Al comienzo mismo de la guerra, los ejércitos rusos se vieron divididos, y se aspiraba —como único objetivo— a volver a unirlos, aunque para retroceder y atraer al enemigo hacia el interior de Rusia no había necesidad de esa unión. El Zar está en el ejército para infundirle ánimos, defender cada pulgada de territorio ruso, no para retroceder. Se construye el enorme campamento de Drissa, según el plan de Pfull, y ello significa que no se puede retroceder un palmo más. El Zar reprocha al general en jefe cada retroceso. No sólo el incendio de Moscú, sino ni siquiera la llegada del enemigo a Smolensk cabe en la imaginación de Alejandro y cuando los ejércitos vuelven a unirse muestra su indignación por el incendio de Smolensk y porque no se haya dado ante sus muros la batalla decisiva.
Así pensaba el Zar, pero los jefes militares y todos los rusos en general se indignan todavía más cuando se enteran de que sus ejércitos retroceden hacia el interior del país.
Después de dividir al ejército ruso, Napoleón avanza hacia el interior de Rusia y deja escapar algunas ocasiones de presentar batalla. En agosto llega a Smolensk y no piensa más que en avanzar, aunque, como ahora vemos, ese movimiento es funesto para él.
Los hechos demuestran que Napoleón no previo los peligros de un movimiento hacia Moscú y que ni Alejandro ni sus generales pensaron un solo instante en atraerlo al interior. Pensaban lo contrario. Atraer a Napoleón al interior de Rusia no fue el resultado de un determinado plan (nadie lo creía posible), sino de un complicadísimo juego de intrigas, objetivos y deseos de cuantos participaban en la guerra, incapaces de adivinar que en eso y sólo en eso estaba la única salvación de Rusia.
Todo ocurre por casualidad. Los ejércitos quedan divididos al comienzo de la campaña. Los rusos procuran reunirlos para dar la batalla y detener la invasión enemiga, pero evitan al mismo tiempo el encuentro con un enemigo más fuerte y retroceden involuntariamente, en ángulo agudo, atrayendo al ejército francés a Smolensk. Pero además de retroceder en ángulo agudo, porque los franceses avanzan entre ambos ejércitos, el ángulo se hace cada vez más agudo y los rusos se alejan más y más, porque Barclay de Tolly, un escocés impopular, aborrecido por Bagration, subordinado suyo que manda el segundo ejército y procura retrasar la unión con Barclay para no colocarse bajo su mando. Durante mucho tiempo Bagration evita la unión de las tropas (aun cuando ése sea el objetivo de todos los jefes), porque le parece que esa marcha pondría a las suyas en peligro, y le resulta más conveniente retroceder hacia la izquierda y hacia el sur, molestando al enemigo por el flanco y la retaguardia y reforzando su ejército en Ucrania. Todo esto parece ser una estratagema de Bagration para no estar subordinado al alemán Barclay, a quien odia y que le es inferior en graduación.
El Zar permanece junto al ejército con intención de infundirle ánimos; pero su presencia y la indecisión para adoptar una medida u otra, unidas al incalculable número de consejeros y planes, merman energías al primer ejército, que acaba por retroceder.
Se considera oportuno detenerse en el campamento de Drissa; pero, inesperadamente, Paolucci, que aspira a ser general en jefe, influye sobre Alejandro, y todos los proyectos de Pfull quedan abandonados, al tiempo que la dirección de la campaña se le confía a Barclay. Sin embargo, el poder de Barclay queda limitado porque no inspira confianza.
Los ejércitos están fragmentados, no hay unidad de mando, Barclay no es popular. De toda esa confusión, de la división del ejército y la impopularidad de Barclay, resulta, por una parte, la indecisión, el temor a dar la batalla (cosa inevitable si los ejércitos hubieran estado unidos y si el jefe no hubiera sido Barclay) y, por otra, el creciente odio a los alemanes, acompañado de una verdadera exaltación del espíritu patriótico.
Por último, el Zar abandona el ejército con un pretexto único y cómodo: infundir ánimos a la población de las capitales para excitarla a una guerra nacional. El viaje de Alejandro a Moscú triplica las fuerzas del ejército ruso.
El Zar abandona el ejército para no cohibir la acción del comandante en jefe y confía en que tome medidas decisivas. Pero la situación del comandante en jefe es cada vez más confusa y débil. Bennigsen, el gran duque y el enjambre de generales ayudantes de campo permanecen en el ejército para seguir de cerca sus movimientos e infundirle mayor energía. Pero Barclay se siente aún menos libre bajo todas aquellas miradas que son también las del Zar; eso lo lleva a ser más prudente con respecto a las acciones decisivas y a evitar la batalla.
Barclay se inclina a la prudencia. El gran duque heredero habla de traición y exige una batalla campal. Lubomirski, Branicky, Wlocky y otros como ellos atizan tanto estos rumores que Barclay, con pretexto de remitir algunos escritos al Zar, envía a San Petersburgo a los generales ayudantes de campo polacos y se enfrenta abiertamente a Bennigsen y al gran duque.
Por fin, a pesar de toda la oposición de Bagration, los ejércitos se unen en Smolensk.
Bagration llega en su carruaje a la casa ocupada por Barclay, quien se pone la banda, sale a su encuentro y lo informa como a superior suyo. Bagration, en un alarde de generosidad, a pesar de ser superior en graduación, se pone a las órdenes de Barclay, pero sigue en desacuerdo absoluto con él. Por mandato del Zar, Bagration le envía informes personales y escribe a Arakchéiev:
El Zar decidirá, pero yo no puedo seguir con el ministro(se refiere a Barclay). Por Dios, mándeme a cualquier otro sitio, deme aunque sea el mando de un regimiento, pero no me mantenga aquí. El Cuartel General está lleno de alemanes, hasta tal punto que para un ruso es imposible vivir. No existe orden alguno. Yo pensaba que servía lealmente al Zar y a la patria, pero en realidad a quien sirvo es a Barclay. Y confieso que no quiero hacerlo.
El enjambre de los Branicky, los Wintzingerode y los demás acaba por envenenar las relaciones de ambos generales, que empeoran cada vez más. Se hacen preparativos para atacar a los franceses delante de Smolensk. Es enviado un general para inspeccionar las posiciones. Este general aborrece a Barclay, visita a un amigo, comandante de cuerpo de ejército, con él pasa el día, vuelve al Cuartel General de Barclay y hace una crítica completa del futuro campo de batalla, que no ha visto. Y mientras se discute y se intriga acerca del futuro campo de batalla, mientras se busca a los franceses, equivocándose en cuanto a sus posiciones, éstos tropiezan con la división de Neverovski y llegan a los muros de Smolensk.
Para salvar las comunicaciones es preciso aceptar junto a Smolensk una batalla inesperada. Mueren miles de hombres de una y otra parte.
Smolensk es abandonado, en contra de la voluntad del Zar y de todo el pueblo. Sus propios habitantes incendian la ciudad y, engañados por el gobernador, dando ejemplo a todos los rusos, salen hacia Moscú, no pensando más que en su propia ruina y contagiando a todos su odio hacia el enemigo. Napoleón avanza; el ejército ruso retrocede, y así se consigue lo que había de vencer a Napoleón.
II
Al día siguiente de la marcha de su hijo, el príncipe Nikolái Andréievich llamó a la princesa María a su despacho.
—Ahora estarás contenta, ¿verdad?— le dijo. —Has hecho que me enfade con mi hijo. Es lo que deseabas, ¿eh? ¿Estás contenta?... Es penoso... muy penoso para un hombre viejo y débil como yo. Es lo que tú querías. Puedes alegrarte, puedes alegrarte...
Después de aquella entrevista, la princesa María no vio a su padre en una semana. Estaba enfermo y no salía de su despacho.
A la princesa María la sorprendió observar que tampoco admitía en sus habitaciones a mademoiselle Bourienne. El único que lo cuidaba era Tijón.