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—No. Tienes mucha razón. Traté de construir un perfil de Ari, sin decir nada. Como hizo su predecesora conmigo. Las elecciones que toma dentro de su modelo, las cosas que haría si estuviera en el escenario de Gehenna; es muy, muy agresiva y se protege mucho a sí misma. Elaboré un cuadro de sus fases de comportamiento: los ciclos menstruales, los cambios hormonales, lo mejor que puedo, adivinando, pero sé que ahora está en una situación muy inestable por las hormonas; y siempre miro los esquemas con ella. Pero eso no es todo. —Rompió otro pedazo de pan y lo lanzó, justo donde podía tomarlo el koi rayado—. Y no todo tiene que ver con su predecesora. Es una mente brillante. Cuando fluctúa, las funciones análogas se hacen terriblemente especulativas, y los efectos colaterales de la contradicción se integran muy bien. Ya lo he visto. Y aún más, ella originó toda la teoría de la matriz de flujo; ¿crees que no entiende sus propios ciclos? ¿Y que no los usa? Pero la joven Ari me hizo entender algo que debería haber notado antes: manejamos a los demás con mucha precisión, pero a nosotros mismos nos manejamos con muy poca. Ari tiene dificultades con sus definiciones del ego. Eso siempre sucede con una R, y yo lo sé bien; y solamente puede empeorar. Por eso pedí la transferencia.

—¿Para que esté siempre de nuestro lado?

Él respiró hondo varias veces. Parpadeó con rapidez para olvidar la cara de Ari senior, el recuerdo de sus manos sobre la piel.

—Ahora es vulnerable —dijo después, jadeando—. Está buscando una señal de la raza humana en cualquier planeta. Eso es lo que siento, que tal vez ella estaba tan confiada como yo entonces. Así que cogí la oportunidad al vuelo. Y eso es lo que pensé. Que se protege tanto a sí misma que tal vez era la única oportunidad, ahí, en esos dos segundos. —Tembló un poco, un giro involuntario del cuello—. Señor. Aborrezco trabajar en tiempo real.

—Que lo aborrezcas —dijo Grant— no significa que no sepas hacerlo. Este azi sospecha que ella lamentaría herirnos a cualquiera de nosotros. Y no creo que eso sea verdad con respecto a cualquier CIUD. Si alguna vez acepta mi propuesta... No —le interrumpió cuando Justin levantó la vista para objetar—. Uno: no creo que la acepte. Dos: si lo hace, confía en mí, yo me encargaré de todo. Confía en mí. ¿De acuerdo?

—Claro que no.

—No, pero no te vas a meter: tú sigue con tus cosas inesperadas e incomprensibles, y no te preocupes, que yo sé hacer las mías. Esas cosas hacen que la mente se desconcentre, y yo prefiero manejarla a ella sobre una base racional, te lo aseguro. Si puedes hacer que los dos dependamos de tu juicio en una cosa, confía en el mío para lo mío, y no me preocupes. No hubiera dudado ni la mitad de lo que lo hice si hubiera estado seguro de que no ibas a entrar en la oficina y echarlo todo a perder ahí mismo. No puedo pensar y cuidarme cuando tú estás involucrado. ¿Sí? Prométeme que no vas a meterte.

—No puedo dejar que una chica malcriada...

—Claro que puedes. Porque soy capaz de cuidarme solo. Y en algunas cosas soy más hábil que tú. No son muchas. Pero en esto, sí. Permíteme que me sienta un poco superior. Tú tienes todo el resto.

Él contempló un largo rato a Grant, una cara que con el tiempo había adquirido tensiones de las que en general los azi carecen. La vida entre los CIUD había hecho eso.

—¿Trato hecho? —le preguntó Grant—. Vamos: confía en mí. Yo confío en ti con lo de la transferencia. Así que los dos podemos estar preocupados por algo. ¿Hasta qué punto puedes confiar en mí?

—El problema no es si confío en ti.

—Ah, sí. Sí, ése es el problema. De azi a supervisor. ¿Me oyes?

Él asintió, después de un momento. Porque Ari podía hacer lo que quisiera, pero quien podía herir a Grant era él.

Estaba mintiendo, claro. Y tal vez Grant lo sabía.

IX

—Hay una cinta —le había dicho Ari a Denys en su oficina, y le había aclarado de qué cinta estaba hablando.

—¿Cómo lo has averiguado? —había preguntado Denys.

—La Base.

—Nada que ver con la cena de anoche en Cambios, ¿verdad?

—No —respondió ella sin dudar, sin parpadear—, discutimos sobre oscilaciones culturales.

Denys odiaba las bromas cuando estaba hablando en serio. Siempre había sido así.

—De acuerdo —dijo, con el ceño fruncido—. No pienso impedir que la veas.

Así que envió a Seely a buscarla.

—No uses kat cuando la veas ni expongas a Catlin y a Florian y, por Dios, ponía donde nadie pueda verla.

Ella había pensado preguntarle lo que contenía. Pero las cosas ya estaban demasiado tensas. Así que habló de otras cosas, sobre su trabajo, sobre el proyecto, sobre Justin, sin mencionar la discusión.

Tomó una taza y media de café y comentó rumores agradables, y desagradables: sobre las elecciones, sobre la situación en Novgorod, sobre la oficina de Giraud y sobre Corain, hasta que Seely trajo la cinta.

Y ella se fue a casa con aquello, con Catlin, porque estaba nerviosa de sentirla en el bolso, estaba nerviosa cuando llegó al apartamento y pensó en ponerla en el aparato.

La inseguridad que le provocaba la situación le hacía desear que Florian y Catlin estuvieran con ella cuando la viera.

Pero eso, pensó, era irresponsabilidad. Las situaciones emocionales eran cuestión suya, no de ellos, y no importaba que sera estuviera nerviosa, no importaba que sera quisiera, como una niña pequeña, tener a alguien con ella.

No te habría recomendado esto,había dicho Denys, muy perturbado, según se dio cuenta ella, aunque no del todo sorprendido. Pero te conozco lo suficiente para saber que no hay quien te pueda parar cuando empiezas a preguntar una cosa. No pienso hacer ningún comentario. Pero si tienes una pregunta después de que la hayas visto, puedes enviarla a mi Base si la consideras demasiado íntima y yo te contestaré con el mismo procedimiento. Si quieres.

Es decir: Denys no pensaba darle ninguna pista acerca de la situación.

Así que ella cerró la puerta de la biblioteca y echó la llave; puso la cinta en el aparato, sintomar la pastilla. No era una tonta. No iba a estudiar en profundo una cinta sin saber lo que contenía, sin haber pasado una prueba para averiguar si había subliminales.

Se sentó y apretó las manos cuando empezó, fascinada al principio al ver un lugar tan familiar, caras tan conocidas... Florian y Catlin cuando tendrían por lo menos ciento veinte años; y Justin, el muchacho era sin duda Justin incluso desde aquel ángulo tan desventajoso, de unos diecisiete; y Ari misma, elegante, segura: había visto fotos de Ari a esa edad, pero en todas ellas Ari solamente contestaba preguntas.

Escuchó, captó el nerviosismo en la voz de Justin, la fineza del control en Ari. Era raro conocertan bien aquella voz y sentir por dentro lo que estaba haciendo, y entender lo que le haría el kat a esa experiencia, y ella lo entendía porque era hábil en el aprendizaje por cinta. Sintió una punzada en la espalda, una sensación de estar profundamente involucrada en una situación de peligro. Respuesta condicionada,indicaba una parte analítica de sus pensamientos. Las costumbres de aquella habitación, la respuesta fisiológica del sistema endocrino a la costumbre de tomar kat en esa habitación, y el hábito de toda la vida de responder a la cinta. Los azi deben de hacer esto, pensó. Mi contexto emocional la está rechazando. Gracias a Dios que no tomé trank para verla.

Mientras, los músculos recibían el estímulo simpático de los nervios que sabían lo que era caminar así, sentarse y hablar, y una mente que entendía en ese contexto que Ari estaba excitada y que tenía el pulso acelerado, y que el blanco de sus intenciones era un Justin muy joven, muy vulnerable, un Justin que recogía las señales que enviaba Ari y reaccionaba con un nerviosismo extremo.

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