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-En la historia detectivesca, hay casos elocuentes de que los maleantes han sido atrapados merced a las peculiaridades de su apetito. De modo que… Veamos… ¿Qué come ese elefante y cuánto come?

-Bueno… En cuanto a qué come… es una bestia capaz de comerlo todo. Comería a un hombre, comería una Biblia…, comería cualquier cosa intermedia entre un hombre y una Biblia.

-Muy bien… Muy bien, a decir verdad. Pero eso me suena a demasiado general. Hace falta detalles…, los detalles son lo único valioso en nuestro oficio. En cuanto a los hombres se refiere… ¿Cuántos hombres es capaz de comerse de una sentada… o, si así lo prefiere, en un día… con tal que estén tiernos?

-A Jumbo no le importa que estén tiernos o no; en una sola comida, podría consumir a cinco hombres, comunes.

-Perfectamente. Cinco hombres. Tomaremos nota de eso. ¿De qué nacionalidades los prefiere?

-Eso le da lo mismo. Prefiere a la gente conocida, pero no tiene prejuicio alguno contra los extraños.

-Perfectamente. Ahora, en lo que atañe a las Biblias… ¿Cuántas Biblias podría comerse de una sentada?

-Una edición completa.

-Eso no me parece lo bastante explícito. ¿Se refiere usted a la edición corriente en octavo o a la ilustrada para familias?

-Creo que Jumbo no mostraría especial interés por las ilustraciones: esto es, que no daría más valor a las ilustraciones que a la simple palabra impresa.

-No. Usted no me entiende. Me refiero al volumen. La Biblia corriente en octavo pesa unas dos libras y medía, mientras que la edición grande en cuarto pesa diez o doce. ¿Cuántas Biblias Doré se comería el elefante de una sentada?

-Si usted conociera a ese elefante, no lo preguntaría. Comería las que hubiera.

-Expresémoslo, entonces, en forma de dólares y centavos. Hay que averiguarlo de algún modo. El Doré vale cien dólares el ejemplar, en cuero de Rusia, biselado.

El elefante necesitaría unos cincuenta mil dólares… digamos, una edición de quinientos ejemplares.

-Eso, ya es más exacto. Tomaré nota. Muy bien. Le gustan los hombres y las Biblias. Hasta aquí, todo va bien. ¿Qué más podría comer el elefante? Necesito detalles.

-Cambiaría las Biblias por ladrillos, dejaría los ladrillos para comer botellas, las botellas para comer ropa, dejaría la ropa para comer gatos, dejaría los gatos para comer ostras, dejaría las ostras para comer jamón, dejaría el jamón para comer azúcar, dejaría el azúcar para comer pastel, dejaría el pastel para comer patatas, dejaría las patatas para comer salvado, dejaría el salvado para comer avena, dejaría la avena para comer arroz, ya que ha sido criado preferentemente a base de arroz. Sólo rechazaría la manteca europea y aun quizá la comiera si la probara.

-Perfectamente. La cantidad total ingerida en una comida… digamos unos…

-Una cantidad que va de un cuarto de tonelada a media tonelada.

-Y bebe…

-Todo lo fluido. Leche, agua, whisky, melaza, aceite de castor, aceite de trementina, ácido fénico, cualquier fluido, salvo el café europeo.

-Muy bien. ¿Y en cuanto a la cantidad?

-Anote por favor, de cinco a quince barriles. Su sed varía; sus demás apetitos, no.

-Esas cosas son inusuales. Deben servirnos como excelentes pistas para dar con él.

Blunt oprimió el timbre.

-Alarico, llame al capitán Burns.

Vino Burns. El inspector Blunt le contó todo el asunto, detalle por detalle. Luego, dijo con el tono claro y firme de un hombre cuyos planes están claramente definidos y que está acostumbrado a dar órdenes:

-Capitán Burns, destaque a los detectives Jones, Davis, Halsey, Bates y Hackett para que busquen al elefante.

-Sí, señor.

-Destaque a los detectives Mortes, Dakin, Murphy, Rogers, Tupper, Higgins y Bartolomew para que vayan tras los ladrones.

-Sí, señor.

-Ponga una fuerte custodia- una guardia de treinta hombres escogidos, con un relevo de treinta-en el lugar donde robaron el elefante, para que lo vigilen severamente y no permitan acercarse a nadie- con excepción de los periodistas- sin órdenes escritas de mi parte.

-Sí, señor.

-Ponga a los detectives con ropa de civiles y en el ferrocarril, en los barcos y en las estaciones de ferryboatsy en todas las carreteras que lleven afuera de Jersey, con orden de registrar a todas las personas sospechosas.

-Sí, señor.

-Dé a todos esos hombres fotografías y la descripción del elefante y ordéneles que registren todos los trenes y ferryboats que partan y otros navíos.

-Sí, señor.

-Si pueden encontrar al elefante, que se apoderen de él y me lo comuniquen por telégrafo.

-Si, señor.

-Que me informen en seguida si se encuentra alguna pista, pisadas del animal o algo similar.

-Sí, señor.

-Consiga una orden de que la policía de puertos vigile atentamente la línea costera.

-Sí, señor.

-Despache detectives vestidos de civil por todas las líneas ferroviarias, al Norte hasta llegar al Canadá, al Oeste hacia Ohio, al Sur hasta Washington.

-Sí, señor.

-Coloque peritos en todas las oficinas telegráficas para escuchar todos los mensajes y que exijan que se les aclaren todos los despachos cifrados.

-Sí, señor.

-Que todas esas cosas se hagan con la mayor discreción, recuérdelo. Con el más impenetrable secreto.

-Sí, señor.

-Infórmeme con presteza a la hora de costumbre.

-Sí, señor.

-¡Vaya!

-Sí, señor.

Se fue.

El inspector Blunt quedó en silencio y pensativo durante unos instantes, mientras el fuego de sus ojos se enfriaba y extinguía. Después, se volvió hacia mí y dijo, con voz plácida:

-No soy afecto a las jactancias, no acostumbro hacer tal cosa; pero… hallaremos el elefante.

Le estreché la mano con entusiasmo y le di las gracias; y eran muy sinceras. Cuanto más veía a aquel hombre, más me agradaba y más admiración sentía ante los misteriosos prodigios de su profesión. Después nos separamos al llegar la noche y volví a casa sintiéndome mucho más alegre que al ir a su oficina.

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