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– ¿A mí? -dijo Yoni con voz displicente-. Pues sí que me cohíbe a mí nadie nada. Con no hacerle caso…

– Pero que no se levanten todos,.Ángel -dijo Gertru apurada.

– Venga, hombre, sentaros. Os presento a Gertru a todos los que no la conozcáis-saludó él, cogiéndola por el cogote y haciendo con la otra mano un gesto circular de hombre desenvuelto.

Mascullaron alguna cortesía sin mirarla de frente No sabían si volverse a sentar o no. Teresa vino y la estuvo besando.

– Ángel me ha dicho que querías ver la cocina de mi apartamento, para tomar idea para cuando os caséis.

– Sí, sí. Me encantaría -dijo Gertru.

– Desde luego es un sol. Luego vamos, si quieres. En cuanto meriende la gente un poco, te llevo, ¿eh, mona?

– Bueno. Muchas gracias. Federico se acercó a Yoni.

– Oye tú, ¿va a haber baile luego, y eso?

– Supongo. Aquí cada uno hace lo que quiere. Ya sabes que esto siempre se lía.

– Digo por si van a venir más chicas. Chicas de aquí.

– Sí, creo que se lo han dicho a Isabel y a Toñuca, y a las catalanas, ¿por qué?

– Por Si podía yo avisar a una amiga mía.

– ¿A Julia Ruiz? -preguntó Yoni.

– Sí. ¿No te importa? Me divierte porque me ha empezado a hacer confidencias de su novio. Por algo se empieza.

– Por mí trae a quien quieras. Con tal de que la dejen en su casa.

– Sí. Yo la conozco. La llamo ahora.

Se acercó al teléfono y marcó un número. Las conversaciones habían empezado a cubrir las palabras susurradas de Yves Montand.

Se puso de espaldas. -¿Me hace el favor? ¿La señorita Julia? Ah, eres tú.

Nada, ¿qué haces? ¿Le sigues guardando ausencias a ese novio fantasma…? Sí, pero bueno, debería arreglarlo de alguna manera para no dejarte vivir tan sola… Que no, bonita, que no te enfades tú… El picupé eso es lo que se oye… Sí, en el estudio de Yoni. Tiene unos discos franceses, oye, fenomenales; a ti te encantarían. ¿Por qué no te das una vuelta por aquí…? Claro que me lo ha dicho él… ¿Y por qué? Algún día tiene que ser el primero. En estas fiestas pasadas, lo hemos rociado todo con agua bendita… No, ahora en serio, vente, te llamaba para eso… Bueno, pues con tu hermana… Sí, sí, yo se lo digo. Que se ponga.

Julia dejó el teléfono y fue a llamar a Mercedes, que estaba oyendo una novela por la radio.

– Te quiere hablar Federico Hortal.

– ¿A mí?

– Sí, que te pongas. Quiere que vayamos al Hotel.

Mercedes salió al pasillo y Julia se quedó esperándola apoyada en el mirador. La tía Concha, a sus espaldas, cerró la radio y dijo con voz solemne: (Al Hotel de ninguna manera:), luego volvió a abrirla. Julia no contestó. La gente pasaba deprisa, debía hacer frío; vio salir a doña Simona, la del tercero. Tar-daba Mercedes y el murmullo de su conversación en el pasillo, que le llegaba, en las pausas del speaker, la enervaba. Imaginó la cara de complicidad que traería, y se arrepintió de haber estado más bien simpá-tica con Federico. Encendieron las luces de la calle. Le daban ganas de escapar; se fue al cuarto de Natalia.

– ¿Se puede?

– Sí, hola.

Natalia estaba echada en la cama con unos folios de papel y pinceles de colores.

– ¿Qué haces?

– Un mapa de cultivos. ¿No habéis salido?

– No. A lo mejor salimos ahora. A ver, ¿qué es eso? ¿Espigas?

– Sí. Las espigas se ponen en los sitios de trigo, y racimos donde se da la vid. Está muy mal pintado.

– ¿No te aburres aquí sola?

– Yo no.

– Los domingos se aburre una tanto.

– Lee algún libro. ¿Quieres que te dé algún libro?

– No, no. Si a lo mejor salimos.

Mercedes, cuando vino a buscarla, ya había convencido a la tía para que las dejara ir. Tuvo que discutir bastante con ella, decirle que era por Julia, que aquel chico le convenía mucho y que no se le podía decir siempre a todo que no, porque se iba a hartar, que había que aprovechar estos días en que Miguel y Julia habían dejado de escribirse para ver si a ella se le quitaba por fin de la cabeza la idea de aquel dichoso novio. Tía Concha había oído decir que Federico Hortal era un poco borracho, (…y si va a salir de Herodes para meterse en Pilatos) (Que no tía, qué disparate, si es un chico excelente, fíjate qué familia, no me vayas a decir ahora que no es un partido ese chico; y tiene verdadero interés, ya te conté lo que me dijo el otro día en el Casino. Diferencia con ese memo, que nadie le conoce ni sabe quién es ni nada; una persona educada que se sabe presentar en cualquier sitio, no un chiflado. De beber ya te digo, no creo, pero aunque bebiera un poco, eso son cosas…:) (Bueno, sí, está bien pero ¿al Hotel vais a ir?:) (Es un día. Y Julia no va sola, tía, voy con ella. Es por lo que es, ya sabes que a mí tampoco me gusta mucho aquel ambiente.) (¿Cómo te va a gustar? Todo gente joven, solos allí, como cabras locas, sin ninguna persona de representación, metidos entre cuatro paredes. Desde luego, Si vais, que no lo sepa tu padre.) (Bueno, ahora es un poco distinto, ¿eh?, desde estas ferias ya van chicas de aquí, las dejan en sus casas. Chicas conocidas, Isabel, y muchas. Creo que ahora no es como antes; y también matrimonios. Otra cosa.) (:Pero venir pronto. Dicen que algunas chicas hasta se quedan allí a cenar con sus novios y todo.) (Que no, por Dios, mira que son unas advertencias. ¿Cuándo hemos hecho nosotras eso? A las diez en punto estamos aquí.) (Antes, un poco antes.) (Antes no sé, tía, son las ocho menos cuarto entre que nos arreglamos y llegamos y todo.) (Si lo que no sé es la necesidad que teníais de ir. Bueno, en fin, a las diez.

Pero en punto.)

Julia le preguntó lo que le había dicho a la tía para que las dejase ir.

– Nada, que nos apetecía, que estábamos toda la tarde de domingo metidas en casa-explicó Mercedes.

– Algo más le habrás dicho, porque si no…

Natalia las oía sin levantar los ojos de su mapa. Julia estaba sentada a los pies de la cama y se hurgaba en las uñas, se levantaba a tiras el esmalte viejo.

– Pero venga, muévete -dijo Mercedes con impaciencia-. Tenemos que arreglarnos. ¿Es que no te apetece venir?

– Sí, mujer, pero tenemos tiempo.

– No tanto tiempo; son menos diez.

– Vaya una ilusión que te ha entrado.

– ¿Yo?-se señaló Mercedes con acento de víctima-. Por ti lo digo. Por ir contigo; mira tú a mí qué me importa. Porque me pareció que tú querías. Lo que es a mí…

Julia estaba medio arrepentida de ir. Por el camino no habló apenas, y andaba de mala gana, parándose. Su hermana se enfadó, le dijo que ni que la llevaran al patíbulo. Que se volviera, Si quería.

Cuando llegaron al estudio de Yoni, había ya mucho jaleo. Estaba la chimenea encendida; ceniceros y botellas esparcidos por la alfombra. Al principio no vieron a Federico, empotrado en una butaca del fondo con una copa de coñac en la mano. Las vio él y les hizo una seña, levantando el brazo libre, sin moverse de su postura. Ellas se habían parado a saludar a Gertru que estaba al lado de la puerta.

– Mírale -dijo Mercedes-. Está allí.

– Bueno, y qué pasa-se volvió Julia-. Ni que hubiéramos venido a buscarle. Estás más gorda, Gertru.

– Hola, ahora vamos. Mira, Julia, nos está llamando.

– Yo no voy -dijo Julia secamente-. Estoy bien aquí.

– Hija, mira que eres. Nos está diciendo no sé qué. Yo sí voy.

– Pues vete.

– Ahora vengo.

– ¿Y tu novio?-le preguntó Julia a Gertru cuando se quedaron solas.

Ángel estaba de espaldas un poco más allá, en un grupo al lado del bar.

– Ahí, ¿no lo ves? Le está dando un recado a un amigo.

– Creo que os casáis pronto.

– Sí. Mañana viene mi suegra. Me va a llevar con ella a Madrid a escogerme el equipo.

– Qué estupendo. Estarás encantada.

– Fíjate.

Mercedes había llegado junto al sillón donde estaba hundido Federico, y hablaba con él apoyada en el respaldo. Miraron hacia acá y Julia desvió la vista. Buscó un hueco de pared para sentirse menos desairada.

– Es muy pequeño esto y hace calor, ¿no encuentras? -le dijo a Gertru.

– Sí, eso estábamos comentando antes Ángel y yo, que debían abrir alguna ventana. No sé para qué han encendido la chimenea.

– Ya, ya. Díselo a alguien que abran.

– No sé a quién.

– A tu novio, que se lo diga a los de aquí.

El vaho formaba una niebla en los cristales y detrás se dibujaban tejados, luces y ventanas de afuera, del otro lado de la calle. Gertru se quedó un poco callada, mirando la ventana con ojos distraídos. Le picaba el humo dentro. Todavía no era de noche.

– ¿Y Tali?-preguntó.

– Mejor. Ya está buena.

– ¿Ha estado mala? No lo sabía.

– Sí. Como ya no vas nada.

– Es verdad, pobrecina. Con lo que yo la quiero. ¿Está enfadada?

– No. No creo. Vamos, no sé.

– Me acuerdo cuando subíamos a la torre de la Catedral -dijo Gertru sin apartar los ojos de la ventana-. Y cuando nos parábamos en los charlatanes. Lo pasábamos bien; a estas horas salíamos de clase. La tengo que llamar.

Vino Teresa para saber si quería ir con ella a ver la cocina de su casa. Que se viniera también Julia, que nunca había estado.

– …y os enseño la ropa que me han traído de Tánger.

Julia dijo que bueno y salieron las tres. Teresa llevaba a Gertrudis cogida por los hombros.

– Te rapto un poquito a este cielo de novia, tú, mala persona-le dijo a Ángel, al pasar a su lado.

Federico, mientras se servía la séptima copa de coñac de la tarde!le estaba diciendo a Mercedes:

– Pues, chica, creí que ya no veníais. Pero, ¿y con el novio, en qué está?

– Yo qué sé en qué está. Que tendrán que dejarlo. Yo he dicho que no se casaban desde el primer día. Pero como ella es tan bruta, porque es brutísima, ha dicho por aquí meto la cabeza, y nada, hasta que se la rompa. A mí es que me pone…

– Mujer déjala -dijo Federico con pereza, estirándose-, no te lo tomes así.

– Pero cómo quieres que me lo tome. Si es que es verdad, hombre. ¿Tú crees que ella pide consejo ni dice una palabra a nadie? Nada, ni una palabra, ya ves, dos hermanas que duermen en la misma habi-tación desde chiquitas Pues nada, se puede estar muriendo de un disgusto que no me lo dice. Fíjate, ahora lo sé yo que está reñida con Miguel, y que seguramente es definitivo. Pues si le pregunto que si ha tenido carta, que sí, siempre que sí. Lo sé yo que hace más de un mes que no la escribe…

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