Fue mi prima la que consiguió el número de teléfono de la tipa, así llamaban a la amante del marido de Prudencia.
Entre las dos calcularon la estrategia. Es una golfa, decía mi prima, una descarada que se merece un escarmiento, anda que sí con la mosquita muerta, que yo la conozco y va de santa. Dudaron mucho, primero creyeron que lo mejor era llamarla, colgar sin darle tiempo a contestar y repetir la llamada cada hora. O quizá era preferible que Prudencia fuera a verla a su casa, ese hombre es mío, déjalo en paz, le diría. Pero Prudencia pensaba que eso era rebajarse, que así le daban a ella una satisfacción. Así es que después de mucho cavilar decidieron que lo mejor era escribir su número en un papel muy grande y dejarlo en la mesita del teléfono para que lo viera el marido y supiera que Prudencia estaba dispuesta a montar un espectáculo. Él se asustaría y dejaría a la tipa para evitarse un disgusto. Así lo hizo Prudencia.
Cuando el marido iba a llamar a su madre como todos los días encontró el papel. Prudencia estaba que le temblaban las piernas. En ese mismo momento supo que no había sido una buena idea. Su marido se dirigió hacia ella con la cara desencajada y el papel en la mano, a grandes pasos. ¿La vas a llamar?, le dijo mientras le ponía el papel delante de los ojos, ella también tiene tu número, lo sabe de memoria, no le hace falta ir dejando papelitos porque se lo he dado yo, si te da vergüenza le digo que te llame a ti. Arrugó el papel delante de sus narices, lo tiró con rabia hacia atrás y cogió a Prudencia por un brazo apretando con fuerza. No me hagas daño, gemía la pobre, no la voy a llamar, de verdad, no la voy a llamar. Y él seguía apretando cada vez más mientras la amenazaba con la otra mano. Atrévete, decía, atrévete.