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Wheeler se detuvo y señaló mi paquete de cigarrillos, solicitándome uno. Se lo alcancé, se lo ofrecí, se lo encendí en seguida. Dio unas caladas y miró con extrañeza la brasa temiendo que no hubiera prendido, desacostumbrado sin duda a humos tan flojos e insípidos como los que yo suelo llevar encima.

'¿Y qué tuvo que ver usted en todo eso?', me atreví a preguntarle.

'Nada. En eso nada o fui uno más, privilegiado. Ya te he dicho que anduve por lugares menos castigados que Londres, para mi mala conciencia, durante buena parte de aquellos años. Pero sí en lo que eso trajo pronto, indirectamente: la formación de aquel grupo. Cuando la gente del MI6 y del MI5 se percató de lo que sucedía con demasiada frecuencia, de lo que hoy llamaríamos aquel efecto colateral de la iniciativa, y contrario a ella, a alguien se le ocurrió sacarle partido al menos, o volverlo un poco en favor nuestro, ponerlo un poco a nuestro servicio. Quien quiera que fuese —Menzies, Vivian, Hollis o el mismísimo Churchill, qué más da—, vio que con sólo escuchar debidamente y dejar hablar a la gente deseosa de hablar y de ser escuchada (y aun ni eso era necesario a veces), y observarla con sagacidad, capacidad deductiva, atrevimiento interpretativo y talento asociativo, esto es, con cuanto se les suponía y aun concedía a los alemanes expertos que se nos infiltraban y a los ocultos pronazis que estaban ya en nuestro suelo desde el principio, podía conocerse el fondo o la base de las personas, casi lo esencial de ellas; saberse para qué valían y para qué no y hasta dónde era posible fiarse, cuáles eran sus características y cualidades, sus defectos y limitaciones, si su espíritu era resistente o frágil, corrompible o insobornable, acobardado o intrépido, traicionero o leal, impermeable o sensible al halago, egoísta o desprendido, arrogante o servil, hipócrita o franco, resuelto o dubitativo, pendenciero o manso, cruel o piadoso, todo, cualquier cosa, todo. También podía saberse de antemano quién sería capaz de matar a sangre fría y quién de dejarse matar si se hacía preciso o se le ordenaba, aunque esto último es siempre lo más difícil de asegurar en todos; quién se echaría atrás y quién daría cualquier paso adelante, hasta el más demente; quién delataría, quién respaldaría, quién enmudecería, quién se enamoraría, quién envidiaría o sentiría celos, quién nos abandonaría a la intemperie o nos cubriría siempre. Quién podría vendernos; y quién caro y quién barato. Puede que las personas que hablaban rara vez contaran nada muy grave ni interesante, pero acababan por decirlo casi todo sobre ellas mismas, hasta cuando fingían. Eso fue lo que comprobaron. Eso es lo que sigue ocurriendo hoy en día, y es eso lo que sabemos.'

'Pero las personas no son de una pieza', dije yo. 'Dependen de las circunstancias, de lo que les toque, y además van cambiando, se estropean o mejoran o se confirman. Mi padre suele decir que, de no haber habido una guerra como la que tuvimos, la mayoría de los individuos que cometieron vilezas durante su transcurso, o a su conclusión y más tarde, habrían tenido seguramente una vida decorosa, o al menos sin grandes manchas; y nunca habrían averiguado de lo que eran capaces, para su suerte y la de sus víctimas. Mi padre fue una de éstas, usted lo sabe.'

'Sí, las personas no son de una pieza, Jacobo, y tu padre está en lo cierto. Y nadie es para siempre así o de esta manera, quién no ha visto asomar de pronto en alguien querido un alarmante e inesperado rasgo (y entonces se le hunde a uno el mundo); siempre hay que estar alerta y nunca dar por definitivo nada; o no todo, mejor dicho, porque algunas cosas sí son sin vuelta. Y sin embargo, sin embargo: también es cierto que desde el principio vemos, en otros y en nosotros mismos, mucho más de lo que nos reconocemos. Ya te he dicho que el mayor problema es que no solemos querer ver, no nos atrevemos. Casi nadie se atreve a mirar de veras, y menos aún a confesarse o contarse lo que ve de veras, porque a menudo no es grato lo que se contempla o vislumbra con esa mirada que no se engaña, con la más profunda que no se conforma nunca con atravesar todas las capas, sino que después de la última todavía insiste. Es así generalmente, tanto en lo que se refiere a los otros como a uno mismo, y la mayoría necesita engañarse y ser un poco optimista para seguir viviendo con algo de confianza y calma, yo no sólo lo comprendo sino que a lo largo de mis numerosos días he echado eso muchísimo en falta, el sosiego y la confianza: es desagradable y áspero, vivir sabiendo y no esperando. Pero mira: lo que se planteó o se propuso ese grupo fue justamente averiguar de qué serían capaces los individuos con independencia de sus circunstancias y conocer hoy sus rostros mañana, por así decir: saber ya desde ahora cómo serían en el mañana esos rostros; y averiguar, por citar tus palabras o las de tu padre, si una vida decorosa lo habría sido de todas formas o lo era sólo de prestado, es decir, porque no se había presentado ninguna oportunidad de ensuciarla, ninguna amenaza seria de imborrable mancha.' ('No le he preguntado aún por la mancha', me acordé de pronto, 'la de anoche que limpié en la escalera, en lo alto'; pero en seguida pensé que tampoco era aquel el momento, ni la veía ya tan clara en mi mente.) 'Eso puede saberse, porque los hombres llevan sus probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y circunstancias que por fin las conduzcan a su cumplimiento. Puede saberse. Con equivocaciones, claro, pero con muchos aciertos. En todo caso se trabaja sobre una base, aunque el principal punto de apoyo consista siempre en una apuesta.' ('Tiene razón en eso', pensé: 'yo creo saber quiénes vendrían a fusilarme si un día estallara otra Guerra Civil en España, cruzo los dedos y toco madera y toco hierro; o a pegarme un tiro en la sien sin preámbulos, como a mi tío Alfonso. Demasiados amigos han desbaratado la confianza que puse en ellos, y el que es desleal con uno nunca le perdona a uno el haberle fallado; y cuanto mayor la traición, mayor es en mi país la ofensa del traicionado y siente el traidor mayor agravio. En cuanto a los enemigos, es quizá lo único en lo que allí jamás se ha sido pobre, y a casi ninguno nos faltan'.) 'Lo que resultó inesperadamente difícil fue encontrar a quienes supieran ver, interpretar, aplicar esa mirada con desapasionamiento y serenidad suficientes, sin dar palos de ciego ni tampoco de tuerto.' (Wheeler iba recurriendo a expresiones y palabras en castellano con cada vez más frecuencia, sin duda le gustaba hacer visitas relámpago a esa lengua, no tenía ya tanta oportunidad de hablarla.) 'Ya entonces era un don raro, y pronto se vio que las personas así escaseaban mucho más de lo que pudo preverse en el primer instante, cuando se improvisó el grupo o se creó con prisa y a salto de mata; su misión inicial y urgente (derivó o se amplió más tarde) era descubrir en plena guerra no ya a espías y confidentes de ellos y también a posibles nuestros (quiero decir a mujeres y hombres que nos pudieran valer para eso), sino además a las presas fáciles o propiciatorias de aquéllos, los charlatanes que no resistían las tentaciones y cuya predisposición al diálogo era imprudente siempre; y eso tanto en nuestro territorio como en cualquier otra retaguardia y en los lugares neutrales, en todas partes había espías y confidentes y pardillos y bocazas, hasta en Kingston, te lo aseguro, me refiero a Kingston, Jamaica, no a estos de por aquí cerca, sobre el Hull y sobre el Támesis. Y en La Habana también, por supuesto.' ('Así que en el Caribe fueron Cuba y Jamaica', me detuve a pensar un instante sin poder evitar registrar el dato con conciencia plena. 'Qué le mandarían hacer a Peter en esos sitios'.) 'En aquel tiempo demasiados británicos habían desarrollado un espíritu inquisitorial o una mentalidad paranoide o ambas cosas, y en su suspicacia estaban dispuestos a denunciar a todo bicho viviente y a avistar a nazis hasta en el espejo justo antes de reconocerse a sí mismos, así que no servían. Luego estaba la gran y distraída masa, la que suele ver poco y no observa nada y distingue todavía menos, la que parece llevar permanentemente orejeras prietas en los oídos y sobre los ojos venda, o antifaz de ranuras mal descosidas y estrechas, en el mejor de los casos. Luego estaban los alocados y frívolos y entusiastas, que con tal de sentirse partícipes de algo útil e importante (no con mala voluntad algunos, pobres), no tenían el menor empacho en soltar el primer disparate que se les pasara por la cabeza, para ellos dictaminar era como arrojar unos dados, todas sus consideraciones sin validez y sin fundamento. Por último estaban los muchos que, al igual que hoy sucede, tenían verdadera aversión, más aún, pánico a la arbitrariedad y a la posible injusticia de sus pareceres: los que preferían no pronunciarse nunca, agarrotados por la responsabilidad y por su invencible temor al yerro, esos que se preguntaban angustiados ante cada rostro: "¿Y si este hombre al que yo encuentro de fiar y honrado resulta ser un agente enemigo y por mi torpeza mueren compatriotas míos, muero yo mismo?" "¿Y si esta mujer que yo veo tan sospechosa y turbia es del todo inofensiva y la conduzco a su perdición con mi precipitado juicio?" No eran capaces ni de orientarnos. Así que parece tonto, pero en seguida se comprobó que no había mucho donde elegir, con un mínimo de confianza. Hubo que peinar el reino a toda velocidad para reclutar a unos cuantos, no más de veinte o veinticinco aquí, en Inglaterra, más unos pocos dispersos allí donde nos encontráramos, y cuando veníamos nos incorporábamos. La mayoría provino de los propios Servicios Secretos, del Ejército, algunos del antiguo OIC, nunca lo has oído', Wheeler cazó al vuelo mi expresión de ignorancia, 'el Operational Intelligence Centre de la Marina, eran pocos pero muy buenos, quizá los mejores; y por descontado de nuestras Universidades: siempre echando mano de los estudiosos, de los sedentes, para los desempeños difíciles y delicados. Es inimaginable lo que nos deben desde la Guerra, cuando empezaron ya en serio a utilizarnos, y a Blunt tendrían que haberle respetado su inmunidad y su pacto hasta el día de su muerte y hasta el del Juicio' ('Morimos en tal lugar', pensé; o cité para mis adentros), 'aunque sólo hubiera sido en agradecimiento y como deferencia al gremio. Claro que todos hubimos de habituarnos, y mejorar, pulirnos, adecuar nuestra mirada y afinar nuestra escucha, sólo la ejercitación agudiza cualquier sentido, y también cualquier don, eso es lo mismo. Nunca tuvimos nombre, nunca nos llamamos nada, ni durante la Guerra ni tampoco luego. Sólo de lo que no lo tiene se puede negar con verosimilitud la existencia, u ocultarla; por eso no encontrarás nada en los libros, ni en los más documentados, a lo sumo indicios, conjeturas, intuiciones, algún caso aislado, cabos sueltos. Más valía así: acabamos por hacer informes hasta de la fiabilidad de los jefes, de Guy Liddell, de Sir David Petrie, aun del mismísimo Sir Stewart Menzies y creo que alguien le confeccionó uno a Churchill, no del todo limpio, a partir de los noticiarios. En cierto sentido nos pusimos por encima de ellos, fue un gran proceso de atrevimiento. Claro está que no se enteraron de nuestro exceso, fue semiclandestino. Por eso me parece un error grave de Tupra esa tendencia suya a hablar en privado (espero que sea sólo entre nosotros, pero eso ya es un riesgo) de "intérpretes de personas" o de "traductores de vidas" o de "anticipadores de historias" y cosas por el estilo; con cierta petulancia además, dado que él está al frente y va incluido. Los apelativos, los motes, los apodos, los alias, los eufemismos hacen fortuna y se quedan sin que se dé uno cuenta, acaba uno refiriéndose a las cosas o a las personas siempre de la misma forma, y eso se convierte con facilidad en un nombre. Y luego ya no hay quien lo quite, ni quien lo olvide.' ('Y sin embargo nos desprendemos tantos aun del propio nombre'.)

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