a la basura y ya nos hemos agarrado buenas peleas. Es un plato porque apenas estalla una tormenta, y aquí es a cada momento, la vieja se pone a temblar creyendo que es el fin del mundo y todos los días le ruega a Panta que mande hacer una gran cruz para la entrada. Mira cuántos cambios en tan poco tiempo.¿Qué te estaba contando enantes, cuando paré para ir a almorzar? Ah sí, de las loretanas. Uy, Chichi, todo lo que dicen había sido cierto y todavía mucho más, cada día descubro algo nuevo, me quedo mareada y digo qué es esto. Iquitos debe ser la ciudad más corrompida del Perú, incluso peor que Lima. A lo mejor es verdad y el clima tiene que ver mucho, quiero decir en eso de que las mujeres sean tan terribles, ya ves cómo Panta pisó la selva y se volvió un volcán. Lo peor es que las bandidas son guapísimas, los charapas tan feos y sin gracia y ellas tan regias. No te exagero, Chichita, creo que las mujeres más bonitas que hay en el Perú (con la excepción de la que habla y su hermana, claro) son las de Iquitos. Todas, las que se las nota decentes y las de pueblo y hasta te digo que quizá las mejores sean las huachafitas. Unas curvilíneas, hija, con una manerita de caminar coquetísima y desvergonzada, moviendo el pompis con gran desparpajo y echando los hombros atrás para que el busto se vea paradito. Unas frescas, se ponen unos pantaloncitos como guantes, ¿y tú crees que se chupan cuando los hombres les dicen cosas? Qué ocurrencia, les siguen la cuerda y los miran a los ojos con una frescura que a algunas provoca jalonearlas de las mechas. Ah, tengo que contarte una cosa que oí ayer, al entrar al "Almacén Record" (donde tienen el sistema del 3 x 4, tú compras tres artículos y el cuarto te lo regalan, ¿bestial, no?), entre dos muchachas jovencitas. Una le decía a la otra: "¿Ya te has besado con militar?". "No, ¿por qué me lo preguntas?" "Besan rrrrico." Me dio una risa, lo decía con el cantito loretano y en voz alta, sin importarle que todo el mundo la oyera. Son así, Chichi, unas frescas como no hay. ¿Y tú crees que se quedan en los besos? Qué esperanza, según Alicia estas diablitas comienzan con travesuras mayores desde el Colegio y aprenden a cuidarse y todo y cuando se casan las muy sapas hacen el gran teatro para que sus maridos las crean sin estrenar. Algunas van donde las ayahuasqueras (esas brujas que preparan la ayahuasca, ¿has oído, no?, un cocimiento que hace soñar cosas rarísimas) para que las pongan nuevecitas otra vez. Figúrate, figúrate. Te juro que cada vez que salgo de compras o al cine con Alicia vuelvo colorada de las historias que me cuenta. Saluda a una amiga, le pregunto quién es y me dice una terrible, figúrate que, y la que menos ha tenido varios amantes, todas las casas se han metido alguna vez con militar, aviador o marino, pero sobre todo militar, tienen un gran prestigio con las charapas, hijita menos mal que a Panta no me lo dejan usar uniforme. Estas locas aprovechan el menor descuido del marido y, sás, cuernos. De temblarles, flaca. ¿Y tú crees que hacen las cosas bien hechas, en su camita y sábanas? Alicia me dijo si quieres nos vamos a dar una vuelta a Moronacocha y verás la cantidad de autos donde las parejas están haciendo cositas (pero de verdad, ah), una al lado de la otra como si tal cosa. Figúrate que a una mujer la encontraron haciendo cositas con un teniente de la Guardia Civil en la última fila del cine Bolognesi. Dicen que se malogró la película, encendieron la luz y los chaparon. Pobres, ¿te imaginas el susto que se llevarían al ver que se prendía la luz, sobre todo ella? Se habían echado aprovechando que hay bancas en lugar de asientos y que la última fila estaba vacía. Un escándalo tremendo, parece que la esposa del teniente casi mata a la mujer, porque un locutor de Radio Amazonas que es terrible y suelta todas las verdades contó la historia con pelos y señales y al teniente acabaron sacándolo de Iquitos. Yo no quería creer semejante aventura, pero Alicia me enseñó a la tipa en la calle, una morena muy fachosa, con una carita de no mato una mosca. La miraba y le decía Alicia tú me estás mintiendo, ¿hacían cositas cositas en plena película, en esa incomodidad y con el susto de que los pescaran?
Parece que sí, a la chica la chaparon sin calzón y al teniente con el pajarito al aire. Después de París, Iquitos la corrompida, flaca. No vayas a creer que Alicia es una habladora, yo le sonsaco, por curiosidad y también por prevenida, hijita, aquí hay que estar con cuatro ojos y ocho manos defendiéndote de estas loretanas, te volteas y te desaparecen al marido. Alicia, aunque charapa, es muy seriecita, aunque a veces me saca también uno de esos pantalones de calzador. Pero no anda provocando a los hombres, no los mira con la desfachatez de sus paisanas.
A propósito de lo bandidas que son las loretanas, qué tonta, me estaba olvidando de contarte lo más chistoso y lo mejor (o más bien lo peor). No te puedes imaginar el chasco que nos llevamos cuando estábamos a medio instalarnos en esta casita. ¿Tú habías oído hablar de las famosas 'lavanderas' de Iquitos? Toda la gente me ha dicho pero dónde vivías, Pocha, de dónde bajas, el mundo entero sabe lo que son las famosas 'lavanderas' de Iquitos. Pues yo seré tonta o caída del nido, hermana, pero ni en Chiclayo, ni en Ica ni en Lima había oído hablar jamás de las 'lavanderas' de Iquitos. Fíjate que llevábamos unos pocos días en la casita, y nuestro dormitorio queda en los bajos, con una ventana a la calle. Todavía no teníamos muchacha-ahora tengo una que se le pasea el alma, pero bueniísima-y a las horas más raras de repente nos tocaban esa ventana y se oían voces de mujer: "¡lavandera!, ¿tienen ropa para lavar?" Y yo sin siquiera abrir la ventana decía no, muchas gracias. Nunca se me ocurrió pensar qué raro que en Iquitos haya tantas lavanderas por las calles y en cambio sea tan difícil conseguir muchacha, porque había puesto un cartelito "Necesito empleada" y sólo caían candidatas muy de cuando en cuando. Total que un día, era muy temprano y estábamos todavía acostados, oigo el toquecito en la ventana, "¡lavandera!, ¿tienen ropa?", y a mí se me había amontonado mucha ropa sucia, porque acá, te digo, con este calor es horrible, transpiras horrores, hay que cambiarse dos y hasta tres veces al día. Así que pense regio, que me lave la ropa siempre que no cobre muy caro. Le grité espérese un ratito, me levanté el camisón y salí a abrirle la puerta. Ahí mismo debí sospechar que pasaba algo raro porque la niña tenía pinta de todo menos lavandera, pero yo, una boba, en la luna. Una huachafita de lo más presentable, cinchada para resaltar las curvas por supuesto, con las uñas pintadas y muy arregladita. Me miró de arriba abajo, de lo más asombrada y yo pensé qué le pasa a ésta, qué tengo para que me mire así. Le dije entre, ella se metió a la casa y antes de que le dijese nada vio la puerta del dormitorio y a Panta en la cama y pum se lanzó derechita, y, sin más ni más, se plantó frente a tu cuñado en una pose que me dejó bizca, la mano en la cadera y las piernas abiertas como gallito que va a atacar. Panta se sentó en la cama de un salto, se le salían los ojos de asombro por la aparición de la mujer. ¿Y qué te crees que hizo la tipa antes de que yo o Panta atináramos a decirle espere afuera, que hace aquí en el dormitorio? Empezó a hablar de la tarifa, me tienen que pagar el doble, que ella no acostumbraba ocuparse con mujeres, señalándome a mí, flaca, cáete muerta, para darse esos gustos hay que chancar y no sé qué vulgaridades y de repente me di cuenta del enredo y me empezaron a temblar las piernas. Sí, Chichi, ¡era una pe, una pe!, las 'lavanderas' de Iquitos son las pes de Iquitos y van de casa en casa ofreciendo sus servicios con el cuento de la ropa. Ahora dime, ¿es o no Iquitos la ciudad más inmoral del mundo, hermana? Panta también cayó en la cuenta y comenzó a gritar fuera de aquí, zamarra, que te has creído, vas presa. La tipa se pegó el susto de su vida, entendió la equivocación y salió disparada, tropezándose. ¿Te figuras qué chasco, flaca? Se creyó que éramos unos degenerados, que yo la había hecho entrar para que hiciéramos cositas los tres juntos.
Quién sabe, bromeaba después Panta, a lo mejor valía la pena probar, ¿no te digo que ha cambiado tanto? Ahora que pasó ya puedo reírme y hacer chistes, pero te digo que fue un mal rato feísimo, todo el día estuve muerta de vergüenza acordándome de la escenita. Ya ves lo que es esta tierra, hermana, una ciudad donde las que no son pes tratan de serlo y donde si te descuidas un segundo te quedas sin marido, mira a la cuevita que he venido a caer.
Ya se me durmió la mano, Chichi, ya está oscuro, debe ser tardísimo. Tendré que mandarte esta carta en un baúl para que quepa. A ver si me contestas rapidito, larguísimo como yo y con montones de chismes.
¿Sigue siendo Roberto tu enamorado o ya cambiaste? Cuéntame todo y palabra que en el futuro te escribiré seguidito.
Miles de besos, Chichi, de tu hermana que te extraña y quiere,
Noche del 29 al 30 de agosto de 1956
Imágenes de la humillación, instantáneas de la agria e inflamada historia del cosquilleo atormentador: en la estricta, fastuosa formación del Día de la Bandera, ante el Monumento a Francisco Bolognesi, el cadete de último año de la Escuela Militar de Chorrillos, Pantaleón Pantoja, mientras ejecuta con gallardía el paso de ganso, es súbitamente transportado en carne y espíritu al infierno, mediante la conversión en avispero de la boca de su ano y tubo rectal: cien lancetas martirizan la llaga húmeda y secreta mientras él, apretando los dientes hasta quebrárselos, sudando gruesas gotas heladas marcha sin perder el paso; en la alegre, chispeante fiesta ofrecida a la Promoción Alfonso Ugarte por el coronel Marcial Gumucio, director de la Escuela Militar de Chorrillos, el joven alférez recién recibido Pantaleón Pantoja siente que súbitamente se le hielan las uñas de los pies cuando, apenas iniciados los compases del vals, flamante en sus brazos la veterana esposa del coronel Gumucio, recién abierto el baile de la noche por él y su invaporosa pareja, una incandescente comezón, un hormigueo serpentino, una tortura en forma de menudas, simultáneas y aceradas cosquillas anchan, hinchan e irritan la intimidad del recto y el ojal del ano: los ojos cuajados de lágrimas, sin aumentar ni disminuir la presión sobre la cintura y la mano regordetas de la esposa del coronel Gumucio, el alférez de Intendencia Pantoja, sin respirar, sin hablar, sigue bailando; en la tienda de campana del Estado Mayor del Regimiento número 17 de Chiclayo, cercano el estruendo de los obuses, el rataplán de la metralla y los secos eructos de los balazos de las compañías de vanguardia que acaban de iniciar las maniobras de fin de año, el teniente Pantaleón Pantoja, que, parado frente a una pizarra y a un panel de mapas, explica a la oficialidad, con voz firme y metálica, las existencias sistema de distribución y previsiones de parque y abastecimientos, es de pronto invisiblemente elevado del suelo y de la realidad más inmediata por una corriente sobresaltada, ígnea, efervescente, emulsiva y crepitante, que arde, escuece, agiganta, multiplica, suplicia, enloquece el vestíbulo anal y pasillo rectal y se despliega como una araña entre sus nalgas, pero él, bruscamente lívido, súbitamente empapado de sudor, el culo secretamente fruncido con una obstinación de planta, la voz apenas velada por un temblor, sigue emitiendo números, produciendo fórmulas, sumando y restando. "Tienes que operarte, Pantita", susurra maternalmente la señora Leonor. "Opérate, amor", repite, quedo, Pochita. "Que te las saquen de una vez, hermano", hace eco el teniente Luis Rengifo Flores, "es más fácil que operarse una fimosis y en sitio menos peligroso para la virilidad". El mayor Antipa Negrón, de la Sanidad Militar, se carcajea: "Voy a decapitar esas tres almorranas de un solo tajo, como si fueran cabezas de niños de mantequilla, mi querido Pantaleón."