Puede ser que los cubanos estén hechos con otra pasta, amasados en condiciones de un verano eterno y la esclavitud todavía fresca no se ha borrado en la memoria. Aunque, lo más probable sería, que son ellos las más corrientes personas como todos los pueblos que habitan el planeta.
Simplemente respetaban a su Fidel, es que ante él se inclinaban todos los enemigos. No se retiraba de él solamente la vejez, precursora de la muerte.
Todo el mundo solamente hablaba de una posible revancha, cuyos planes fraguaban los yanquis, los antiguos dueños de Cuba. ¿Pero querían los cubanos el retorno de la dictadura de títeres, latifundistas, oligarcas, mafiosos e inmigrantes, que se han achanchado, cebados por los norteamericanos? Claro que no. Lo que se refiere al debilitamiento de la opresión, el levantamiento del bloqueo y las sanciones económicas, eso es aceptable. Pero no ha de haber ninguna restauración de los viejos órdenes.
La muerte de Fidel, indudablemente, podrá servir de impulso a variar la rígida política de Estados Unidos respecto a Cuba a favor de una menor opresión. Sin embargo, no hay que engañarse respecto a lo dicho y enterrarse en ilusiones acerca de que la mayoría de los cubanos desea la muerte de la persona, a la que respeta. Sinceramente, sería el punto supremo del cinismo.
Tales ilusiones podían haber nacido solamente en las costas de Florida, en el balneario de Miami… en expectativa del desenlace de un espectáculo muy alargado, cuyo fin inevitablemente tendrá lugar con la pérdida de Fidel, de su capacidad de obrar, o, lo que saboreaba la inmigración política de Miami, con el pronto fallecimiento del líder de los comunistas.
A contrapeso el médico personal de Castro expidió solemnemente un veredicto prestigioso relacionado con su paciente de alto rango. Quitando sudor de la frente, el maestro aseguró a todo el mundo con esta conclusión: “¡Fidel llegará a vivir hasta los ciento veinte años!” El esculapio, probablemente, quedó pasmado de una declaración tan audaz, pero se la hizo pasar a él y pidió cortésmente que la leyera el propio jefe del más influyente servicio de investigación de Cuba – DI8 – José Méndez Cominches.
En cuanto a la medicina, en Cuba confiaban. Y no solamente porque es gratis y accesible para todos. Simplemente, en realidad, es la mejor en toda América latina y puede competir con los fabulosamente caros tratamientos en Occidente.
Todo lo positivo de la sanidad pública de Cuba Juan Miguel y Elizabeth lo pudieron apreciar en plena medida, cuando después de unos intentos infructuosos de tener un niño, al fin y al cabo, lograron alcanzar lo deseado, y con ayuda de los médicos de La Habana apareció el fruto de su amor y heredero del linaje, el pequeño Elián.
Esto tuvo lugar después de tener siete abortos, unas decenas de consultas, investigaciones en el servicio genético en el hospital “Ramón González Coro”. ¡El octavo embarazo condujo a alcanzar la meta deseada – el 6 de diciembre de 1993 entre Juan Miguel y Elizabeth, oficialmente divorciados, pero que vivían bajo un mismo techo, nació un niño sano!
Padre y madre… Por fin, se han hecho padres. No podían apartar la vista del pituso envuelto en pañales con las cejas pegadas. Era muy difícil creer que esta diminuta criatura hace poco se movía en la barriga de Eliz. Los dos estaban locos de alegría. El muñeco era la encarnación del sueño de ellos. Pertenecía de igual manera a los dos. Ambos se sacrificarían, si se necesitara algo para este ser indefenso.
– Eres una verdadera heroína – así alentaba Juan Miguel a la aún débil Eliz. Su cara después del parto estaba cubierta de pequeñísimas pintas – debido al parto, se reventaron numerosos vasos capilares. Se sentía cohibida de su apariencia impresentable y, además, de que hubiera engordado tanto. ¡Qué tonterías! Nunca antes Eliz había sido tan guapa. Así francamente lo creía su ex marido. Cuando ellos se conocieron, la chica apenas había cumplido catorce años. Quién sedujo a quién, es una pregunta problemática. Elizabeth, muchachita animada, siempre lograba alcanzar lo que quería. Juan Miguel era el primero y único varón en su vida. Para Cuba, donde los criterios de edad tienen sus específicos marco. Esa relación sexual tan temprana se consideraba, si no una norma, ya establecida, entonces habiendo un acuerdo mutuo y si no se manifiestan en contra los familiares, era algo habitual y común. Inicialmente sus relaciones se llenaron de pasiones irresistibles, que desembocaban en inolvidables placeres de la carne. Al correr los años, el ardor sexual se relajó, y los sentimientos se transformaban en algo más próximo serio y maduro.
Eliz quería tener una familia normal, quería ser verdaderamente una mujer adulta, ser madre. Juan Miguel soñaba de la misma manera que su esposa.
Se festejó un casamiento modesto, los dos sin demora se pusieron a cumplir las tareas planteadas – dar a luz a un niño. El tiempo pasaba volando, pero la criatura no quería nacer. El sexo de manera gradual adquirió un carácter de trabajo minucioso, cuya finalidad era tan noble y generosa que ya ni hablar de la concupiscencia.
La seriedad de las intenciones empeoraba la ilusión ligada a los permanentes fracasos. El miedo ante el sucesivo aborto conllevaba a los dos a un estado de desesperación. Cada intento de iniciar todo desde el principio finalizaba con un nuevo fiasco.
A Juan Miguel y Elizabeth transcurridos ocho años tensos y, siendo este un período poco feliz, ya no les hacía falta explicar qué significaba la imperfección y el sentimiento de perdición irremediable.
Muchas familias en todos los rincones de la tierra padecen de un ansia similar, repitiéndose esta de año en año en intentos fallados de tener un angelito. Algunos hallan el motivo para reñir y llevan el asunto hasta el divorcio, ocultando la causa verdadera con las habituales frases: “No nos llevábamos bien”. Otros caen en una depresión horrible y buscan formas de relajarse en ligues románticos fuera de la casa. Algunos, a semejanza de Juan Miguel y Elizabeth, al haber perdido la agudeza de la pasión carnal, siguen yendo hacia la meta, costara lo que costara. En el caso de que la alcancen, ellos serán los seres más dichosos del mundo.
Se concentraron en lo más importante. Juntos alcanzaron el fin. Su peque Eliancito – un ser vivo, su hijito querido – se hizo ciudadano del país, al cual los dos lo querían con locura.
En ellos había tanto de común. Si lo hubieran comprendido antes, no habría ocurrido lo que tuvo lugar seis años después de nacer su criatura…
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La policía encontró rápidamente a Lázaro. Decidieron arrestarlo directamente a la salida de la discoteca “La Rumba” – meca de la reserva turística de Varadero.
La entrada aquí a las cubanas, que se dedicaban a la prostitución, se les estaba prohibida rotundamente. Se las arreglaban para pasar el cordón de seguridad, yendo tomadas del brazo de algún novio cubano…
Lázaro intervenía en esta ocasión como cortejador de Yoslaine, una mulata exuberante con colmillos de oro. Las lechuguinas habaneras no se olvidaron de adquirir este atributo de estilo, tomado de los videoclips puertorriqueños y de Miami, y difundir la moda de estas coronas de oro a todas las grandes ciudades, desde la capital tabacalera Pinar del Río hasta el carnavalesco Santiago y la colonial Trinidad.
La tarea de la parejita era simple. Primero, pasan a la discoteca, aparentando ser unos enamorados. Luego, la mulata encuentra a un extranjero y se pone de acuerdo en reunirse con el cliente en la calle. Lázaro se la lleva del club y la acomoda en el coche del turista. Ella le entrega diez pesos “convertibles” por el servicio, de los cuales dos llegarán al “pico” del guardia. Todos quedan satisfechos.
Lázaro Muñero García en más de una ocasión se vio realizando tales negocios. Los guardias de “La Rumba” le reconocieron y uno podía notar en estos una alegría prudente, ya que esperaban recibir una propina.