—¿No? —Ari le acarició el cabello. Estaba elegante, en un traje castaño. Se dio la vuelta y le sonrió—. Ven cuando quieras. Puedes irte a tu casa esta noche. Tal vez lo repitamos, ¿quién sabe? Tal vez puedas contárselo a tu padre, él te consolará, ¿no? Dile lo que quieras. Claro que tenía un grabador en marcha. Tengo muchas pruebas si quiere ir al Departamento.
Justin sintió frío, mucho frío. Trató de no demostrarlo. La miró con ira, la mandíbula dura, mientras ella sonreía y salía por la puerta. Y durante un largo rato, se quedó allí, frío como el hielo, marcado, con punzadas de dolor que le recorrían el cerebro desde la punta del cráneo hasta la nuca. Sentía la piel hipersensible, abierta en algunas partes. Tenía el brazo magullado, donde se observaban marcas de dedos.
Florian...
Un destello le inundó la mente, sensación e imagen desde la oscuridad, y él hundió la cara entre las manos mientras trataba de olvidar. Destello de cinta. Cinta profunda. Vendrían más y más. No sabía lo que podía recordar. Y vendrían jirones de recuerdos flotando hacia la superficie y mostrándose un momento, restos de palabras, sentimientos e imágenes, antes de que rodaran y se hundieran de nuevo en la oscuridad, nada coherente, sólo más y más recuerdos cada vez. Ya no podría detenerlo.
Apartó las sábanas y salió de la cama tratando de no mirar su propio cuerpo. Fue hasta el baño, abrió la ducha y se bañó, se enjabonó repetidas veces, frotando sin mirarse, tratando de no sentir nada, de no recordar nada, de no preguntarse nada. Se frotó la cara y el cabello, hasta la boca, con jabón perfumado, porque no sabía si había otra cosa que pudiera usar; y escupió, escupió, y tuvo náuseas por el jabón amargo y espumoso, pero no se sintió limpio. Era un perfume que le recordaba a ella. Ahora él tenía ese perfume y sentía el sabor en el fondo de la garganta.
Y cuando se secó en el aparato de la ducha y salió al aire frío del baño, entró Florian con un montón de ropa.
—Hay café, ser, si quiere.
Tranquilo como si nada hubiera pasado. Como si nada fuera real.
—¿Dónde puedo afeitarme? —preguntó él.
—En la mesa, ser. —Florian hizo un gesto hacia la pared con espejos del baño—. Cepillo de dientes, peine, loción. ¿Necesitará alguna otra cosa?
—No. —Justin mantuvo la voz tranquila. Pensó en irse a casa. Pensó en suicidarse. En los cuchillos de la cocina. En las pastillas del botiquín. Pero la investigación abriría toda la situación a la política, y la política se tragaría a su padre. En ese mismo momento, pensó en subliminales, subliminales que podrían haber sepultado en su mente la noche anterior, deseos de suicidio de Dios sabía qué. Cualquier pensamiento irracional resultaba sospechoso. Ya no podía confiar en esos pensamientos. Una serie de destellos de cinta pasaron por su mente, sensaciones, visiones eróticas, paisajes y viejas obras de arte.
Luego sucesos reales, en el futuro. Imágenes de la rabia de Jordan. El mismo, muerto, sobre el suelo de su cocina. Reconstruyó la imagen y trató de hacerla exótica; él mismo caminando más allá de las torres del precipicio, los aviones rastreadores encontrarían horas después el cuerpo como un harapo blanco.
—Lo lamento, ser, parece que lo encontramos.
Pero no era una prueba tangible para detectar subliminales que Ari hubiera introducido en su cinta. Cuando una mente bebe del estudio en cinta, lo incorpora. Las imágenes de cinta se diluyen y la memoria se entreteje con la estructura implantada y crecen a su manera, cada vez más. No hay forma fiable de detectar una orden implantada allí; pero no podría hacerlo actuar en estado de vigilia, a menos que disparara muy bien una predisposición anterior. Sólo cuando las drogas le disminuyeran el umbral de la conciencia, aceptaría estímulos sin pensarlos, contestaría lo que le preguntaran, haría lo que le pidieran.
Cualquier cosa que le pidieran, cualquier cosa que le dijeran, si pasaba las barreras subconscientes de sus grupos de valores y sus bloqueadores naturales. Con tiempo, un cirujano psíquico podía obtener respuestas que revelaran los grupos y sus configuraciones y luego simplemente insertar una idea o dos para confundir la lógica interna, volver a arreglar el grupo después, crear una nueva microestructura y unirla con lo que él quisiera como cirujano.
Todas aquellas preguntas, aquellas preguntas en las malditas pruebas psicológicas que Ari le había hecho con la excusa de que eran rutinarias para los ayudantes del Ala Uno, preguntas sobre su trabajo, sus creencias, sus experiencias sexuales, preguntas que él, en su estupidez, había interpretado sólo como un tormento más al que le sometía.
Se vistió evitando mirar los espejos. Se afeitó, se lavó los dientes y se peinó. No había nada raro en su cara, ninguna señal, nada que dijera lo que había pasado. Era la misma cara de siempre. La cara de Jordan.
Seguramente ella había disfrutado con eso.
Se sonrió a sí mismo, para ver si podía controlarse. Podía. Conservaría el control mientras no tuviera que enfrentarse a Ari. Podía manejar a los dos azi.
Bueno, podía manejar a Florian. Gracias a Dios había sido él quien se había quedado y no Catlin, y luego con un temblor frenético de terror quiso saber por qué reaccionaba de esa forma, por qué la idea de enfrentarse a Catlin-cubo-de-hielo enviaba una onda de desorganización por sus nervios. ¿Miedo de las mujeres?
¿Tienes miedo de las mujeres, cariño? Sé que tu padre es así.
Se peinó. Quería vomitar. Sonrió, como prueba de control y se masajeó cuidadosamente la zona dolorida de los músculos alrededor de los ojos, relajó la tensión de los hombros. Luego salió caminando y dirigió a Florian aquella sonrisa.
Él se lo dirá aAri . No puedo pensar con este terrible dolor de cabeza. Maldita sea, que le diga que ya estaba bien, es lo único que debo hacer, conseguir que mi cara siga inexpresiva y salir de aquí.
El salón, la alfombra blanca, las pinturas en las paredes le trajeron un destello de memoria, de dolor y sensaciones eróticas.
Pero todo le había pasado a él. Era como una especie de armadura. No había nada que temer. Tomó la taza que le ofrecía Florian y bebió un sorbo, mientras detenía el temblor de la mano, un temblor que lo golpeó de pronto cuando el frío interno y una ráfaga del aire acondicionado coincidieron.
—Tengo frío —comentó—. Creo que es la resaca.
—Lo lamento —dijo Florian y lo miró con la honestidad ansiosa y sincera de los azi; al menos parecía eso y probablemente era muy real. No había nada de moralidad en eso, claro, excepto la moralidad de un azi: evitar peleas con ciudadanos que después podían encontrar formas de vengarse. Florian tenía muchos motivos de preocupación en este caso.
Florian, anoche: No quiero hacerle daño. Relájese, relájese...
La cara no tenía nada que ver con la mente. La cara seguía sonriendo.
—Gracias.
Mucho, mucho más fácil atormentar a Florian. Si hubiera sido Ari, Justin se habría derrumbado. Lo había hecho la noche anterior. Ver a Florian asustado...
Dolor y placer. Interfases.
Sonrió y se tomó el café y disfrutó de lo que estaba haciendo con un placer amargo, feo, a pesar de que sus propios pensamientos le asustaban, manipular a uno de los azi de Ari; y lo asustaba dos veces más el hecho de que pudiera disfrutar de la situación. Era sólo un impulso humano, se dijo, sólo un impulso humano: quería vengarse por su humillación. Habría pensado lo mismo, habría hecho lo mismo el día anterior.
Sólo que no habría sabido por quélo disfrutaba, ni siquiera que lo estaba disfrutando. No habría pensado en una docena de formas de hacer sudar a Florian y no habría imaginado con placer el hecho de que, si conseguía poner a Florian en una situación comprometida, por ejemplo, en los corrales de AG, lejos de la Casa, o en términos que no tuvieran que ver con la protección de Ari, podría ajustar las cuentas con Florian de alguna forma. Este era un azi y tenía miles de puntos vulnerables si Ari no estaba cerca.