Era la hora; disponíamos de tiempo más que suficiente. Nos hubiera gustado celebrar alguna ceremonia para festejar nuestra huida y el éxito, por pequeño que fuera, de nuestra misión, pero las circunstancias no permitían ceremonias de ninguna clase. Rossi exploró los extremos más recónditos de la cavidad; nos informó de que no había encontrado arena: sólo una capa de polvo. Suponía que la cavidad no quedaría nunca llena, ni completamente cerrada. A ninguno de nosotros le importaba.
Entramos en la nave y, después de cerrarla herméticamente, nos sentamos en la sala de mandos para comer y para filosofar un poco, reasumiendo nuestros papeles de representantes de la Tierra.
—Yo diría —dijo Bertel— que hemos fracasado.
—¿Por qué? —inquirí—. Hemos descubierto...
—Sí, sí —me interrumpió—. Hemos descubierto y hemos descubierto. Pero, ¿a quién diablos le importar hacer la guerra a esos badulaques que hemos descubierto? Nunca serán aptos para luchar.
Pero Rossi era más optimista.
—Siempre queda Marte —dijo—. Podemos aprovechar la fuerza específica de Venus para hacerle la guerra a Marte. Marte parece ser un enemigo de cuidado para cualquiera.
—Tal vez perduren los dos —dijo Bertel—, hasta que la naturaleza del hombre haya cambiado.
—Esto —dijo el doctor Pound— es inconcebible.
Bertel le miró belicosamente, pero decidió aplazar la discusión hasta que estuviéramos en el espacio. Había llegado el momento de emprender la marcha.
Cuando la nave salía de la cavidad excavada por la bomba, Rossi recordó que habíamos olvidado una parte de nuestras obligaciones. El Presidente nos lo había encargado de un modo especial cuando acudió a desearnos un buen viaje, muchas horas antes. Los cuatro estuvimos de acuerdo en que el mejor lugar para ponerlo era la pared del fondo de la cavidad, y colocamos la lápida de bronce de modo que quedase bien visible. La lápida llevaba la siguiente inscripción:
ESTE PLANETA FUE DESCUBIERTO POR EMISARIOS
DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.
LOS PERMISOS DE EXPLORACIÓN
DEBEN SER SOLICITADOS AL GOBIERNO
DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.
TODOS LOS DERECHOS DE EXPLOTACIÓN
ESTÁN RESERVADOS
POR LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.
Rasgo De Ingenio
Gordon R. Dickson
Era un planeta bueno. Era un planeta muy bueno: valía en justicia un bono de la Clase A. Hank Shallo se limpió los labios con el dorso de su mano cuadrada, velluda, de prominentes nudillos, soltó la taza de café y puso su nave en órbita alrededor del lugar. La órbita tenía una ligera deriva, debido a que el giroscopio necesitaba un repaso; pero Hank estaba acostumbrado a estas anomalías, como lo estaba al hecho de que la cafetera hubiese sido instalada en el termostato a un nivel inferior al por él indicado. Hizo las necesarias correcciones mientras miraba hacia abajo, en busca de un lugar conveniente para aterrizar.
Hank era un explorador del universo: un pionero interestelar que volaba en una nave espacial individual, buscando nuevos hogares para los humanos. La última vez que estuvo en la Tierra había sido citado como modelo de exploradores en una campaña de publicidad montada por el gobierno. En los carteles impresos a tal fin, Hank aparecía embutido en un ajustado uniforme azul, de cuello abierto, sentado ante los relucientes mandos de una cabina nueva. Utilitariamente ordenada, la pequeña cabina le rodeaba desde el camastro plegable tipo Pullman hasta el armario con las armas bien engrasadas brillando en sus colgadores. Una usada guitarra estaba tirada en un rincón.
La realidad difería un poco de este cuadro: Hank, embutido en unos pantalones cortos de color caqui, sentado ante los baqueteados mandos. Utilitariamente desordenada, la pequeña cabina le rodeaba desde el camastro clavado en el suelo y sin hacer hasta el armario, con un pico, una pala, un hacha, etc., bien engrasados brillando en los colgadores. (En el departamento de municiones había cinco cartuchos de dinamita. Hank, cuando hablaba de sus expediciones durante sus cortas estancias en la Tierra, era capaz de referirse a la dinamita con cierto lirismo. Es una herramienta —decía— y un arma. Cava por ti, lucha por ti, te abre paso por todas partes. Lo único que no puede pedírsele es que guise las comidas y haga la cama.
Una usada guitarra estaba tirada en un rincón.
Cuando hubo completado la novena vuelta, Hank tenía un mapa de toda la superficie del planeta que estaba debajo de él. Corrió a llevárselo al cerebro electrónico de la nave, el cual marcó el lugar de aquel planeta de tres continentes donde las condiciones para aterrizar eran óptimas. Luego, Hank ajustó el piloto automático y decidió descabezar un sueño.
Cuando el instinto le despertó, el Andnowyoudont estaba balanceándose sobre un pequeño prado rodeado de árboles bastante atractivo como lugar de aterrizaje. Nunca podría saber qué sentido le advirtió en medio de su somnolencia; lo cierto es que un segundo antes estaba dormido... y un segundo después estaba corriendo hacia el cuadro de mandos.
El choque sacudió a la nave como una mano de gigante. Hank dio un traspiés, chocó de cabeza contra la pared de la cabina y perdió el conocimiento en medio de la lluvia de estrellas más espectacular que había contemplado en toda su vida de navegante espacial.
Despertó de nuevo, esta vez con un insoportable dolor de cabeza y un chichón en la frente. Se sentó, semiinconsciente, y con un enorme esfuerzo terminó por ponerse en pie para dirigirse, con paso vacilante, hacia el botiquín. De un modo vago se dio cuenta de que la nave, al menos, seguía en posición vertical. La mirilla de observación permitía ver un trozo de prado. Cinco años antes hubiera corrido a asomarse a la mirilla. Ahora estaba más interesado en tomar una aspirina.
Cuando se hubo tragado la aspirina y comprobado que el chichón de su frente no sangraba y que la guitarra no había sufrido ningún daño, se acercó a la mirilla de observación, se instaló en el asiento del piloto y miró hacia el exterior. El prado dio unas cuantas vueltas delante de sus ojos, se paró, y por la mirilla pudo ver una forma alargada, de color gris.
En el extremo opuesto del prado se encontraba otra nave.
Su tamaño equivalía a la mitad del Andnowyoudont, y no se parecía a ninguna de las naves de fabricación terrestre conocidas por Hank; tenía una especie de torreta metálica en el lugar que debía ocupar la proa. De aquella torreta sobresalían un par de tubos cortos, de boca muy ancha, que guardaban una inquietante semejanza con las bocas de los cañones. Apuntaban directamente al Andnowyoudont.
Hank silbó las tres primeras notas de Esta Noche Hace Calor en la Vieja Ciudad... y se interrumpió con cierta brusquedad. Miró fijamente a través de la mirilla, la extraña nave espacial.