis castigando a personas enfermas. No es culpa de ellos. Si alguien asesina quiere decir que lleva arrastrando la tendencia a asesinar desde hace mucho tiempo. No es que, de repente, de la nada, asesines a alguien.