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¡Ay, Harlem, disfrazada!

¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!

Me llega tu rumor,

me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,

a través de láminas grises

donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,

a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,

a través de tu gran rey desesperado

cuyas barbas llegan al mar.

IGLESIA ABANDONADA

(BALADA DE LA GRAN GUERRA)

Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.

Yo tenía un hijo.

Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.

Lo vi jugar en las últimas escaleras de la misa

y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.

He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

Saqué una pata de gallina por detrás de la luna y luego

comprendí que mi niña era un pez

por donde se alejan las carretas.

Yo tenía una niña.

Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.

Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!

Subí a tocar las campanas, pero las frutas tenían gusanos

y las cerillas apagadas

se comían los trigos de la primavera.

Yo vi la transparente cigüeña de alcohol

mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes

y vi las cabañas de goma

donde giraban las copas llenas de lágrimas.

En las anémonas del ofertorio to encontraré, ¡corazón mío!,

cuando el sacerdote levante la mula y el buey con sus fuertes brazos

para espantar los sapos nocturnos que rondan los helados paisajes del cáliz.

Yo tenía un hijo que era un gigante,

pero los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo.

Si mi niño hubiera sido un oso,

yo no temería el siglo de los caimanes,

ni hubiese visto el mar amarrado a los árboles

para ser fornicado y herido por el tropel de los regimientos.

¡Si mi niño hubiera sido un oso!

Me envolveré sobre esta lona dura para no sentir el frío de los musgos.

Sé muy bien que me darán una manga o la corbata;

pero en el centro de la misa yo rompere el timón y entonces

vendrá a la piedra la locura de pingüinos y gaviotas

que harán decir a los que duermen y a los que cantan por las esquinas:

él tenía un hijo.

¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo

que no era más que suyo. porque era su hijo!

¡Su hijo! ¡Su hijo! ¡Su híjo!

III

CALLES Y SUEÑOS

A Rafael R. Rapún.

Un pájaro de papel en el pecho

dice que el tiempo de los besos no ha

llegado.

VICENTE ALEIXANDRE.

DANZA DE LA MUERTE

El mascarón, ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo viene del Africa a New York!

Se fueron los árboles de la pimienta,

Los queños botones de fósforo.

Se fueron los camellos de carne desgarrada

y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.

Era el momento de las cosas secas,

de la espiga en el ojo y el gato laminado,

del óxido de hierro de los grandes puentes

y el definitivo silencio del corcho.

Era la gran reunión de los animales muertos,

traspasados por las espadas de la luz;

la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza

y de la gacela con una siempreviva en la garganta.

En la marchita soledad sin honda

el abollado mascarón danzaba.

Medio lado del mundo era de arena,

mercurio y sol dormido el otro medio.

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Arena, caimán y rniedo sobre Nueva York!

*

Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío

donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.

Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,

con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,

acabó con los más leves tallitos del canto

y se fue al diluvio empaquetado de la savia,

a través del descanso de los últimos desfiles,

levantando con el rabo pedazos de espejo.

Cuando el chino lloraba en el tejado

sin encontrar el desnudo de su mujer

y el director del banco observaba el manómetro

que mide el cruel silencio de la moneda,

el mascarón llegaba a Wall Street.

No es extraño para la danza

este columbario que pone los ojos amarillos.

De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso

que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.

El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,

ignorantes en su frenesí de la luz original.

Porque si la rueda olvida su fórmula,

ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos;

y si una llama quema los helados proyectos,

el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.

No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.

El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,

entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados

que aullarán, noche oscura, por su tiempo sin luces,

¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,

tendida en la frontera de la nieve!

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Qué ola de fango y luc¡érnaga sobre Nueva York!

*

Yo estaba en la terraza luchando con la luna.

Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.

En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.

Y las brisas de largos remos

golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.

La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro

para fingir una muerta semilla de manzana.

El aire de la llanura, empujado por los pastores,

temblaba con un miedo de molusco sin concha.

Pero no son los muertos los que bailan,

estoy seguro.

Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.

Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;

son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,

los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,

los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,

los que beben en el banco lágrimas de niña muerta

o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.

¡Que no baile el Papa!

¡No, que no baile el Papa!

Ni el Rey,

ni el millonario de dientes azules,

ni las bailarinas secas de las catedrales,

ni constructores, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.

Sólo este mascarón,

este mascarón de vieja escarlatina,

¡sólo este mascarón!

Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,

que ya las ortigas estremecerán patios y terr azas,

que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,

que ya vendrán lianas después de los fusiles

y muy pronto, muy pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street!

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!

¡Cómo escupe veneno de bosqué

por la angustia imperfecta de Nueva York!

Diciembre, 1929.

PAISAJE DE LA MULTITUD QUE VOMITA

(ANOCHECER OE CONEY ISLAND)

La mujer gorda venía delante

arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores,.

la mujer gorda

que vuelve del revés los pulpos agonizantes.

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