Pero tenía tiempo de sobra. La tía Sally se quedó con el enfermo todo el día y toda la noche, y cada vez que veía al tío Silas con aquella cara tan larga, me escapaba de él.
A la mañana siguiente me enteré de que Tom iba mucho mejor, y dijeron que la tía Sally había ido a echarse una siesta. Entonces fui a la habitación y, si lo encontraba despierto, calculé que podíamos inventarnos una historia que la familia se tragara. Pero estaba dormido y además muy pacífico, y pálido, no con la cara toda encendida como cuando llegó. Así que me senté y esperé a que despertara. Al cabo de una media hora llegó en silencio la tía Sally y allí estaba yo, ¡otra vez en un aprieto! Me hizo un gesto para que no dijera nada y se sentó a mi lado, y empezó a susurrar que ahora todos podíamos estar contentos, porque todos los síntomas iban muy bien y llevaba mucho tiempo durmiendo, cada vez mejor y más tranquilo, y que apostaba diez a uno a que cuando se despertara ya habría recuperado todo el sentido.
Nos quedamos allí mirándolo y al cabo dé un rato se movió un poco, abrió los ojos con toda naturalidad, miró alrededor y dijo:
—¡Hola! ¡Pero si estoy en casa! ¿Cómo ha sido? ¿Dónde está la balsa?
—Todo va bien —respondí yo.
—¿Y Jim?
—Igual —dije, pero sin mucho convencimiento. Pero él no se dio cuenta y dijo:
—¡Bien! ¡Espléndido! ¡Ahora estamos en orden y a salvo! ¿Se lo has dicho a la tita?
Iba a decir que sí, pero intervino ella y va y dice:
—¿El qué, Sid?
—Hombre, cómo lo organizamos todo.
—¿Qué todo?
—Hombre, todo lo que ha pasado. Es lo único que contar; cómo pusimos en libertad al negro entre Tom y yo.
—¡Dios mío! ¿Que lo pusisteis en …? ¡De qué habla este chico! ¡Dios mío, Dios mío, se le ha vuelto a ir la cabeza!
—No, no se me ha ido la cabeza; sé perfectamente lo que digo. Sí que lo pusimos en libertad entre Tom y yo. Decidimos hacerlo y lo hicimos. Y además con mucho estilo. —Se había puesto en marcha y ella no logró pararlo, sino que se quedó allí sentada mirándolo y mirándolo y dejó que siguiera adelante. Comprendí que no tenía ningún sentido que interviniera yo—. Pero, tita, nos ha costado muchísimo trabajo, semanas enteras, horas y horas todas las noches, mientras todos dormíais. Tuvimos que robar velas y la sábana y la camisa y tu vestido y las cucharas y los platos de estaño y los cuchillos de cocina y el calentador, la piedra de moler y la harina y todo género de cosas, y no puedes imaginarte el trabajo que nos costó hacer los serruchos y las plumas y las inscripciones y todo lo demás; no tienes ni idea de lo que nos divertimos. Tuvimos que hacer los dibujos de los ataúdes y lo demás, las cartas nónimas de los ladrones y subir y bajar por el pararrayos, y hacer el agujero de la cabaña y la escala de cuerda y meterla cocinada dentro de un pastel y enviarle cucharas y cosas para que trabajase, que te metíamos en los bolsillos del mandil…
—¡Dios me ampare!
—…Y llenarle la cabaña de ratas y de serpientes y todo lo demás para que le hicieran compañía a Jim, y después tú le hiciste a Tom quedarse tanto tiempo aquí con la mantequilla dentro del sombrero que casi lo estropeaste todo, porque los hombres llegaron antes de que hubiéramos salido de la cabaña y tuvimos que salir corriendo y nos oyeron y nos dispararon y a mí me dieron, y nos apartamos del camino y dejamos que pasaran, y cuando llegaron los perros no les parecimos interesantes, sino que se fueron adonde más ruido había; nosotros sacamos la canoa y fuimos a la balsa y estábamos a salvo y Jim era un hombre libre, ¡y lo hicimos todo solos y fue estupendo, tía!
—Bueno, ¡en mi vida he oído cosa igual! Así que fuisteis vosotros, granujas, los que organizasteis todo este jaleo y nos habéis dejado a todos sin saber qué pensar, casi muertos del susto. Me dan más ganas que nunca de hacéroslo pagar en este mismo momento. ¡Pensar que me he pasado aquí, noche tras noche… espera a ponerte bien del todo, bribón, y verás cómo te saco el diablo del cuerpo a palos!
Pero Tom estaba tan orgulloso y tan contento que no podía pararse, y siguió dándole a la lengua mientras ella intervenía y escupía fuego todo el tiempo, los dos a la vez, como una reunión de gatos, y al final ella dice:
—Bueno, pásatelo todo lo bien que puedas ahora, porque te aseguro que como vuelva a cogerte hablando con él…
—¿Hablando con quién? —pregunta Tom, dejando de sonreír y con aire sorprendido.
—¿Con quién? Pues con el negro fugitivo, claro. ¿Qué te creías?
Tom me miró muy grave, y va y dice:
—Tom, ¿no me acabas de decir que estaba bien? ¿No se ha escapado?
—¿Él? —dice la tía Sally— ¿el negro fugitivo? Claro que no. Aquí lo han vuelto a traer sano y salvo, y está en la misma cabaña, a pan y agua, ¡y cargado de cadenas hasta que vengan a reclamarlo o lo vendamos!
Tom se sentó de golpe en la cama, con la mirada encendida y abriendo y cerrando las ventanillas de la nariz como si fueran agallas, y me grita:
—¡No tienen derecho a tenerlo encerrado! ¡Largo!, y no pierdas un minuto. ¡Suéltalo! No es ningún esclavo. ¡Es tan libre como el que más!
—¿De qué habla este chico?
—Lo digo de verdad, tía Sally, y si no va nadie iré yo. Lo he conocido toda la vida igual que aquí Tom. La vieja señorita Watson murió hace dos meses y sintió vergüenza de haber pretendido venderlo río abajo y lo dijo, y le dio la libertad en su testamento.
—Entonces, ¿para qué demonios querías ponerlo en libertad, si ya era libre?
—¡Bueno, ésa sí que es una pregunta, he de decirlo, típicade una mujer! Hombre, pues porque quería probar la aventura, y habría sido capaz de meterme en sangre hasta el cuello para… ¡Dios santo, TÍA POLLY!
¡Que me muera ahora mismo si no estaba allí, justo al lado de la puerta, con un aire tan complaciente y satisfecho como un ángel que se acabase de hartar de pastel!
La tía Sally saltó hacia ella y casi le arrancó la cabeza de un abrazo. Se puso a llorar con ella, y yo encontré un buen sitio debajo de la cama, porque me dio la sensación de que aquello se estaba poniendo bastante difícil para nosotros. Miré por debajo y al cabo de un rato la tía Polly se soltó y se quedó contemplando a Tom por encima de las gafas, ya sabéis, como si estuviera haciéndolo pedacitos. Y después va y dice:
—Sí, más te vale mirar a otro lado; es lo que haría yo en tu caso, Tom.
—¡Ay Dios mío! —dice la tía Sally— ¿es que ha cambiado tanto? Pero si ése no es Tom, es Sid; Tom está… pero, ¿dónde está Tom? Estaba aquí hace un momento.
—Quieres decir dónde está Huck Finn.. . ¡a ése te refieres! Calculo que no he criado a un bribón como mi Tom todos estos años para no conocerlo cuando lo veo. Estaría bueno. Sal de debajo de la cama, Huck Finn.