en lo físico? Ella quiere parecer un adefesio.
Hay vírgenes que han escrito libros resplandecientes .
El amor no es todo. ¡La belleza
no es indispensable!" Y sin embargo
el Viejo Pan seguía llamando desde cada colina pintada,
y sin embargo los demonios de nuestra piedad hablaban:
Ningún labio compartirá el rouge de sus cigarrillos;
el teléfono que sonaba antes de un baile 330
cada dos minutos en Sorosa Hall
nunca sonaba para ella; y con un gran
chirrido de neumáticos en la grava, hasta la puerta,
surgiendo de la noche laqueada, jamás un enamorado
de blanco pañuelo vino a buscarla; ella nunca iría,
sueño de gasa y jazmín, a aquel baile.
Sin embargo la mandamos a un castillo en Francia.
Y volvió llorando, con nuevas derrotas,
nuevas miserias. Los días en que todas las calles
de College Town llevaban al partido, ella se sentaba 340
en el umbral de la biblioteca, y leía o tejía;
las más de las veces estaba sola, o con aquella dulce
y frágil camarada que se hizo monja, y una o dos veces
con un muchacho coreano que seguía mi curso.
Tenía extraños miedos, extrañas fantasías, extraña fuerza
de carácter, como cuando se pasó tres noches
investigando ciertos sonidos, ciertas luces
en un viejo granero. Invertía las palabras: rosa, sarro,
pala, lapa. Y adán se convertía en nada.
Te llamaba saltamontes didáctico. 350
Rara vez sonreía, y cuando lo hacía,
era señal de dolor. Criticaba
ferozmente nuestros proyectos, y con ojos
inexpresivos, se quedaba sentada en la cama revuelta,
estirando los pies hinchados, rascándose la cabeza
con las uñas enfermas de psoriasis, y gemía
murmurando monótonas palabras terribles.
Era mi tesoro: difícil, malhumorada,
pero igual mi tesoro. Te acuerdas de aquellas
noches casi inmóviles, cuando jugábamos 360
al mahjong, o cuando se probaba tus pieles, que la hacían
casi atrayente; y los espejos sonreían,
la luz era piadosa, las sombras leves.
A veces yo la ayudaba a entender un texto latino,
o ella leía en su cuarto, cerca
de mi cubil fluorescente, y tú estabas
en tu estudio, doblemente separada de mí,
y de vez en cuando yo oía las dos voces:
"Mamá, ¿qué es grimpen ?" "¿Qué es qué?"
"Grim Pen".
Pausa, y tu glosa prudente. Después, de nuevo: 370
"Mamá, ¿qué es ctónico ?" También se lo explicabas,
añadiendo: "¿Quieres una mandarina?"
"No. Sí. ¿Y qué quiere decir sempiterno ?"
Vacilabas. Y desde mi escritorio, como un trueno,
yo rugía la respuesta, a través de la puerta cerrada.
Poco importaba lo que leyera
(algún cursi poema moderno del que se decía,
en el curso de Literatura Inglesa, que era un documento
"angayé y coercitivo" -¿qué significaba eso?-
a nadie le importaba); el hecho es que 380
los tres cuartos, unidos entonces por ti, por ella y por mí,
forman ahora un tríptico o una pieza en tres actos
donde los hechos reflejados permanecen para siempre.
Creo que ella siempre alimentó una pequeña, loca esperanza.
Yo acababa de terminar mi libro sobre Pope.
Jane Dean, mi dactilógrafa, le ofreció un día