—Pero Catlin no es tan social como tú. Y el sexo representa una gran sacudida, Florian, una gran carga de hormonas. (Pero en realidad son los valores contradictorios los que hacen enloquecer las cosas. Contradicción y recuerdo, interacción de cerebro y hormonas. Eso es lo que me pasa. Procesos CIUD. Todo el medio fluctuando en cuanto a los valores. Ni siquiera Florian piensa de esta forma contradictoria.)No le molestó, ¿verdad?
A él se le escapó una risita, más de sorpresa que de angustia, una risita que la dejó un poco menos preocupada, o más, pero por otras cuestiones.
—Mierda, Florian, no sé todo lo que debería saber. A veces, quisiera ser azi. En serio. Vigila a Catlin. Si sus reacciones no son las mismas, o las tuyas, quiero saberlo enseguida, quiero saberlo inmediatamente, llámame aunque tengas que parar un Ejercicio para hacerlo, ¿entiendes?
—Sí, sera.
—Me preocupo, me preocupo porque soy responsable, eso es todo. Y me pone nerviosa esto de experimentar con nosotros mismos, porque no puedo ir a preguntar a nadie, tengo que intentar las cosas y de verdad necesito que me digas si me equivoco contigo. Tú tienes que poner objeciones, ¿me oyes?, tienes que objetar si crees que estoy haciendo algo incorrecto.
—Sí, sera. —Automático como la respiración.
Llegaron a la cocina. Catlin estaba poniendo la mesa. Los miró, un poco extraña por la tensión que tenía entre las cejas.
—No te preocupes —dijo Ari—. Florian me ha contado lo que pasó. Está bien.
La tensión desapareció. Catlin le dirigió una de sus sonrisas verdaderas.
—Él estaba contento de verdad anoche —comentó Catlin atacando directo el centro de la cuestión, como sólo ella podía hacerlo.
Claro que Florian había estado contento. Su supervisora se lo llevaba a la cama y le decía que había estado bien; lo mandaba en estado de contradicción a entenderse con una Catlin en el mayor estado de contradicción posible para ella, ¿cómo podía estar Catlin cuando su supervisora se encerraba en la habitación con su compañero y hacía algo misterioso y emocional con él?
Así que se despertaban con toda esa carga sobre sus espaldas.
Tonta, tonta. Los hiciste sentir mal dos veces, por razones equivocadas. ¿No puedes hacer nada bien?
Tomaron el desayuno. Pasadme la sal. Más café, sera... Mientras ella seguía sintiendo el estómago revuelto y trataba de parecer alegre y pensar en cosas alegres al mismo tiempo.
Y después:
—Florian —dijo, finalmente—. Catlin. Dos caras perfectamente atentas se volvieron hacia ella, abiertas como flores a la luz.
—Sobre lo que pasó anoche... somos muy jóvenes todavía. Tal vez sea bueno que experimentemos entre nosotros para que no estemos demasiado hundidos en un estado de contradicción cuando lo hagamos con otras personas, porque ahí es cuando la gente puede Trabajarnos. Pero debemos evitar con todo cuidado Trabajarnos unos a otros sin querer, ni siquiera si nos resulta divertido, porque no hay duda de que uno se descuida. Yo he bajado la guardia en esto.
Le hablaba a Catlin, sobre todo. Y ella observó:
—Sí, el sexo hace bajar la guardia. —Con su risa rara, tan difícil de captar como su sonrisa verdadera—. Eso se puede usar.
—Claro que sí —dijo Ari finalmente, con más firmeza que antes. La contradicción disminuía, despacio, ahora que sabía lo que debía hacer—. Pero resulta difícil para los CIUD. Estoy con problemas de contradicción, nada que no pueda superar. Tenéis que acostumbraros a verme un poco rara de vez en cuando; no dura mucho, no me perjudica, forma parte del sexo de los CIUD. Se supone que no debo discutir mis problemas psíquicos con vosotros, pero ahora que lo estoy haciendo, me siento mejor y recupero el equilibrio. Eso no es anormal en un CIUD. Ya sabéis algo sobre eso. Y otra cosa. Creo que debería hacerlo, tomadme como ejemplo, para empezar. Vosotros no estáis acostumbrados a la contradicción... —Miró a Catlin a los ojos—. No a la contradicción fuerte, por lo menos. Sentiste algo cuando Florian se hirió. Pero eso es algo que ya sabías, Esto es nuevo y hermoso, y es una cosa de mayores. Como el vino. Si te sientes incómoda o preocupada al respecto, cuéntaselo a Florian o a mí, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aceptó Catlin, abierta hasta el fondo y muy seria—. Pero Florian ya hizo cinta al respecto, así que está bien. Si lo acepto es porque él es el especialista en esto, nada más. Pero puedo aprenderlo bien. Había que confiar en Catlin. Ari prestó atención a los nuevos porque Catlin sabía cómo leer las caras, y ella tenía ganas de reírse. Las hormonas todavía estaban enloquecidas. Pero el cerebro había empezado a defenderse.
El cerebro tenía que ganar, había dicho Ari senior. Pero la pequeña glándula en la base del cerebro es la causa de todos los problemas. No es casual que estén tan juntos en el cuerpo. Dios tiene sentido del humor.
VII
—Vamos a dar permiso para que Will asimile la rutina —dijo Yanni—. Yo personalmente creo, y el directorio estaba de acuerdo, que ya lo ha hecho hasta cierto punto, desde el momento en que esto empezó a funcionar. Con ese toque de valores profundamente colocados que tiene, no me sorprende, y estoy de acuerdo con el directorio en que eso es causa de preocupación.
Justin miró sin ver el borde del escritorio de Yanni.
—Estoy de acuerdo con eso —decidió finalmente.
—¿Qué piensas?
Él respiró hondo, se arrancó de las sombras mentales y miró a Yanni a la cara, no a los ojos.
—Creo que el directorio tiene razón. No lo analicé desde esta perspectiva. ;
—Quiero decir, ¿cuál es tu visión del problema en sí?
—No lo sé.
—Por Dios, despierta, hijo. No pensé, no lo analicé, no lo sé, ¿qué mierda te pasa? Él meneó la cabeza.
—Cansado, Yanni, simplemente estoy cansado. Esperó la explosión. Yanni se inclinó hacia delante sobre los brazos y suspiró profundamente.
—¿Grant?
Justin miró la pared.
—Lo siento mucho —dijo Yanni—. Hijo, es cuestión de tiempo. Mira, ¿quieres una fecha? Conseguiré el permiso. Eso va a llegar.
—Claro que sí —masculló Justin con suavidad—. Claro que sí. Todo llegará. Conozco el juego, maldita sea. Ya me he cansado, Yanni. Estoy fuera. Estoy cansado, Grant está cansado. Sé que Jordan se está cansando. —Estaba al borde de las lágrimas. Dejó de hablar y se quedó así, mirando adelante, a la pared y el rincón donde empezaban los estantes. Un bastón ritual de espíritus de los downers, en una vitrina. Yanni tenía sentido estético. O era un regalo de alguien. Ya se lo había preguntado antes. Envidiaba esa pieza.
—Hijo.
—¡No me llame así! —Volvió a fijar los ojos en Yanni, con dificultad, el aliento trabado en el pecho—. No... me llame así. No quiero oír esta palabra.
Yanni lo miró un largo rato. Yanni podía partirlo en dos porque lo conocía bien. Y él le había dado todas las claves, durante todos esos años. Acababa de darle una importante ahora, con esta reacción.
Pero incluso eso le era indiferente.
—Morley envió un excelente informe sobre tu trabajo con el joven Benjamín —dijo Yanni—. Dice... dice que tus argumentos son muy convincentes. Va a ir al comité con eso.
El bebé Rubin. Ya no era un bebé. Seis años, un niño flaco, dulce, de ojos grandes, con muchos problemas de salud y un profundo afecto por Alley Morley. Y en cierta medida, su paciente.
Así que Yanni empezaba a atacarlo por los puntos más sensibles. Era de esperar. No iba a salir entero de la oficina. Había sabido eso cuando Yanni lo dejó pasar.
Miró el bastón sagrado en la vitrina.
No era humano. Un pueblo amable que los humanos no tenían derecho a llamar primitivo. Así los llamaban, por supuesto. Y los metían en un protectorado.
—Hijo... Justin. Te aseguro que es un retraso temporal. Le dije lo mismo a Grant. Tal vez seis meses. Nada más.