Randolph rumió la idea en silencio.
—Oswald —dijo—, es una antigua costumbre del pueblo norteamericano tomar a broma lo que no puede comprender. Pero, no hay que llevar las cosas demasiado lejos. ¿No le parece que ese slogan Brujas del mundo, uníossuena a comunista?
—Cada vez que alguien habla de mantener al mundo pacíficamente unido, de unidad, no falta quien empieza a gritar comunismo...¿Desde cuándo tiene el comunismo la exclusiva de la unidad? Su compañía es internacional, ¿no es cierto? Es la International Witch Corporation, ¿no? Usted no se limita a vender productos Witch en los Estados Unidos: tiene mercados en Europa, y en África, y en la India, a no ser que yo haya leído mal los gráficos de ventas. ¿Por qué ha de preocuparle el utilizar ese slogan? Nuestras ventas suben como la espuma en todas partes —continuó Oswald en tono satisfecho—. ¿Qué quiere usted expresar al decir que no hay que llevar las cosas demasiado lejos? Tiene usted al mundo en un puño... ¿Acaso quiere soltarlo? Incidentalmente —añadió, en un tono más tranquilo— he recibido la visita de un chiflado que me ha dado qué pensar. El chiflado me ha dicho que, ahora que tenemos a las brujas del mundo unidas, por qué no hacemos un verdadero trabajo de limpieza, en un barrio pobre, por ejemplo. Me ha dado qué pensar, se lo aseguro. Una buena causa no le ha hecho nunca daño a un programa.
Randolph se mordió el labio inferior en silencio unos instantes, y Oswald, conociendo a su cliente, esperó pacientemente.
—La idea me gusta mucho más que la de reclamar paz en la tierra para los productos Witch —dijo Randolph finalmente—. ¿Por qué no busca usted un barrio pobre que podamos sanear sin que nos cueste demasiado dinero? El tema de la limpieza no es malo... Lo que no me parece bien es lo de la paz en la tierra referido a nuestros productos. Le diré lo que ha de hacer. Vamos a invertir unos cincuenta mil dólares en un trabajo de saneamiento, y usted podrá utilizar el tema para la publicidad. Deje al mundo para los políticos y para los cabezas a pájaros.
Después de colgar, Randolph se quedó en pie junto al teléfono, mordiéndose el labio inferior. ¿Podría sanearse algo así como un barrio pobre por unos cincuenta mil dólares? Oswald doblaría la cifra en su propio cerebro, desde luego. Siempre lo hacía. Pero procuraría que revirtieran en las ventas. Su contrato estaba ligado a las ventas.
Sí, pensó, era mejor apartarle del camino que estaba siguiendo. Con abogados o sin ellos, aquella clase de publicidad era peligrosa.
El asunto costó una semana de trabajo y la colaboración de todos los miembros de la plantilla que pudieron ser sustraídos de los otros programas, así como los que estaban asignados al programa Witch.
El barrio pobre había sido localizado: tres edificios en una pequeña manzana junto a Battery, rodeada de edificios nuevos. Los inmuebles eran de los que tienen un retrete para cada planta, instalación de agua fría únicamente, y una familia en cada habitación. Seguían existiendo en aquella zona residencial porque estaban ligados a una herencia y no podían ser vendidos. Pero podían ser remozados, y a tal fin se firmaron contratos y se solicitaron permisos hasta que los documentos llenaron todo un fichero. Costaría unos cien mil dólares, desde luego... o quizá más. Pero Randolph lo había autorizado. Siempre citaba la mitad de la cifra —o menos— que había que emplear. De todos modos, las ventas compensarían aquel desembolso, ya que la cosa produciría un fuerte impacto. La preocupación por el dinero era lo último que podía esperarse de Oswald. Tenía a un toro agarrado por los cuernos, y sus ingresos dependían de las ventas...
Durante aquella semana, mientras el trabajo avanzaba, se emitió el nuevo programa publicitario.
Limpio, limpio, limpio con Witch. ¿Qué es lo que las brujas limpiarán a continuación? ¡Brujas del mundo, uníos! Uníos para sanear este viejo mundo y hacerlo habitable...
La noche en que iba a ser exhibido el nuevo trabajo de limpieza, Randolph sintonizó su receptor de TV tan ignorante de los detalles como el último de los televidentes. Le preocupaba un poco el hecho de que Oswald hubiera insistido en mantenerle a oscuras acerca de todo, pero Randolph tenía los mejores publicitarios, y los mejores abogados del país trabajaban en el asunto; y, evidentemente, la subida de la curva de ventas en las dos últimas semanas había sido muy espectacular.
—Esta noche tendremos el mayor auditorio del año en la televisión —le había dicho aquel mediodía Oswald, jubilosamente—. Hemos estado preparando a la gente, y los sketchs "Salen con un nuevo "twist" y una canción publicitaria" han continuado en esta red —su coste era relativamente pequeño—, e incluso pienso incluir algunos de ellos en los programas realmente importantes que estamos preparando.
Bill Howard apareció en la pantalla, con su ancho rostro de facciones vulgares inclinado hacia los telespectadores a través de la mesa.
—La noticia más importante del país en estos momentos —dijo Bill en tono solemne—, es el mayor trabajo de saneamiento efectuado por particulares en esta nación. Hay un barrio pobre aquí, en Nueva York —continuó—, y las Brujas del mundo se unirán para sanearlo... esta noche.
Luego desplegó aquella poderosa personalidad que le había convertido en el locutor más conocido de la TV y de la radio. Tenía un modo de decir las cosas que les infundía humanidad, era como si, descorriendo una cortina, introdujera a sus oyentes en las vidas reales de personas auténticas. Desplegó su poderosa personalidad, y empezó su tarea.
En primer lugar mostró un gran mapa de Nueva York, y habló de que la gente consideraba a la ciudad como un lugar enorme, impersonal, pero que no lo era. Bill hizo ver que la ciudad era el hogar de todo el mundo.
Luego señaló en el mapa el punto exacto donde estaban situados los edificios. A continuación, pasó una película y mostró la parte trasera de los edificios, que era un vertedero de basuras, y una habitación en la cual dormía una familia de siete miembros y el retrete que compartían con otras cinco familias.
Después, Bill apagó el proyector, y llevó a aquella familia junto al micrófono, todos ellos sucios y con ropas que tenían muchos años de existencia... incluso las del bebé. Los zapatos de un chiquillo carecían de suelas, y a los de otro muchacho les habían abierto un boquete en la parte delantera, a fin de que pudieran contener los pies a medida que iban creciendo.
—No hemos añadido nada a lo que hemos encontrado —dijo Bill—. Voy a presentarles a esta familia con el nombre de Jones. Esta es una parte muy real de América —añadió, y su voz temblaba un poco.
Si estaba fingiendo, pensó Randolph, era el mejor actor que había visto en su vida.
Randolph se alegró de estar solo y de no tener que hablar con nadie. También él estaba impresionado.
—Y, ahora —dijo Bill a su auditorio—, ha llegado el momento de las brujas...
La cámara se desvió, y apareció un modelo de cartón piedra de los edificios, construido de modo que pudieran verse las ventanas sin visillos y la suciedad iluminada por una sola bombilla colgada de un cordón. Todo aparecía cubierto con un sudario gris. Randolph recordó el sudario que había aparecido en la pantalla dos semanas antes y se dio cuenta de que era un efecto de luces sobre una cortina de malla, pero el resultado obtenido era realmente bueno.
Las trece brujas, de piernas largas y delgadas bailaban blandiendo sus productos y entonando su canción. Sus negras capas orladas de rojo se entreabrían de cuando en cuando de modo que el auditorio pudiera verles las largas y delgadas piernas.
¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!
Y cada una de ellas lanzaba una rociada de su producto hacia el edificio.