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—¿Tiene alguna preferencia? —le pregunté, señalando hacia un estante alto con botellas, a mi derecha.

—Cualquiera de esas —dijo. Me levanté, le serví su copa, se la entregué, bebió dos sorbos y continuó (ahora no temía que se ínterrumpiese)—: Cuando al cabo del tiempo se descubría a un 'judío' o 'medio judío' disfrazado de 'cuarto de judío', o a uno de primer grado, a un Mischling, disfrazado de mestizo de segundo grado o de 'ario', contaba poco lo que estipularan las Leyes: su destino dependía, sobre todo, de quién fuera el descubridor y de su capricho, y de a quién lo denunciara. No era lo mismo irle con la historia a la policía local o a un mero alcalde que a las SS o a la Gestapo. Podía no pasarle nada en absoluto, que se hiciera la vista gorda, o ir a parar a un campo de concentración con su familia entera, en represalia por el engaño. No sé si sabes lo que dijo en una ocasión Goring o Goebbels, uno de los dos, no recuerdo, debió de ser Goring: 'Es judío quien yo digo que lo es, eso es todo'. Al parecer cuando dijo eso no fue para 'judaizar' a alguien, sino para lo contrario, porque le convenía. En contra de lo que comúnmente se cree, y de la propia propaganda nazi, hubo muchos Mischlingee incluso 'medio judíos', que sirvieron con lealtad al Reich, hasta en el Ejército o en cargos de responsabilidad, administrativos o del Partido. Hace unos años salió un libro titulado Hitler's Jewish Soldiers, de un tal Bryan Rigg, ¿lo has leído?, en el que se contaban unos cuantos casos de lo más llamativo. Un 'medio judío' llamado Goldberg, que era rubio y de ojos azules, apareció fotografiado y ensalzado en la prensa propagandística como 'El soldado alemán ideal', qué te parece. Hubo coroneles, generales y almirantes que eran 'medio judíos' o 'cuarto', aunque Hitler se ocupó de declararlos convenientemente 'arios'. Con un Teniente Coronel, sin embargo, Ernst Bloch de nombre, como el filósofo, veterano de la Primera Guerra, hubo de rectificar y destituirlo por una protesta personal de Himmler. Qué fue de él tras eso, lo ignoro o no lo recuerdo: quién sabe si pasó de mandar tropas a consumirse en un campo, si cayó totalmente en desgracia. Mucho dependía del azar, o de si se contaba con la amistad o el favor de algún alto dirigente. Al Mariscal de Campo Milch, por ejemplo, en cambio, que era 'medio judío', su amigo Goring le aportó una prueba falsa (se la fabricó) demostrativa de que en realidad no era hijo de su padre oficial 'plenamente judío', sino del amante 'ario' de su madre, la cual, si vivía, no se sabe qué opinaría de la revelación extraordinaria, hubiera tenido o no aquel amante. A Milch se lo recalificó como 'ario' y se lo condecoró con la Ritterkreuz por su actuación en Noruega. Ya ves, una bendición ser bastardo, en Alemania en aquellos tiempos. —Y Wheeler volvió a reír brevemente, con una risa burlona que me recordaba a la tan característica de su hermano Toby—. ¿De dónde veníamos ahora, Jacobo? Lamento estos hiatos de memoria, me pasa sólo con la inmediata. Entre ellos y esos momentos de afasia, pronto ya no podré contar nada.

'No está tan mal como para no darse cuenta', pensé, 'algo es algo. Pero no se le habrían producido estos vacíos hace un año ni hace unos meses. Parece como si él y mi padre marcharan al mismo tiempo, al mismo paso, aunque Peter está más entero. Pese a ser un año mayor, durará más seguramente. Qué lástima los dos cuando ya no estén. Qué lástima.'

—Seguía teniendo que ver con su mujer —le contesté—. Usted sabrá mejor. Con su muerte. Eso creo.

—Oh sí —me respondió—, tiene mucho que ver, o todo. Sí. Sí. —Y al repetir esta palabra pareció enhebrar de nuevo el hilo—. En la sección negra del PWE, como te he dicho, había gente que ni siquiera sabía que trabajaba para ella, ni de su existencia. Valerie desde luego lo ignoraba. Pero había un sujeto que probablemente lo sabía muy bien, y que aparecía por Woburn o por Milton Bryant sólo de vez en cuando, con una batería de ideas y aparente autonomía, hasta de Delmer. Se llamaba Jefferys, un alias casi seguro, y su mente era diabólica, o eso me contaba Valerie cuando yo venía de Jamaica o de Costa de Oro o de Ceilán, donde estuviera destinado, y nos veíamos durante un par de semanas o unos días. La misión de aquel Jefferys era idear trastornos, problemas a los que, por secundarios o peregrinos que fuesen, los alemanes se vieran obligados a prestar atención y a intentar poner remedio. Y también espoleaba al personal, por lo visto era único en eso.

—¿Esparcir brotes de cólera? —No pude evitar preguntárselo. Pero él no se dio por aludido, quizá no recordaba ya sus palabras al respecto.

—Exacto, O aunque fueran sólo de varicela. Todos temamos el convencimiento, en todas las divisiones, secciones, unidades y grupos, en el SIS en general, en el SOE, en el PWE, en el OIC y en la NID, en la PWB y por supuesto en el SHAEF, de que cualquier contrariedad que los distrajera de lo importante, que los apartara de sus quehaceres bélicos o los hiciera descuidarlos o se los entorpeciera, que mermara en lo más mínimo su eficacia, nos favorecía enormemente y nos ayudaba a ganar tiempo cuando aún esperábamos a que los americanos (qué pesados y dubitativos fueron; luego presumen) se decidieran a entrar en la Guerra. Se trataba de mantener ocupado al mayor número posible de hombres con minucias molestas o de peligroso aspecto. Cada vez que los nazis debían desplazar a un soldado o a un miembro de la Gestapo hacia alguna tarea inesperada y ajena a la propia Guerra, eso valía la pena y nos daba alguna ventaja, o ese era nuestro sentimiento: el de nuestra absoluta desesperación hasta diciembre del 41, más de dos años resistiendo solos. Aquel Jefferys llegaba, se instalaba una semana, daba multitud de instrucciones, desplegaba una energía frenética y azuzaba a la gente de allí a que también concibiera artimañas y trucos para causar el mayor daño. Era un tipo entusiasta, hiperactivo, febril y contagioso, que elevaba mucho los ánimos porque a todo le daba importancia. Según él, cualquier cosa, cualquier empellón o zancadilla podía ser útil. Si en una ciudad alemana o de la Europa ocupada, por ejemplo, se producían asesinatos o continuos robos en las casas; si ardían edificios y hoteles o se declaraba una epidemia, aunque fuera de gripe, o faltaba el suministro de lo que fuese, de la electricidad, el gas, el carbón o el agua; si faltaban las medicinas en los hospitales o los alimentos se corrompían, todo eso servía. La acumulación de inconvenientes y calamidades, de crímenes, crea inseguridad, desconfianza y zozobra, y tener que ocuparse de muchas cosas a la vez es lo que más desgasta y exaspera. Cuanto más descentrados estuvieran los nazis, cuanto más atareados con asuntos no vitales, más posibilidades teníamos nosotros de golpearlos en los vitales.

—No me diga que hubo asesinatos comunes que en realidad no lo fueron. No me diga que planearon y ejecutaron ustedes asesinatos al azar, de civiles.

Wheeler hizo un gesto ambiguo con la mano abierta a la altura de la sien, como si se alzara lateralmente el ala de un sombrero imaginario,

—No, no lo creo. Aunque Sefton Delmer era un bon vivanty un pragmático que no se creaba problemas, sin apenas miramientos en la aplicación de la subversión para minar y destruir al enemigo, y por lo visto es verdad que en medio de todo aquello se lo veía comer, beber y reír de buena gana, como si nada lo afectara, tenía un resto de conciencia. Eso se dice. Según Hemingway, que coincidió con él en Madrid durante vuestra Guerra, los dos como corresponsales, parecía 'un rojizo obispo inglés'. —Dijo ' a ruddy English bishop' y ese primer adjetivo también puede significar 'rubicundo'—. Otros le encontraban semejanza con Enrique VIII, porque era grande y tirando a gordo, con ojos casi saltones y una tez ruborosa. — 'Florid', fue aquí la palabra—. Y como las cuchillas escaseaban, durante la Guerra se dejó la barba. Pero desde luego Jefferys sí lo planteó, provocar, o que se cometieran directamente asesinatos no políticos: hoy serían terroristas. Seguro que en eso no le hicieron caso, y además el SOE, y sus colaboradores locales en cada país, ya tenían bastantes objetivos por su cuenta, sobre todo militares. En los sabotajes y los torpedeos sí, la mayoría de sus exuberantes ideas solían ser bien recibidas. Valerie le dio una. A Valerie se le ocurrió una. —Y sin transición el tono de Wheeler, justo al decir estas últimas frases, se hizo mucho más sombrío. Bebió otros dos sorbos de su jerez, volvió a cruzar su bastón sobre los brazos del sillón, se agarró a él con una sola mano, como si fuera una barra de la que se sujetara, y continuó sin vacilaciones: había decidido contar e iba a contarme—. Todo el mundo quería ayudar en aquellos días, Jacobo. Fue increíble cómo el país se unió, primero para aguantar, luego para destrozar a los nazis. Para los que lo vivimos, lo que sucedió en época de Thatcher, con la ridicula Guerra de las Islas Falkland y la gente tan chulesca y encendida, fue una vergüenza, un remedo grotesco de aquello otro, una cosa impostada, una farsa. Justamente entonces, en la Guerra, no hubo nada de chulería ni de patriotismo de vaudeville. —Wheeler lo pronunció a la francesa, como también habría hecho mi padre—. La gente resistió y no sacó pecho, apenas si se jactó de nada. Todos hicieron cuanto estuvo en su mano y, salvo raras excepciones, nadie se colgó medallas. Eran tiempos verdaderos, no de mentira, no de espectáculo. Jefferys era un estímulo, un acicate durante sus estancias en Woburn, quiero decir en Milton Bryant, y Valerie deseaba ayudar en lo posible, contribuir al máximo. Se afanaba mucho. Bueno. La hermana mayor de su amiga austríaca, la que les llevaba a las dos unos diez años, Use su nombre, tenía un novio cuando Valerie todavía iba a pasar sus temporadas en Melk con aquella familia Mauthner, y llegó a coincidir con él varios veranos. El novio era un nazi convencido ya entonces, te hablo de 1929 ó 30 a 1934 ó 35, que fue cuando Valerie dejó de ir allí y su amiga de devolverle la visita navideña, a los catorce o quince años. La hermana mayor y el novio se habían casado por fin en 1932 ó 33 y se habían trasladado a Alemania, y la hermana pequeña, Maria, con la que Valerie se carteaba durante el resto del año y siguió haciéndolo hasta poco antes de la Guerra, le había hablado de la preocupación que aquel matrimonio, por lo demás esperable, había causado en la familia. En el fondo los Mauthner confiaban en que no llegase a celebrarse nunca, en que Use y el novio rompiesen antes, como sucede a menudo con las parejas que empiezan muy jóvenes. Aquel hombre, que se apellidaba Rendl...

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