Era el sexto día terrestre de la expedición en la Luna, pero los cinco hombres experimentaban la sensación de no haber conocido otra existencia. La propia Tierra se había convertido en una ilusión, en un sueño lejano. Las únicas realidades, ahora, eran las desoladas llanuras de lava, los cráteres distantes, y el siniestro poder de unos seres invisibles... la amenaza de aquellos huidizos y aparentemente incansables seres descritos sarcásticamente por el profesor Jantz como nuestros desconocidos amigos.
Pegram y el profesor se quedaron contemplando el tractor hasta que no fue más que un diminuto punto negro moviéndose en la distancia.
Desde un cielo negro, tachonado de estrellas, el sol dejaba caer sus implacables rayos, creando el increíble calor de un mediodía lunar.
A lo lejos, las montañas de Tycho se erguían repulsivas y horrendas, bañadas por el. ardiente sol. El paisaje entero, sumido en su peculiar inmovilidad, parecía un desierto pintado... el telón de fondo de un drama de suspense y de peligro, como en realidad lo era.
El capitán Harper detuvo el tractor a una milla de distancia de la semiesfera metálica, y después de una breve confirmación del plan de ataque, Holt y Jackson descendieron del vehículo. Holt tomó posición a doscientos metros del tractor por el flanco izquierdo, y Jackson a doscientos metros por el derecho, a fin de evitar que una posible acción enemiga destrozara toda la fuerza de ataque.
Armados con granadas, los dos hombres debían avanzar hasta ponerse en posición de tiro, o encontrar resistencia. Si podían destruir la edificación sin entrar en contacto con el enemigo, debían hacerlo y retroceder; en caso contrario, debían establecer una especie de línea defensiva mientras el capitán Harper conducía el tractor lo más cerca posible y utilizaba el cohete de lanzamiento.
En cuanto hubieron alcanzado sus posiciones de flanco, Harper agitó su mano desde la torreta y los dos hombres avanzaron valientemente al trote.
Llegaron a cuatrocientos metros de la semiesfera sin divisar ninguna señal de actividad. Entonces, de repente, una forma enorme, que apenas era humana, apareció un instante en la puerta del extraño edificio. Vaciló, desapareció de nuevo, para reaparecer casi inmediatamente. Entonces echó a correr a una increíble velocidad, yendo directamente al encuentro de Holt.
A la luz del sol, los tres hombres vieron que estaba completamente cubierto de metal. Su cuerpo y sus extremidades despedían un brillo mate mientras el extraño ser avanzaba rápidamente.
Aunque tenía nueve pies de estatura y su forma era pavorosamente humana, los seres humanos con los cuales se enfrentaba ahora vieron con una súbita sensación de horror que el monstruoso individuo terminaba en la línea de los hombros. ¡No tenía cabeza!
El brazo de Holt describió un amplio círculo y una granada salió proyectada hacia su macabro adversario, que ahora se encontraba solamente a ciento cincuenta metros de distancia. El monstruo continuó su carrera sin tratar de apartarse.
La explosión no produjo ningún ruido, pero la onda expansiva alcanzó incluso al tractor, que en aquel momento se encontraba a cuatrocientos metros de distancia.
La granada había sido bien dirigida, a pesar de la velocidad del monstruo. Cayó a unos diez metros detrás de él. La conmoción hubiera hecho pedazos a un ser humano, pero aquel cuerpo recubierto de metal se limitó a tambalearse ligeramente, para reemprender en seguida su rápido avance. Holt alzó el brazo para lanzar otra granada, pero era demasiado tarde. Algo brilló en la mano del monstruo. Durante una fracción de segundo, una delgada raya luminosa salió proyectada hacia adelante.
Con involuntarios gritos de horror, Jackson y el capitán Harper vieron cómo Holt se desplomaba. Incluso desde la distancia a la cual se encontraban, pudieron darse cuenta de que su cuerpo había sido cortado limpiamente en dos.
Inmediatamente, al ver a su enemigo destruido, el monstruo se volvió hacia Jackson. Por espacio de unos segundos permaneció inmóvil —un blanco perfecto—, y Jackson no desperdició la oportunidad. Dos granadas en rápida sucesión, salieron disparadas hacia el blanco, mientras el extraño ser reemprendía su carrera. Intuyendo que el monstruo se encaminaría directamente hacia él, Jackson había lanzado la segunda de las granadas de modo que quedara un poco corta.
Dejando atrás la primera granada, el monstruo siguió avanzando para ser cogido de lleno por la segunda explosión. Por un instante pareció colgar suspendido —un cuadro de completa sorpresa—. Luego, brazos, piernas y cuerpo salieron proyectados al aire y cayeron separadamente.
Sin pérdida de tiempo, el doctor Jackson se volvió hacia la semiesfera metálica. Otros dos monstruos sin cabeza habían aparecido, y estaban dedicados a montar un extraño aparato.
Entretanto, el capitán Harper había continuado avanzando hacia el blanco a toda velocidad. Cuando estuvo a menos de trescientos metros detuvo repentinamente el tractor y se encaramó a la torreta. Sin perder tiempo en apuntar, apretó el pulsador del cohete de lanzamiento.
El disparo resultó demasiado alto. Cincuenta libras de explosivo de gran potencia volaron inofensivamente por encima del objetivo. Pero, mientras volvía a cargar a toda prisa el cohete de lanzamiento, Harper vio con el rabillo del ojo que Jackson se había puesto en movimiento.
El geólogo avanzó unos pasos, arrojó otras dos granadas y se dejó caer al suelo. La primera no hizo explosión, aunque la cosa no tuvo demasiada importancia, ya que quedó treinta metros corta. La segunda, en cambio, cayó a unos ocho metros de los dos monstruos. En el preciso instante en que uno de ellos alzaba en su mano la extraña y reluciente arma, la granada hizo explosión, alcanzándole de lleno, lo mismo que a su compañero, y aplastando su aparato.
Lejos de quedar mortalmente heridos, los dos monstruos se recobraron con increíble rapidez. Uno de ellos corrió en busca de su arma, que había quedado sobre el lecho de lava, a unos metros de distancia, en tanto que el otro trataba de recomponer rápidamente su pequeño trípode con su cilindro de aspecto siniestro.
Pero, para entonces, el capitán Harper no sólo había vuelto a cargar el cohete de lanzamiento, sino que se había obligado a sí mismo, mediante un supremo esfuerzo de voluntad, a apuntar lenta y cuidadosamente... intuyendo, quizá, que el resultado final dependía por completo de su próximo disparo.
Cincuenta libras de explosivo de gran potencia volaron en línea recta hacia la semiesfera. Durante unos terribles momentos, pareció que la carga no iba a estallar. Luego se produjo un silencioso resplandor, y el tractor se estremeció violentamente. La repentina nube de polvo cayó casi tan rápidamente como se había levantado.
Al aclararse, el capitán Harper vio que la semiesfera metálica y sus extraños ocupantes estaban completamente destrozados. Todo lo que quedaba de ellos era un humeante montón de metal retorcido.
Durante unos instantes, los dos supervivientes permanecieron completamente inmóviles. Luego, el doctor Jackson se puso en pie y echó a andar con paso inseguro hacia los restos del doctor Holt. El capitán Harper, a su vez, descendió de la torreta para ir a reunirse con su compañero. Súbitamente se desplomó. El doctor Jackson dio media vuelta y corrió hacia él.
—Creo... que se trata... de un pequeño... escape —balbuceó Harper a través de su radio individual—. ¡Lléveme al tractor!
Jackson le arrastró hasta el vehículo. Una vez allí le izó hasta la torreta y luego trepó él mismo hasta ella.
En cuanto estuvieron dentro del tractor, el capitán se recobró de su pasajero desmayo. El escape debió ser infinitesimal.
—Gracias —murmuró Harper con voz temblorosa—. Es una sensación terrible, ¿verdad?
—No se han inventado aún las palabras para describirla —asintió Jackson—. Debió usted quedarse en el tractor hasta que nosotros regresáramos.