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No me importaba. Levanté dos dedos para indicarle que aún no era el momento, que deseaba aclarar algo. Quizá necesitaba un minuto para recuperarme de lo ya visto y otro para hacerme a la idea de que aún me quedaba por ver algo más, sin duda ingrato, más veneno. Pero lo disimulé preguntándole, como si mi curiosidad tuviera urgencias:

—¿De dónde salen? ¿Cuál es esa manera de obtenerlas? Lo que me has mostrado hasta ahora... Nada era para permitir que hubiera cámaras.

—De cualquier sitio, de todas partes y de mil maneras, hoy es inabarcable la oferta. Contamos con nuestros propios medios tradicionales, por un lado: con nuestros instaladores, y nuestros infiltrados y sobornados que filman. Pero también se venden imágenes, hay todo un mercado flotante y nosotros compramos lo que nos interesa, nos salen baratas cuando el que las ofrece ignora la identidad de quienes aparecen en ellas. Nosotros sí solemos saberlo o podemos averiguarlo, si se trata de meros mandados o de remotos sicarios o bien de gente de cierto peso. Es como en el arte: si el que compra conoce el valor y el que vende lo desconoce, el resultado es una ganga. Hoy cualquier imbécil posee y lleva una minicámara en el bolsillo o incorporada al móvil, y si un turista pilla por azar algo grave, incluso un crimen, es más probable que intente sacarle dinero antes que llevárselo a la policía. Ella no paga, nosotros sí y otros también, a través de intermediarios. Lo mismo que cuando captan a alguien famoso follando o desnudo, lo pondrán en el mercado de las revistas y televisiones sensacionalistas, conviene tener a alguien al tanto. Otras veces nos envían vídeos nuestros colegas de otros países, y nosotros les correspondemos con lo que puede servirles, los satélites consiguen bastante. Ahora es lo más fácil del mundo, que surjan grabaciones de cualquier cosa. La gente ya no tiene ni idea de dónde hay cámaras o todavía no se cree que existan tantas, lo más sensato es partir de la base de que las hay en todo lugar y tiempo, hasta en las habitaciones de hotel y en los prostíbulos y en las saunas y en los cuartos de baño públicos (no en los de los tullidos, por cierto, ahí no suelen ponerlas), y aun en las casas particulares. Nadie está hoy a salvo de ser filmado en cualquier actitud y en cualquier circunstancia, por tanto en plena comisión de un delito o de perversas faenas sexuales, eso es posible siempre. Aunque no tenemos tanta suerte, claro, y en conjunto es una mínima parte, lo que nos llega y vemos. Podemos hacer uso inmediato de muy poco, me refiero a uso legal. Pero no están mal nuestros archivos para el futuro o para lo hipotético, con vistas a acuerdos privados. A la gente le importa sobremanera su imagen y está dispuesta a renuncias y a pactos. Te sorprendería cuánto le importa, aunque no sea famosa, aunque sean empresarios anónimos para la mayoría, por ejemplo, para quienes ven televisión y leen prensa, ellos saben que en seguida dejarían de serlo, anónimos. Está muy extendido ese pánico tuyo, el pánico narrativo, o esa repugnancia, así la llamaste, todo el mundo está convencido de poder tener una historia o de constituir su posible materia, basta con que alguien la cuente, con que decida contarla. Y en efecto, nada es tan simple como sacar del anonimato a una persona. Muchos individuos luchan y se desviven por salir de él ellos mismos, ya sabes, ofrecen su cotidianidad en Internet, veinticuatro horas, maquinan escándalos o estafas sonadas, intentan tirarse a una celebridad aunque sea la más fea, se inventan chismes disparatados para que los inviten a relatarlos en el más mísero y recóndito programa de madrugada, buscan el contagio indirecto de cualquier fama ajena aunque sea nefasta, o se pelean en el estudio de televisión y se insultan, y procuran hacerse estúpidas e inanes fotos en compañía de un actor, un futbolista, un cantante, un millonario, un político, un miembro de la realeza, una modelo. Hasta se cargan a un conocido o desconocido de manera truculenta o enrevesada, especialmente cruel o llamativa o escalofriante, el crío mata a un niño más pequeño, el adolescente a sus padres, la jovenzuela a una compañera más débil, el adulto monta una escabechina en un sitio público o manda en secreto a siete al otro barrio, uno tras otro, a la espera de ser por fin descubierto y provocar asombro. Porque eso está al alcance de cualquiera, matar a alguien, al alcance del mayor tonto. Y no saben que les bastaría con seguir con sus vidas y que alguien les encontrara la gracia y adoptara el punto de vista apropiado y entonces decidiese contarlas, o por lo menos interesarse y hacerles caso. Con que alguien viera en ellas un elemento vergonzoso u ocultable, una lacra o una anomalía. Y eso en el fondo no es tan difícil, Jack, porque todos encerramos alguna, sin ni siquiera saberlo a veces o sin saber señalarla. Dependemos del que nos mira. Y lo peor que puede pasarle a la gente es que no la mire nadie. La gente no lo soporta y languidece por eso. Hay gente que se muere de eso, o que por eso mata.

Y me dio tiempo a pensar: Tupra ha hecho suya mi teoría, o retazos de ella. Tiene la delicadeza de no utilizar exactamente mis mismas palabras, o bien de reconocerlo en las excepciones, "así lo llamaste", "según tus términos", dice citándome cuando me cita verbatim. Tiene el buen gusto de no apropiarse, en mi presencia al menos, de la idea de que la gente detesta ser omitida o pasada por alto yprefiere siempre ser vista y juzgada, para bien o para mal o aun para fatal, incluso lo necesita y lo ansía; de que no ha podido prescindir todavía del supuesto ojo de Dios que nos observó y vigiló durante tantos siglos, del acompañamiento que supone pensar que algún ser nos atiende en todo momento y lo sabe todo sobre nosotros y sigue nuestra trayectoria al detalle como quien sigue un relato del que somos el protagonista; de que lo que aguanta mal o no consiente es no ser contemplada por nadie ni ser aprobada ni desaprobada, premiada ni castigada ni amenazada, no contar con ningún espectador o testigo a su favor ni en su contra; y así busca o se inventa sustitutivos para ese ojo ya cerrado o herido, o fatigado o inerte, o aburrido o tuerto, o que ha apartado la vista como yo estoy haciendo; quizá por eso a la gente le importa hoy tan poco ser espiada y filmada, y aun tiende a propiciarlo a menudo, con exhibicionismo, aunque pueda perjudicarla y atraer sobre ella precisamente lo que la horroriza tanto, la conversión de su historia en un desastre. Es como una doble necesidad contradictoria: quiero que se sepa qué soy y qué he sido, y que se conozcan mis hechos, lo cual me causa pavor al mismo tiempo, porque puede arruinar para siempre el cuadro que me estoy pintando. De modo que cuando yo no esté delante, Tupra se apropiará, seguro, de todo sin miramientos, de cuanto le dije al hablar de Dick Dearlove y se me ocurrió otras veces, y creerá haberlo alumbrado (y en eso no se distinguirá de un vulgar jefe). Tal vez tuviera razón Pérez Nuix y yo le influya bastante más de lo que creo, lo estimule y lo divierta. Tal vez por eso sienta debilidad por mí, y me invite o me arrastre a su casa y me enseñe esta colección de horribles vídeos, y conmigo tenga tanta paciencia, y me pase tanto por alto, hasta que me cubra los ojos y aparte la vista de lo que me muestra generosamente, en un acto de gran confianza, y ante ello me deje tuerto'.

Y también pensé en seguida: 'Pero todo toca a su fin y los cheques se gastan hasta los números rojos, y yo no debo confiarme'. Y a continuación le dije:

—Está bien, pon ya lo que tengas que poner y acabemos. Es ya muy tarde y quiero volver a casa.

—Ah sí, es verdad —respondió él con ironía—. Tus luces encendidas. ¿Crees que ella te estará aún esperando? Si es así no te será fácil librarte más tarde, de su insistencia. —Miró el reloj y añadió—: Vaya plantón. ¿Le dirás de mi parte que lo lamento tanto?

Era el tipo de hombre al que le excita pensar en mujeres, en quienes sean, en la mera idea y más aún en las mujeres de amigos, y enviar mensajes a través de sus maridos o novios a las desconocidas. Piensa que así sabrán de él, que se enterarán de su existencia al menos y podrán sentir curiosidad y figurárselo, y así practica un coqueteo imaginario y sin objetivo.

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