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Pero Pérez Nuix no había caído en la trampa, en mi improvisada y semiinconsciente trampa. No había pasado a ofrecerme algo al instante, una compensación, una suma, un porcentaje, un regalo, ni siquiera la promesa de su gratitud eterna. Sin duda sabía que esto último no significa nada tangible, ni simbólico tampoco, probablemente. La gente lo dice demasiado, 'Tendrás mi agradecimiento eterno', es una de las frases más vacuas que puedan oírse y sin embargo se oye a menudo, siempre con ese epíteto invariable, siempre el mismo e irresponsable 'eterno', un indicio más de su absoluta falta de concreción, de verdad y aun de significado, y hasta se agrega a veces: 'Cualquier cosa que yo pueda hacer por ti, ahora o más adelante, mientras yo exista, no tendrás más que pedírmela', cuando lo cierto es que casi nadie va y pide en el acto —parece entonces un do ut des, un aprovechamiento—, y si lo hace en el futuro la frase hueca está ya olvidada y además uno no apela a ella, es raro que alguien le recuerde a otro: 'Hace tiempo me dijiste...'; y si se atreve es posible que se encuentre con esta respuesta: '¿Eso te dije? No lo sé, es extraño, lo dudo, ya no me acuerdo', o bien 'Cualquier cosa excepto esa, esa no, es la única imposible, es la peor, no me pidas eso', o bien 'Cuánto lo siento, qué más quisiera yo, no está en mi mano, ojalá hubieras venido a mí hace unos años, ahora ya no es como antes'. De tal manera que quien sólo quiere su viejo favor devuelto acaba pidiendo uno de nuevas, como si no hubiera habido historia, y debiéndolo suplicar acaso ('Por favor, por favor. Por favor, por favor'). Ella era lo bastante lista para no prometerme quimeras, ni estrafalarias recompensas en especie, nada asible ni inasible, presente ni venidero.

—Nada —dijo—. De momento nada, Jaime. Es sólo un favor y puedes negármelo, no vas a sacar nada de ello, no hay contrapartida, aunque tampoco creo que te costase mucho ni que fueras a correr ningún riesgo. Siempre puedes haberte equivocado ante Bertie si la cosa sale mal y no cuela, nos sucede a todos, también a él mismo, él sabe perfectamente que ninguno es infalible. No lo era su admirado Rylands ni lo era Wheeler, y bien que le pesó a este último, según se dice. No lo eran siquiera Vivian ni Cowgill ni Sinclair ni Menzies, gente de otra época, algunos de los mejores o de los más reputados, en esto y en todo. —Sabía pronunciar el nombre como buena inglesa o como buena espía, también ella dijo 'Mingiss'—. No lo han sido los más poderosos de los tiempos recientes, ni Dearlove ni Scarlett ni Manningham-Buller ni Remington, todos han metido la pata en algún asunto, en algún aspecto. No lo fueron Ewen Montagu ni Duff Cooper ni Churchill. Por eso te he dicho antes que el favor era grande para mí y para ti no tanto. Te ha molestado; es la verdad, sin embargo. No, no creo que obtuvieras nada a cambio, ninguna ganancia. Pero tampoco desgracias ni pérdidas. Así que tú verás, tú dirás si sí o no, Jaime. Nada te obliga. No se me ocurre con qué podría tentarte.

—¿Dearlove, has dicho? ¿Quién es? ¿Richard Dearlove? —Recordé que era uno de los nombres inverosímiles y para mí desconocidos que me habían surgido en los ficheros de uso restringido que yo había fisgado en la oficina un día. Me había parecido un nombre más propio de gran ídolo de masas que de alto cargo o de funcionario, y por eso se lo he atribuido al cantante-celebridad a quien aquí llamo Dick Dearlove para resguardar su identidad verdadera, vano empeño. Me pudo la curiosidad inmediata y con eso aplacé un poco más mi respuesta. Y aún tenía otra curiosidad por satisfacer, más mediata pero más firme.

—Sí —contestó—. Sir Richard Dearlove. Durante bastantes años, hasta hace no mucho, ha sido nuestro invisible jefe máximo, ¿no lo sabías? El jefe del MI6, 'C' o 'Mr C' —Esa inicial la pronunció a la inglesa, 'Mr Si’ digamos—. Nunca se ha publicado una fotografía contemporánea de él, está prohibido, nadie lo ha visto ni conoce su aspecto; ni siquiera ahora, cuando ya no ocupa el cargo. Así que ninguno sabemos cómo es, nadie lo reconocería si se lo cruzara en la calle. Eso es una gran ventaja, ¿no? Para mí la quisiera.

—¿Y nunca le hemos hecho un informe? Quiero decir con vídeos, ya me imagino que no se lo habrá llevado hasta el despacho de Tupra para espiarlo a escondidas desde nuestro vagón de tren, desde nuestra cabina. —Me di cuenta en seguida de que me había salido decir le hemos hecho', como si me considerara ya parte del grupo, y desde antes de mi llegada. Estaba desarrollando un sentido de pertenencia raro, enteramente involuntario. Pero preferí no pararme en ello entonces.

—Quién sabe —dijo ella con desgana—. Pregúntaselo a Bertie, él tiene vídeos de todo el mundo, ya te lo he dicho. —Me dio la impresión de estarse impacientando con mi demora, o con mi remoloneo, yo aún no había oído aquella orden o especie de lema, 'Don't linger or delay’, 'No te entretengas ni esperes', y además nunca le he hecho caso, ni después ni antes. Debía de querer ya saber a qué atenerse y marcharse. Al menos si mi contestación final era 'No', marcharse entonces, no perder más tiempo nocturno conmigo, largarse con su perro manso y con una probable sensación de ridículo y un rencor instantáneo, o hasta con duradero agravio. Si era 'Sí', en cambio, quizá se quedara todavía un rato, para celebrar su alivio, pensé, o para darme nuevas instrucciones, con lo que había venido a buscar ya en el saco. Debía de irritarla que le preguntara ahora por Sir Dearlove, el auténtico, o por cualquier otra persona o asunto. Que a aquellas alturas abriera paréntesis o me inventara meandros. Pero tendría que aguantarse, aún era yo quien conducía la conversación y determinaba su curso, y ella no podía permitirse contrariarme, todavía. Es el único cálculo que ha de hacer quien pide, bien mirado, una vez que se ha lanzado y ha pedido (antes sí, antes más, debe dilucidar hasta qué punto le compensa, o le conviene descubrir sus carencias y sus incapacidades): ha de ser amable y paciente y aun untuoso, seguir los tiempos que le son marcados, medir sus pasos y sus palabras y su insistencia, hasta conseguir lo solicitado. Excepto si es alguien tan importante que hacerle un favor constituye ya un honor para el que se lo hace, un privilegio. Ese aquí no era el caso, así que cambió de tono y añadió—: No, no lo creo, pero todo es posible. Supongo que existir sí existen imágenes, hoy las hay de quien uno quiera; y si sólo unos pocos tienen acceso a las suyas, no sería nada extraño que Bertie fuera uno de ellos.

—¿Por qué has dicho que Wheeler lamentó tanto no ser infalible? ¿Qué ocurrió, qué le ocurrió? ¿A qué te refieres? —Esa era mi curiosidad más firme, y más profunda.

Noté de nuevo su fastidio, sus destemplados nervios, su agotamiento oscilante que le iba y venía. Era fácil que la estuviera hartando o sacando de quicio. Pero otra vez se reprimió, o se sobrepuso, la voluntad no le flaqueaba.

—No sé qué le ocurrió, Jaime, fue hace mucho tiempo, durante la Segunda Guerra Mundial o a su término, y yo a él no lo conozco personalmente. Se cuenta, se dice que tuvo un fallo de apreciación que le salió muy caro. No previó algo que lo hizo sentirse fatal, o culpable, o un inútil, o muerto en vida, lo ignoro con exactitud. Lo he oído comentar alguna vez de pasada, como ejemplo de desdicha, pero no he preguntado o no me han contestado, la mayoría de nuestras actuaciones siguen siendo secretas al cabo de sesenta o más años, puede que lo sean para siempre, oficialmente al menos. Las filtraciones suelen proceder de fuera y a menudo son especulativas, no muy fiables. O de gente con resentimientos, que se dio de baja o fue expulsada, y distorsiona luego. Es difícil saber nada preciso de nuestro pasado, desde dentro sobre todo, los de dentro son o somos los más discretos y los menos curiosos, es como si no hubiéramos tenido historia. Los más conscientes de lo que no debe contarse, porque vivimos en ello. Así que lo siento, no sé decirte. Tendrías que preguntarle a él, a Wheeler. Tú sí lo conoces bien, fue tu valedor, tu introductor, fue tu padrino.

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