Mi marido me acompaña todos los domingos a misa. Y después nos vamos a casa de mi suegra a tomar el aperitivo. Cuando pasamos por la casa de al lado la vecina siempre está en la puerta. Con un niño cogido de la mano, muy arregladitos los dos. Y nos sonríen. Digo yo que parece que nos estuvieran esperando, porque todos los domingos los encontramos. Se lo comenté un día a mi suegra y a su marido y se pusieron a hablar de otra cosa, como si yo fuera una cotilla. Pues señor, anda que no sueltan ellos de la vecindad.
La verdad es que esta costumbre de ir todos los domingos a casa de mi suegra no me ha gustado nunca, pero a mi marido le hace ilusión. Dice que así me paseo y me da un poco el aire, y que a su madre le gusta mucho vernos a todos en familia.
A casa de mis padres no vamos, porque mi marido no se lleva muy bien con mi padre, así es que para evitarnos disgustos hemos decidido no ir.