Una construcción importante, finalmente, al margen de la rehabilitación de las estaciones dañadas en el desesperado intento de Azov durante los últimos años de la Guerra; más allá de las interminables reestructuraciones de la deuda y los ajustes necesarios cuando los mercaderes se asociaron en la Alianza y dejaron a los bancos de la Unión con una deuda enorme.
Setenta años después, era factible un cambio de política para salvar esa conexión de comercio solamente porque los intereses especiales que habían bloqueado el asunto descubrieron finalmente que no había otra alternativa.
—Presento una moción para suspender el debate —dijo Harad con su murmullo habitual—. ¿Alguien la secunda?
—Secundada —intervino Corain.
—Se inicia la votación.
Un ruido brusco al otro extremo de la mesa. Nye había volcado el vaso de agua sobre sus documentos y estaba sentado allí, sentado allí con el agua corriendo sobre sus papeles en una postura hierática que al principio pareció incongruente, como si estuviera tratando de oír algo.
Después, el corazón de Corain se aceleró, un momento de alarma mientras adivinaba el inminente colapso, mientras Lao, sentada junto a Nye, se levantaba para tratar de sostenerlo, mientras todos se movían, hasta el último ayudante.
Pero Giraud Nye se estaba deslizando sobre los documentos, cayéndose de la silla, totalmente inerte mientras el azi Abban daba un empujón a Lao y sostenía a Giraud en medio de su caída entre las sillas.
El Concejo, los ayudantes, todos se movían en un tumulto, y el corazón de Corain latía a marchas forzadas.
—Un médico —ordenó a Dellarosa, a cualquiera que quisiera ir, mientras Abban sostenía a Nye en el suelo, con el cuello abierto, administrándole los primeros auxilios con precisión metódica.
Ahora todo estaba en silencio, excepto los ayudantes que se deslizaban fuera de la cámara; resultaba extraño que nadie se moviera, que todos parecieran estar paralizados, excepto un joven ayudante que se ofreció a ayudar al azi.
Llegó la asistencia médica, pasos apresurados, el ruido metálico y brusco del equipo portátil; los cancilleres y los ayudantes se apartaron con rapidez para dejar paso a los profesionales y después esperaron mientras otros médicos traían una camilla; y el equipo médico y Abban se reunieron junto a Nye, lo levantaron y se llevaron la camilla.
Vivo, pensó Corain, impresionado: no podía entender su propia reacción, ni por qué estaba temblando cuando Nasir Harad, de pie todavía, bajó el martillo con la discreción de un presidente para pedir un descanso de emergencia.
Por un momento, nadie se movió para irse. Centristas y expansionistas se miraron unos a otros con una impresión humana, vaga, durante un buen rato.
Después, Simón Jacques reunió sus documentos, otros lo imitaron y Corain dirigió una señal a los pocos ayudantes que le quedaban.
Después de eso, fue una retirada, cada vez más precipitada, para reconsiderar la situación, para averiguar con decoro la gravedad del asunto, para saber si Nye iba a recuperarse de ésta.
O si no lo haría.
En cuyo caso... nada sería igual.
II
—... sufrió un ataque en la cámara del Concejo,decía la declaración pública que sonaba en Reseune, y la gente se detuvo donde estaba, en los despachos, en los pasillos, esperando. Justin se quedó de pie, con las manos llenas de papeles de la impresora de Sociología y una vaga y fría sensación en el corazón que le decía que, cualesquiera que fueran sus sentimientos personales hacia Giraud...
... había cosas mucho peores.
—Se estabilizó en la unidad de emergencias médicas del Salón del Estado y se dirige en una ambulancia a la unidad de terapia intensiva del Hospital Mary Stamford, en Novgorod. Se pensó en enviarlo a las instalaciones médicas de Reseune, pero el avión disponible no contaba con el equipo necesario.
»Su compañero Abban estaba con él cuando le sobrevino el ataque y sigue con él en la ambulancia.
»Se ha informado al secretario Lynch, que ha jurado como sustituto interino para los asuntos de emergencia.
»El administrador Nye solicita que las expresiones de preocupación y las preguntas sobre la situación de su hermano se dirijan al hospital de Reseune, que está en contacto con el hospital Stamford en Novgorod, y que no se realicen consultas directas a Novgorod
»El personal de Reseune debe continuar con sus horarios habituales. Se emitirán comunicados a medida que se reciba la información.
—Mierda —dijo alguien, al otro lado de la habitación—, ya ha sucedido, ¿verdad?
Justin cogió los papeles y se fue por el pasillo hacia las mamparas transparentes donde la gente se reunía a comentar en pequeños grupos.
Se dio cuenta de que lo miraban por detrás, se sintió objeto de atención y no le gustó.
Sintió como si el suelo se tambaleara bajo sus pies, a pesar de que todos sabían que aquel momento debía llegar.
—Éste es el principio. Lento —dijo un técnico y él alcanzó a oírlo—. Tal vez ya está muerto. No van a admitirlo, hasta que el Departamento haya designado a un sustituto. No pueden admitir nada todavía.
Era algo horrible, ir a ver a Denys ahora. Pero una llamada por el Cuidador resultaría demasiado fría e impersonal, y Ari se enfrentó a la puerta del apartamento y se identificó ante el Cuidador, con Florian y Catlin detrás, y nada, ninguna protección contra la inseguridad la esperaba tras aquella puerta, el desconsuelo de un viejo, un viejo que se enfrentaba a una soledad que nunca en su vida (Giraud mismo lo había admitido) había podido aceptar.
Si Denys lloraba, pensó ella, si Denys se sinceraba ante ella, se sentiría terriblemente avergonzado y enfadado con Ari; pero ella era la familiar más cercana que le quedaba, alguien que no quería estar allí hoy, que no quería ser adulta y responsable, sobre todo cuando se le presentaba la idea de que la visita podía ser un grave error.
Pero tenía que intentarlo, pensó.
—Tío Denys —dijo—, soy Ari. ¿Quieres compañía? Una pequeña espera. La puerta se abrió de pronto y ahí estaba Seely, mirándola.
—Sera —murmuró Seely—, entre.
El apartamento era muy pequeño, muy simple comparado con el suyo. Denys podía haber tenido uno mayor, podía haber disfrutado de cualquier lujo que hubiera deseado en su larga carrera. Pero ahora Ari veía el apartamento como el hogar, la dominó un sentimiento agudo de nostalgia en el que se vio de pronto como una desconocida demasiado mayor, y a Florian y a Catlin entrando con ella... adultos y desconocidos en aquel lugar: la pequeña sala, el comedor, la suitea la derecha que les había pertenecido a ellos y a Nelly; el vestíbulo a la izquierda, que conducía a la oficina de Denys, al dormitorio de su tío y al lugar espartano que ocupaba Seely.
Ella miró en esa dirección cuando Denys salió de la oficina, pálido y demacrado, casi como aturdido cuando lavio.
—Tío Denys —dijo ella con amabilidad.
—Ya lo sabes —comentó Denys.
Ella afirmó con la cabeza. Y se sintió herida por la situación... ella, a quien la Unión consideraba un genio para manejar los contextos emocionales, para controlar, deshacer y reformar las reacciones humanas. Pero resultaba muy distinto cuando el contexto emocional llegaba hasta las raíces de uno mismo. Lo único que podía pensar con lógica era que había que redirigir la emoción. Redirigirla y reenfocarla en otra cosa: el dolor es una función que se enfoca en sí misma, y la contradicción pone mucha culpa en el hecho de cuidar de nosotros mismos.
—¿Estás bien, tío Denys?
Denys respiró hondo varias veces y, por un momento, pareció desesperado. Después levantó el mentón y dijo:
—Se está muriendo, Ari.
Ella se acercó y lo abrazó, muy consciente de sí misma... Dios, culpable: cálculo, demasiada experiencia; esa sensación fría por dentro cuando lo palmeó en el hombro. Después se apartó y preguntó: