El doctor Kuhn, psiquiatra de la Universidad de Louisville, está tan convencido de las propiedades curativas de la risa que se convirtió en un comediante profesional para atender a sus pacientes. No le importa lo que la gente «seria» piense. Pues el miedo a ser considerado una persona boba, frívola y hasta cierto punto irresponsable, hace que reprimamos la risa. Y para él, la risa y sus beneficios son cosa seria.
Lo más interesante de la risa es que beneficia al que la ejercita aunque sea a través de una risa fingida. De hecho, dicen que si uno aprende bien la mecánica de la risa podría engañarse para ser feliz. ¿Será? Vale la pena intentarlo. Aunque a mi ver, el ser feliz es un poco más complejo. No sólo requiere de un bienestar físico, sino espiritual.
El ser humano siempre se pregunta ¿me siento bien o me siento mal? ¿Estoy actuando bien o estoy actuando mal?, antes de poder determinar si es feliz o no. Se guía por sus emociones para juzgar si sus acciones son correctas o equivocadas. Si con ellas obtuvo lo que buscaba. Si logró que lo quisieran o no. Porque siempre, bajo una alegría o una tristeza está la necesidad de ser aceptado, apreciado, amado .
La necesidad de afecto es tan poderosa que es la única que en un estado de depresión puede impulsarnos a salir de nuestro encierro en busca de un olor, de un aliento con aroma de consuelo.
Esto que parece tan sencillo resulta de lo más complicado para el hombre actual, pues la comunicación entre los seres humanos, a pesar de los enormes avances de la tecnología, se ha dificultado enormemente. En gran medida a causa de la misma depresión. Uno queda tan agotado después de un día de trabajo en condiciones de tensión extremas que lo único que quiere es dormir y olvidarse de los demás. Nadie tiene tiempo, y si lo tiene, no lo quiere compartir. Todos defienden su espacio. Todos son celosos de su intimidad, de sus conocimientos, de sus logros obtenidos en el campo de batalla: la oficina. Parece que la modernidad deja poco tiempo para escucharnos unos a otros, para querernos, para consolarnos, para apapacharnos .
Si en épocas remotas era importante reunirse con los demás miembros de la tribu para compartir experiencias, ahora todo lo contrario. Si antes era importante conversar alrededor del fuego, compartir emociones, advertir sobre peligros inminentes de desastre, ahora no. Si dos seres humanos se reúnen para hablar de negocios, lo hacen con la única intención de obtener un beneficio económico. Nunca le confiarían a su competidor la amenaza de una baja en la bolsa de valores. Se reservarían la información para beneficio personal, para acrecentar su capital, pues están convencidos de que para sobrevivir es necesario un fuerte respaldo económico . Como si la posesión del oro les fuera a garantizar la inmortalidad. Como si la bolsa de valores fuera lo más importante en el mundo.
Cuando veo todo esto, me pregunto qué tanto hemos evolucionado. Qué tanto hemos avanzado. ¿Iremos por buen camino? El hombre primitivo sabía que iba bien si lograba mantener la vida de las plantas que lo alimentaban, si lograba vencer a la enfermedad, si lograba una buena caza, si nacían niños sanos y había comida para alimentarlos, si descubría la forma de prevenir desastres, la forma de predecir los eclipses, la forma de mejorar la siembra, de vivir mejor.
[4!] [5!] El hombre moderno, a pesar de contar con una tecnología avanzada y con adelantos científicos en el campo de la medicina, la agricultura y la ganadería, se siente cada día más confundido y más inseguro. Ya no sabe si va bien o va mal. Él cree que va bien si gana más que los demás. ¿Será?
Al hombre primitivo le bastaba ver un campo verde, floreciendo, para saber que iba bien. El hombre moderno, encerrado en su oficina de concreto, sin ver la luz del sol, sin enterarse del estado del campo, supone que está bien porque sus acciones de la bolsa subieron y tiene dinero para comer, para vestirse, para viajar y para pagar el hospital en caso de enfermedad, pero sobre todo para pagar sus sesiones con el psicoanalista, pues de otra manera nadie lo escucharía. Todos están muy ocupados en producir y en consumir. [2!] El hombre ha perdi do el sentido de la vida y se encuentra m ás solo que nunca .
Como soy una romántica empedernida, yo achacaba todos estos males a la «modernidad», pero el otro día descubrí un poema egipcio del siglo VII a.C. que modificó mi percepción del problema y quise seleccionar algunos versos para ustedes:
¿A quién hablaré hoy?
Los hermanos son malos.
No es posible querer a los amigos de hoy.
¿A quién hablaré hoy?
Reina la avaricia.
Todos se apropian de los bienes ajenos.
¿A quién hablaré hoy?
El desgraciado se consuela con el desgraciado,
porque el hermano se ha convertido en enemigo.
¿A quién hablaré hoy?
No hay nadie en qui én confiar.
Y los amigos nos tratan como a desconocidos.
¿A quién hablaré hoy?
El pecado, la plaga del pa ís,
no tiene fin.
La lectura de este texto de seguro les provocó dos emociones. La compasión y la tristeza . A pesar de los miles de años que nos separan del poeta que escribió estos versos, podemos compartir su dolor, su desilusión, su desolación. Podemos reconocer la emoción que lo movió a la escritura porque la hemos vivido en carne propia, porque se parece a la nuestra. Comprendemos su sufrimiento y nos sumamos a él. En este sentido, el poema crea una unión. Pero por el otro lado, tomamos conciencia de que vivimos dentro de una sociedad depredadora, que hiere, que mata, que lastima, y a la cual no queremos pertenecer. En ese sentido, el poema nos separa de los demás. El alejamiento nos podría llevar a levantar un muro de protección. A meternos bajo las sábanas y negarnos a pronunciar palabra. En el fondo, lo que anhelaríamos es poder regresar al vientre materno. A ese momento cuando nada nos preocupaba, cuando no teníamos que enfrentar ningún problema. Cuando éramos felices.
Los jóvenes deben de saber perfectamente a qué me refiero. Cada día observo la facilidad con que se contagian unos a otros el mal de la depresión. ¡Y cómo no van a estarlo! Ellos tienen acceso al mundo de internet, de las computadoras, de la información y se enteran en segundos de todo lo que pasa en el mundo Sólo les basta una tarde viendo noticias para darse cuenta del negro futuro que les espera . Para ellos, la sensación de que vamos mal como sociedad debe ser muy obvia. Saben que el mundo que les estamos dejando está contaminado, lleno de bolsas de plástico y de desechos químicos. Un mundo que sufre tremendos cambios climatológicos y constantes desastres ecológicos. Un mundo en conflicto y bajo la amenaza constante de una guerra nuclear. Ante esto, ¿qué pueden hacer? Nada. La imposibilidad de enfrentar el problema, ya no se diga solucionarlo, les deja como única salida la huida. La mejor forma de evasión es el consumo de drogas y el alcoholismo. De esta manera disfrazan su dolor y procuran estímulos que les hagan sentirse vivos.
Por supuesto que hay más opciones, ¿pero cómo las van a ver si están deprimidos? ¿Si tienen las alas quebradas? Creo que si de veras queremos salvar a este planeta debemos empezar por [5!] mejorar el estado emocional de todos los que lo habitamos . Lo revolucionario sería eso. Sacar a todo el mundo de la depresión .
Organizar cruzadas amorosas que repartieran besos, risas, cantos, bailes. Y después de hacer el amor podríamos encontrar una mejor forma de solucionar los problemas sociales y económicos que nos aquejan. «Lo que el mundo necesita es amor» sigue estando vigente.
Los beneficios que se obtienen después de hacer el amor son amplios. Aparte de llegar a sentir una total relajación mental y física, en situaciones ideales, el orgasmo nos puede llevar a experimentar estados alterados de conciencia. Y aun la más pobre de las experiencias sexuales nos proporciona placer, eleva nuestra autoestima, y nos sirve para reforzar valores básicos como la confianza en los otros seres humanos, con la ventaja adicional de que quemamos calorías.
Pero mientras la utopía llega, tenemos que enfrentar la depresión como podamos. Una forma más o menos saludable es por medio del fenómeno de la identificación, que consiste en hacer propios los anhelos, las esperanzas y los deseos de otro. Me refiero a ir al cine a ver una película, pues las imágenes tienen el poder de emocionarnos sin importar que sean falsas o verdaderas. Como prueba tenemos lo que sucede cuando soñamos. Sabemos que estamos teniendo una pesadilla y sin embargo nos despertamos con sudor en la frente, la respiración agitada y el ritmo del corazón acelerado.
[4!] Así que resulta muy reconfortante que alguien luche y gane por nosotros. Que nos ponga a circular la adrenalina. Que nos haga sentir que vencimos un peligro. Que nos coloque en una posición de superioridad desde la cual podamos reírnos del jefe, de la suegra, del vecino. Que nos haga creer que salvamos al planeta, que amamos nueve semanas y media, que acabamos con los malos, que derrotamos al demonio, que aplastamos al muñeco asesino. Tal vez de ahí venga el éxito que tienen las pel ículas de acción. Nos proporcionan emociones que no encontramos en nuestra vida diaria. Desafortunadamente, algunos productores sin escrúpulos han sacado provecho de esta situación para inundar el mercado de películas donde abundan las explosiones, los efectos especiales y todo tipo de violencia. Con el agregado de que en estas cintas se maneja como único valor el dinero, y los héroes que aparecen en ellas son capaces de matar hasta a su abuela con tal de obtener un saco de oro.
¿Que otra alternativa tenemos? Asistir a las salas donde se presentan películas no comerciales. Pero ¿qué tipo de películas vamos a encontrar ahí? Películas de gran calidad artística. Donde no hay efectos especiales pero donde los protagonistas casi nunca salen vencedores. Donde la corrupción, la violencia y el crimen, al igual que en la vida cotidiana, son más fuertes que ellos. Donde los problemas políticos o económicos son inamovibles. Donde los finales felices no existen pues se les considera enajenantes y que van en contra de la realidad.