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—Bueno, esto es lo que me parece a mí, Huck: si fuera él al que estábamos liberando y le pegasen un tiro a uno de los muchachos, ¿diría él: «Adelante, salvadme y no penséis en un médico para salvar a ese otro»? ¿Haría eso el sito Tom Sawyer? ¿Diría eso? ¡Puedes apostar a que no! Bueno, entonces, ¿vas a decirlo, Jim? No, señor, yo no doy un paso fuera de aquí sin un médico; aunque tardemos cuarenta años.

Yo ya sabía que por dentro era blanco y calculaba que iba a decir lo que había dicho, así que ahora todo estaba bien y le dije a Tom que iba a buscar a un médico. Se puso a armar un jaleo, pero Jim y yo nos pusimos firmes y no quisimos ceder; así que él dijo que se apearía y que desamarraría la balsa él solo; pero no le dejamos. Después nos echó una bronca, pero no valió de nada.

Así que cuando me vio que estaba preparando la canoa dijo:

—Bueno, entonces, si tenéis que ir, os voy a decir lo que debéis hacer cuando lleguéis al pueblo. Cerráis la puerta y le vendáis los ojos al médico bien vendados y le hacéis jurar que sus labios están sellados; le dais una bolsa llena de monedas de oro y después lo sacáis y os lo lleváis haciéndole dar vueltas por todas las callejas en la oscuridad. Luego lo traéis aquí en la canoa, dando vuelta entre las islas, lo registráis y le quitáis la tiza y no se la devolvéis hasta que haya vuelto al pueblo, porque, si no, marcará la balsa con tiza para volverla a encontrar. Es lo que hacen todos.

Así que le dijimos que lo haríamos y nos marchamos, y Jim tenía que esconderse en el bosque cuando viera venir al médico hasta que volviera a marcharse.

Capítulo 41

El médico era viejo; un anciano muy simpático y amable. Cuando lo desperté le dije que mi hermano y yo estábamos en la Isla Española de caza ayer por la tarde y habíamos acampado en un trozo de balsa que encontramos, pero que, hacia medianoche, debía de haberle dado un golpe a la escopeta mientras soñaba, porque se había disparado y le había dado en la pierna. Queríamos que fuese a curársela sin decir nada ni comentárselo a nadie, porque pretendíamos volver a casa aquella tarde para sorprender a la familia.

—¿De qué familia sois? —pregunta.

—De la familia Phelps, río abajo.

—Ah —dice, y al cabo de un minuto repite—: ¿Cómo dices que se pegó un tiro?

—Tuvo un sueño y se disparó —le respondí.

—Extraño sueño —comentó.

Así que encendió el farol, agarró el botiquín y nos pusimos en marcha. Pero cuando vio la canoa no le gustó; dijo que estaba muy bien para una persona, pero que no parecía segura para dos. Y yo voy y digo:

—Ah, no tenga usted miedo, señor, nos llevó a los tres con toda facilidad.

—¿Qué tres?

—Pues a mí y a Sid… y… y las escopetas; eso quería decir.

—Ah.

Pero puso el pie en la regala y la hizo moverse, meneó la cabeza y dijo que buscaría otra mayor. Pero todas estaban con cadena y candado, así que se metió en mi canoa y dijo que esperase hasta que volviera, o que si no podía seguir buscando, o que quizá más valiera que volviese a casa y preparase a la familia para la sorpresa, si es lo que quería. Pero le dije que no, así que le expliqué cómo encontrar la balsa y él se puso en marcha.

En seguida se me ocurrió una idea. Me dije: «¿Y si no puede arreglarle la pierna en dos patadas, como dice el dicho? ¿Y si le lleva tres o cuatro días? ¿Qué vamos a hacer? ¿Quedarnos esperando hasta que se lo cuente a alguien? No, señor; ya sé lo que voy a hacer. Esperaré, y cuando vuelva, si dice que tiene que volver, me iré con él aunque sea a nado, lo atamos y nos lo llevamos río abajo, y cuando Tom ya esté curado le pagamos lo que sea, o todo lo que tengamos, y después le dejaremos desembarcar».

Entonces me metí en un montón de leña para dormir algo, y cuando me desperté, el sol ya estaba bien alto. Salí corriendo a casa del médico pero me dijeron que se había ido por la noche y todavía no había vuelto. «Bueno», pensé, «parece que a Tom le va mal, así que me voy derecho a la isla». Y me puse en marcha, pero al dar la vuelta a la esquina casi me doy de frente con el tío Silas. Va y dice:

—¡Hombre, Tom! ¿Dónde has estado todo este tiempo, pillastre?

—No he estado en ninguna parte —dije—, más que a la caza del negro fugitivo con Sid.

—Bueno, ¿dónde habéis ido? —pregunta—. Tu tía estaba preocupada.

—Pues no tenía motivo —dije yo—, porque estaba muy bien. Seguimos a los hombres y a los perros, pero corrieron más que nosotros y nos perdimos, pero creímos que los habíamos oído en el agua, así que sacamos una canoa, los seguimos y cruzamos al otro lado, pero no los vimos; entonces seguimos ribera arriba hasta que nos cansamos, dejamos atada la canoa y nos quedamos dormidos, y no nos hemos despertado hasta hace una hora; entonces vinimos remando a ver qué pasaba y Sid ha ido a la oficina de correos a ver si se entera de algo y yo ando dando una vuelta a ver si consigo algo de comer antes de ir a casa.

Así que nos fuimos a la oficina de correos a buscar a «Sid», pero tal como yo sospechaba, no estaba allí; así que el viejo retiró una carta que le había llegado y nos quedamos esperando un rato más. Como Sid no apareció, el viejo dijo que nos fuéramos y que Sid volviera a casa a pie, o en la canoa, cuando terminase de hacer el tonto por el pueblo, pero que nosotros volveríamos en la carreta. No conseguí que me dejase quedarme a esperar a Sid, porque dijo que no serviría de nada, y tenía que volver con él para que la tía Sally viese que estábamos bien.

Cuando llegamos a casa, la tía Sally se alegró tanto de verme que se echó a reír y llorar al mismo tiempo mientras me abrazaba y me daba una de aquellas palizas suyas que ni se notaban, y luego dijo que a Sid le iba a hacer lo mismo cuando volviera a casa.

La casa estaba llena de agricultores y sus mujeres que habían ido a comer y que no paraban de hablar. La peor era la vieja señora Hotchkiss, que le daba a la sin hueso como una descosida. Va y dice:

—Bueno, hermana Phelps, he registrado esa cabaña por todas partes y creo que el negro estaba loco. Se lo he dicho a la hermana Damrell, ¿no es verdad, hermana Damrell? Le he dicho, está loco, con estas mismas palabras. Ya me habéis oído todos: está loco, es lo que digo; y es que se nota en todo. No hay más que ver esa piedra de molino, es lo que digo; que naide me diga que no está loco alguien que va y se pone a escribir todas las locuras en una piedra de molino, es lo que digo yo. Aquí a tal y tal persona se le partió el corazón, y tal y cual sufrió treinta y siete años, y todo eso: hijo natural de Luis no sé qué, y todas esas bobadas. Está chalado, eso es lo que yo digo y lo digo para empezar, en medio y para terminar: ese negro está loco; está loco; más loco que Naducobonosor, eso es lo que digo yo.

—Si no hay más que ver esa escala hecha de trapos, hermana Hotchkiss —dice la vieja señora Damrell—; ¿para qué dimonios iba a querer…

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