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La sirena de las dos ambulancias que llegaban a Aguamarina os levantó a todos de vuestros asientos. El Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y la nochecayó de las manos de Ulises. Todos corristeis hacia la puerta, y visteis cómo bajaban las cuatro camillas.

—¿Dónde los ponemos?

Los cadáveres iban envueltos en sábanas. El abogado de Ulises se había encargado de que los trasladaran sin féretro, el rito musulmán exige que el cuerpo tome tierra en un sudario blanco. Ulises destapó la cara de Pedro, de Aisha, de Yunes, de Farida, y les quitó la venda que sujetaba sus mandíbulas. Después, indicó a los camilleros el camino hacia la biblioteca, y les pidió que los colocaran en el suelo, a Pedro junto a Aisha, a Yunes junto a Farida.

En ese momento llegó el colectivo magrebí, los hombres y mujeres que no se habían reunido en la casa abandonada del paseo marítimo. Las mujeres lavaron los cuerpos de las mujeres, y Matilde las ayudó. Cuando limpiaba la cara de Aisha, comenzó a llorar en silencio. Secaba el agua de las mejillas blanquísimas y luego enjugaba sus lágrimas. Ulises había dispuesto que envolvieran los cuerpos en sábanas de lino de Aguamarina, y así lo hicieron.

Cuando Aisha estuvo envuelta en su sudario blanco, Matilde salió corriendo hacia la casa de los guardeses. Regresó con la mantilla española que Ulises le regaló en su boda. Qué pequeña estaba al lado de Pedro. Colocó la mantilla sobre ella y dijo que ya podían entrar los hombres a lavar a los hombres.

Cuando esperabais todos en el pasillo, Matilde volvió a salir corriendo. «Este cofre pequenio regaló Yunes a Pedro y Aisha, incienso que sobra de boda para entierro guardo dentro.»

Sobre la almohada de la cama de Aisha, Matilde encontró a Negritaacurrucada. Le acarició el lomo, la cogió en brazos y la besó. Después volvió a dejarla sobre la almohada, buscó el cofrecillo en el arcón y regresó corriendo al velatorio.

Los hombres avisaron que podíais entrar. Matilde entregó el incienso de La Meca a las mujeres. Las mujeres prendieron el incienso y los hombres comenzaron a recitar el Corán. Se habían repartido entre ellos todos los capítulos, cada uno leía un rezo distinto, y todos a un mismo tiempo. Los versículos del libro sagrado se mezclaban en las diferentes entonaciones de las voces que los salmodiaban, en una cacofonía que no terminó hasta que los cuerpos alcanzaron la tierra. EN EL NOMBRE DE DIOS, EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO. «¿Qué te hará entender qué es un abismo?» «...Nos, lo hemos hecho descender en la noche del Destino.» «¿Qué te hará entender qué es la noche del Destino?» EN EL NOMBRE DE DIOS, EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO.

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