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De septiembre de 1936 a mayo de 1937 el gobierno republicano encabezado por F. Largo Caballero, que ayudaba a los profundos cambios sociales. Desde el noviembre participaron los anarco-sindicalistas, de esta manera era el gobierno no sólo del Frente Popular sino de una amplia coalición antifascista. La actividad de los ministros anarquistas tenía un carácter global democrático y no específiamente anarquista, cabiendo en el marco del estado democrático. Mientras CNT quedaba en el gobiermo, los oponentes del experimento social-económico anarquista no podían desarrollar una ataque seria contra el sector de la democracia industrial. Apenas CNT había dejado el gobierno, esta ataque comenzó y provocó la reducción importante de la revolución social. La presencia de CNT en el gobierno era la condición de conservación de la profundidad de la revolución que fue obtenida en el otoño de 1936. Después de la integración de los sindicalistas al gobierno, realizaron una política económica relativamente pluralista, que se veía apoyada por Largo Caballero y de hecho fue la base del rumbo social-económico del gabinete en general.

Durante el gobierno de Largo Caballero la construcción militar de la República basó en combinación de los principios de lo miliciano en el nivel de subdisisiones y lo regular en la dirección de las unidades. La combinación citada no salvó a la República de la derrota de Málaga, pero ayudó a defender Madrid y vencer al cuerpo de expedición italiano en Guadalajara. El gobierno Prieto-Negrín inició a arruinar el sistema miliciano, pero no alcanzó las victorias. El entusiasmo se apagaba, el carácter casto de los oficiales y falta de control por parte de los últimos aumentaban, lo que aceleraba la caída de la capacidad de guerra del ejército republicano y sus derrotas en la segunda mitad del 1937. El derrocamiento de Largo Caballero frustró la preparación de la operación en Extremadura, que podía sacar el conflito de la fase posicional qu era fatal para la República.

Conflitos internos, más propios de la República que del régimen franquista, no le eran peligrosos como tales. Sólo en breves instantes amenazaban al frente, y Franco no se aprovechó de aquellos momentos. Los conflitos de política interna afectaran al destino de República no tanto por su desarrollo cuanto por el resultado que tuvireron en mayo 1937.

En la primera mitad del 1937 las controversias en el campo leal aumentaban. Comunistas se oponían contra la revolución que había estallado en España, por creer que desviaba al país de la sociedad de modelo soviético con que soñaban, además impedía la victoria de la República. En lo último coincidían con Azaña, Prieto y Negrín. El centro político de la República declinaba a la derecha, los comunistas empezaban a ser un centro de consolidación de un «partido del orden» que se oponía a la revolución social. Largo Caballero tomó parte de la revolución española, porque la creía un medio de mobilizar a las masas indispensable para derrotar el fascismo y porque la revolución daba el sentido claro a la lucha: el triunfo de una sociedad nueva sobre la antigua, sin simple conservar aquella España que había existido antes del 1936. Largo Caballero y sus partidarios buscaban un modelo de una sociedad nueva que se formara en resultado de la revolución y que correspondiera a los principios del socialismo democrático. Al conocer más bien las ideas que defendían los sindicalistas que habían integrado el gobierno, los caballeristas empezaron a inclinarse hacia la idea de crear una sociedad cuyo núcleo, estructura principal, fueran los sindicatos obreros.

El 3 de mayo del 1937 PSUC y los nacionalistas catalanes provocaron conflitos armados con anarco-sindicalistas en Barcelona, que fueron declarados «un revuelto anarco-trotskista». A pesar de que las partes consiguieron un acuerdo de cesar el fuego, adversarios de CNT y POUM utilizaron los choques de 3–6 de mayo para imponer su control a Barcelona e iniciar represalias contra la oposición. Pero mientras el gobierno de Largo Caballero retenía el poder, la investigación de los acontecimientos en Barcelona podía comprometer a PSUC y a los comunistas en general. Por eso para los comunistas fue principal destronar a Largo Caballero quien se oponía a interpretar los hechos de mayo como «un revuelto anarco-trotskista». De esa manera la idea de destituir a Largo Caballero planeada por los comunistas ya en marzo llegó a ser una tarea directa en mayo. Con todo eso, PCE estaba dispuesto a que Largo Caballero quedara una figura formal del jefe del gobierno a condición de que todo el poder efectivo y sobre todo el control de las estructuras de fuerza se concentrara en las manos de los comunistas y «centristas» de PCE.

Los comunistas se empeñaban en cambiar la estrategia del gobierno y política militar, sin detenerse ante destituición del jefe del gobierno si fuese necesario. No obstante, eso no quiere decir que planearon de anticipo toda la marcha de la crisis política de mayo, desde los choques en Barcelona. Estaban dispuestos a actuar decidida y brutalmente, ganando a sus oponentes posición por posición, pero cuando sus acciones en la Ciudad Condal provocaron una exploción de indignación, en el primer momento aun se quedaron perplejos. Es más, el resultado de sus acciones en Barcelona no garantizaba en absoluto que derrotaran a sus adversarios y hasta amenazaba sus posiciones propias. En ésta situación fue los líderes del ala derecha de PSOE y el Presidente Azaña quienes salvaron a los comunistas, lo que resulto en un nuevo reparto del poder, donde las posiciones de los comunistas todavía no eran absolutamente dominantes aunque se reforzaron. Comunistas podían aprovecharse de un motivo menos arriesgado para avanzar en el camino de transformación de España en una «democracia popular». No eran combinadores omnipotentes, su fuerza procedía de la coherencia con que implantaban el estatismo llevando consigo a las estatistas del PSOE.

Después de los hechos de mayo Largo Caballero podía seguir encabezando el gobierno a una de las dos condiciones: sujetarse al dictado y convertirse a una figura nominal o, aprovechándose del papel feo del PSUC en los hechos barseloneses, debilitar a los comunistas y formar un gobierno nuevo a una nueva base sindical (al haber igualado a UGT y CNT), ignorando el opinión del Presindente y apelando a masas organizadas. Eso, por supuesto, violaría la Constitución, pero después del 18 de junio la infringían muy a menudo. Fue un momento crucial en el desarrollo de la Revolución española, o sea del todo el mundo también. ¿Nacería un nuevo modelo sindicalista que existiera al lado de los variantes de la sociedad industrial regulada norteamericano, soviético y fascista? ¿Considerarían los países que empezaran el camino del estado social las opciones diferentes: crear una sociedad nueva a base de autoritarismo, pluralismo democrático o, como en España, a base de la democracia industrial?

Es evidente que el gobierno cuyo núcleo fuera integrado por los líderes sindicales de CNT y UGT habría continuado a realizar las reformas sociales dirigidas a ordenar la colectivización y la sindicalización. Tal gobierno habría investigado los hechos de mayo de una manera desfavorable para los comunistas, lo que habría aflojado sus posiciones en los órganes de fuerza y habría resultado en que PCE perdiera la lucha por el poder. Sin embargo, si las cosas hubieran ido así, no sólo los comunistas sino los socialistas de derecha y los republicanos habrían perdido el poder. Pero en mayo del 1937 Largo Caballero no se atrevió a actuar de manera revolucionaria. «El Lenin español» no tuvo la audacia de Lenin verdadero. Al mismo tiempo rechazó el papel de un mascarón de proa de la nave que bruscamente cambiaba el rumbo.

Por no haber atrevido a romper con el sistema partidista-presidencial, Largo Caballero perdió y el 17 de mayo M. Azaña le encomendó formar un gobierno nuevo a J. Negrín, dispuesto a la cooperación más estrecha con comunistas. En la primavera del 1937 un golpe político iba preparándose no en favor de personas sino en favor del bloque de comunistas y socialistas de derecha. Los políticos social-liberales y comunistas eligieron a Negrín como a la más cómoda figura de compromiso.

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