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—Qué tontería. Una gran idea.

Hablan los libros en mitad de la noche como habla el río, con sosiego o desgana, o la desgana la pone uno con su propia fatiga y su propio sonambulismo y sus sueños, aunque esté o se crea muy despierto. Uno colabora poco, o eso cree, tiene la sensación de irse enterando sin apenas esfuerzo y sin hacer mucho caso, las palabras se van deslizando suave o desmayadamente, sin el obstáculo de la alerta lectora, de la vehemencia, se absorben pasivamente o como un regalo, y parecen algo que no computa ni cuesta ni trae provecho, también su rumor es tranquilo o paciente o lánguido, también son un hilo de continuidad entre vivos y muertos, cuando el autor leído es ya un difunto o bien no, pero interpreta o relata hechos pasados que no palpitan y sin embargo pueden modificarse o negarse, entenderse como vilezas o hazañas, y esa es su manera de seguir viviendo y de seguir turbando, sin darnos jamás descanso. Y es en mitad de la noche cuando más se asemeja uno mismo a esos hechos y a esos tiempos, que ya no pueden oponer resistencia a lo que se diga de ellos o a la narración o al análisis o a la especulación de que son objeto, igual que los indefensos muertos, aún más indefensos que cuando fueron vivos y durante mucho más tiempo, la posteridad es infinitamente más larga que los escasos y malvados días de cualquier hombre. Tampoco entonces, cuando aún en el mundo, pudieron muchos deshacer los equívocos o refutar las calumnias, a menudo no les dio tiempo, o ni siquiera se enteraron de ellas para poder intentarlo, porque fueron siempre a sus espaldas. 'Todo tiene su tiempo para ser creído, hasta lo más inverosímil y descabellado', había dicho Tupra sin dar a su frase la menor importancia. 'A veces dura días tan sólo, ese tiempo, pero a veces dura ya siempre.'

A Andrés Nin no le dio en absoluto tiempo a desmentir las difamaciones ni a verlas rebatidas por otros más tarde, según cuenta Hugh Thomas en su compendio, ahí fue fácil dar con las referencias, ahí sí hay índice onomástico, no así en Orwell en efecto, asombroso que Wheeler recordara tal detalle, o quizá fue deducción nada más por ser el Homenaje a Cataluñaun libro de 1938, publicado en plena guerra, nadie se preocupaba por entonces de los nombres tan sólo. Antes de nada, por si acaso, con todo, busqué el apellido Wheeler en Thomas, nada más sencillo para Peter que haberme mentido al respecto y así asegurarse de que no lo encontrara, si le creía y no me molestaba ni siquiera en mirarlo. Pero era verdad, no figuraba, ni tampoco Rylands, lo comprobé por comprobar, no me costaba. Qué maldito apellido habría utilizado en España Wheeler, ahora había conseguido que la curiosidad me azuzara. Tal vez alguna andanza suya estaba consignada en aquel libro o en Orwell, o en cualquiera de los muchos que sobre la Guerra Civil tenía en la estantería oeste de su despacho, según vi (y demasiado me entretuve con ellos), y, de ser ese el caso, yo no podía enterarme siendo pública la andanza, me pareció irritante. Lo que no era público era el nombre, o el alias, mucha gente los usó durante la Guerra. Yo recordaba quién era Nin, pero no sus vicisitudes finales, a las que había aludido Tupra sin duda. Había sido secretario de Trotsky en Rusia, donde había vivido la mayoría de los años veinte, hasta 1930; de esa lengua, la rusa, había traducido al catalán no poco, y también algo al castellano, desde Las lecciones de Octubrey La revolución permanente, de su temporal protector y jefe, hasta la Ana Kareninde Tolstoy y Una cacería dramáticade Chejov y El Volga desemboca al mar Caspiode Boris Pilniak, así como algún Dostoyevski. Ya iniciada la Guerra fue secretario político del llamado POUM o Partido Obrero de Unificación Marxista, siempre visto por Moscú con malos ojos. Esto sí lo recordaba, y también la cacería más trágica que dramática que padecieron sus miembros por parte de los stalinistas en la primavera del 37, sobre todo en Cataluña, donde mayor implantación tenía ese partido. Fue lo que hizo salir a Orwell rápidamente de España para no ser encarcelado y quizá ejecutado, pues había estado muy próximo al POUM si es que no había pertenecido a él —iba leyendo de aquí y de allí, salteando, pasando de un volumen a otro (amontoné unos cuantos sobre la impoluta mesa de Peter), buscando sobre todo lo de los brigadistas alemanes que tanto había impresionado a Tupra—, y en todo caso había combatido con la Vigesimonovena División, formada por milicianos poumistas, en el frente de Aragón, donde había sido herido. Como ha ocurrido con tantas personas, movimientos, organizaciones y hasta pueblos, este partido es más célebre y más recordado por la brutal disolución y persecución de que fue objeto que por su constitución o sus hechos, hay finales que marcan. En junio del 37, como relatan Orwell con gran detalle y de primerísima mano, Thomas y otros más lejana y resumidamente, el POUM fue legalizado por el Gobierno de la República a instancias de los comunistas, no tanto españoles —pero también— cuanto rusos, y según parece por decisión o insistencia personal de Orlov, jefe en España de la NKVD, el Servicio Secreto o Seguridad soviéticos. Para justificar la medida y la detención de sus principales dirigentes (no sólo Nin, también Julián Gorkin, Juan Andrade, el militar José Rovira y otros) y de sus militantes, simpatizantes y milicianos, por muy lealmente que aún lucharan en el frente estos últimos, se fabricaron pruebas falsas y más bien grotescas, desde una carta supuestamente firmada por Nin nada menos que a Franco hasta el incriminatorio contenido de una maleta (variados documentos secretos con el sello del comité militar del POUM, en los que éste se delataba como partido quintacolumnista, traidor y espía al servicio de Franco, Mussolini y Hitler, pagado por la mismísima Gestapo) hallada oportunamente por la policía republicana en una librería de Gerona, donde poco antes la había dejado en custodia un individuo bien vestido. El librero, un tal Roca, era un falangista recientemente desenmascarado por los comunistas catalanes, al igual que el probable escribiente de la carta falsa, un tal Castilla, descubierto a su vez en Madrid junto con otros conspiradores. Ambos fueron convertidos en agents provocateursy obligados a colaborar en la farsa, para dar chapucera verosimilitud al nexo entre el POUM y los fascistas. Es posible que así salvaran la vida.

Nada de esto me interesaba mucho, pero todos, con mayor o menor atención y conocimiento, simpatía o antipatía hacia los depurados, lo referían: Orwell, Thomas, Salas Larrazábal, Riesenfeld, Payne, Alcofar Nassaes, Tinker, Benet, Preston, Jackson, Tello-Trapp, Koesder, Jellinek, Lucas Phillips, Howson, Walsh, la mesa de Wheeler ya abarrotada por sus muchos libros abiertos, me faltaban dedos para sostener cada página y los cigarrillos, por fortuna la mayoría de los volúmenes llevaba índice onomástico, a Nin se lo llamaba Andreu o Andrés según los casos. Nin fue detenido en Barcelona el 16 de junio y desapareció en seguida (luego más bien fue secuestrado), y como era el dirigente más conocido, tanto en España como sobre todo en el extranjero, su ignorado paradero se convirtió en un breve escándalo y en un largo, quizá eterno misterio que dura hasta nuestros días, en los que no habrá mucha gente, supongo, preocupada por resolverlo, aunque ya llegará el novelista idiota y deshonesto (si no ha llegado ya y no estoy al tanto) que decida y pretenda desvelarlo: según las bibliografías ha habido ya una película medio inglesa y medio española sobre aquellos meses y aquellos hechos, no la he visto pero al parecer, por suerte, no es idiota, a diferencia de tantas españoladas blandas, falaces, vagamente rurales o provinciales y muy sensibleras sobre nuestra Guerra, que son aplaudidas sin falta por las buenas conciencias de mi país, las profesionalmente compasivas y por vocación demagógicas, sacan réditos de ello.

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