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–¿Qué? ¿Qué ocurre ahora? –se asomó Sabitzhán desde la cabina.

–Nada. Parad los motores –ordenó Burani Yediguéi–. Tenemos que hablar.

–¿Qué más hemos de hablar? No nos retrases, ¡estamos hartos de viajar!

–Ahora eres tú el que nos retrasa. Porque lo vamos a enterrar aquí.

–¡Basta de burla! –se encendió Sabitzhán aflojándose aún más la corbata, que pendía como un trapo–. ¡Yo mismo lo enterraré en el apartadero y no se hable más! ¡Basta!

–Escucha, Sabitzhán. Es tu padre, nadie lo discute. Pero tienes que reconocer que no estás solo en el mundo. Escúchame de todos modos. Lo que ha ocurrido en el puesto de guardia, tú mismo lo has visto y oído. Ninguno de nosotros es culpable. Pero piensa en otra cosa. ¿Dónde se ha visto que un muerto vuelva a casa después del entierro? No pasa nunca. Es una deshonra sobre nuestra cabeza. Nunca en la vida ha ocurrido cosa semejante.

–A mí eso no me importa –replicó Sabitzhán.

–No te importa ahora. Lo dices en tu enfado. Pero mañana te avergonzarás. Piénsalo. La deshonra no se lava con nada. El muerto llevado a enterrar no debe regresar nunca.

Mientras, salió de la cabina Dlínny Edilbái y bajó del remolque el yerno alcohólico; Zhumagali, el de la excavadora, también se acercó para averiguar de qué se trataba. Burani Yediguéi, montado en Karanar, les cerraba el paso.

–Escuchadme, bravos mozos –dijo, no os pongáis en contra de las costumbres humanas, ¡no vayáis contra la naturaleza! Nunca ha sucedido que un difunto fuera devuelto del cementerio. El que es llevado a enterrar debe ser enterrado. No es posible otra cosa. Aquí está el despeñadero de Malakumdychap, ¡también es nuestra tierra de Sary-Ozeki! Aquí, en Malakumdychap, Naiman-Ana se deshizo en un gran llanto. Escuchadme, escuchad al anciano Yediguéi. Que esté aquí la tumba de Kazan‑gap. Y que también mi tumba esté aquí. Vosotros me enterraréis, si Dios quiere. Y os ruego que lo hagáis. Y ahora todavía no es tarde, aún queda tiempo. ¡Allí, en la misma escarpadura, entregaremos al difunto a la tierra!

Dlínny Edilbái miró el sitio que señalaba Yediguéi. –¿Qué, Zhumagali, pasará tu excavadora? –preguntó. –Claro que sí, por qué no había de pasar. Por aquel borde...

–¡Espera, tú y tu borde! ¡En adelante, pregúntame a mí! –intervino Sabitzhán.

–Ya lo preguntamos –respondió Zhumagali–. ¿No has oído lo que ha dicho éste? ¿Qué más quieres?

–¡Digo que basta de burlas! ¡Esto es mofarse! Vamos al apartadero.

–Bueno, si piensas así, la mofa será precisamente cuando traigas a casa al muerto desde el cementerio –le dijo Zhumagali–. De manera que piénsatelo bien.

Todos se callaron.

–Sabéis qué, haced lo que queráis –soltó Zhumagali–, pero yo me voy a cavar la tumba. Mi misión es abrir una zanja lo más profunda posible. De momento, aún tenemos tiempo. En la oscuridad nadie va a ocuparse de eso. Vosotros haced lo que queráis.

Y Zhumagali se dirigió a su excavadora Bielorús. La puso en marcha sin perder tiempo, rodó hacia el margen, pasó por su lado hacia la colina y de ésta a la parte superior del despeñadero de Malakumdychap. Tras él caminaba Dlínny Edilbái, y tras éste Burani Yediguéi arreó a su Karanar.

El yerno alcohólico le dijo al tractorista Kalibek:

–Si no vas para allá –e indicó el despeñadero–, me tenderé bajo el tractor. No me va a costar nada.

Y con estas palabras se plantó ante el tractorista.

–Bueno, ¿qué hay? ¿Adónde debo ir? –preguntó Kalibek a Sabitzhán.

–¡Aquí no hay más que canallas! ¡Aquí no hay más que perros! –renegó en voz alta Sabitzhán–. ¡Qué haces ahí sentado, anda, síguelos!

En el cielo, el milano observaba ahora el trabajo de los hombres en el despeñadero. Una de las máquinas sufría convulsas contracciones arrancando tierra y depositándola en un montón a su lado, como hace el roedor junto a su madriguera. Al mismo tiempo, se arrastraba por detrás el tractor con el remolque. En él continuaba sentado un hombre solitario delante de un raro objeto inmóvil envuelto en algo blanco y colocado en el centro del remolque. El velludo perro pardo vagaba alrededor de los hombres, pero se mantenía más cerca del camello, se tendía a sus pies.

El milano comprendió que los intrusos permanecerían largo rato en el despeñadero cavando la tierra. Torció suavemente hacia un lado, y después de describir unos amplios círculos sobre la estepa voló hacia la zona cerrada disponiéndose a cazar por el camino y a observar al mismo tiempo qué sucedía en el cosmódromo.

Hacía ya dos días que en sus pistas reinaba gran tensión, se trabajaba incesantemente de día y de noche. Todo el cosmódromo, con sus zonas y servicios especiales complementarios, estaba vivamente iluminado de noche por cientos de potentes reflectores. La tierra estaba más iluminada que de día. Decenas de máquinas especiales, ligeras y pesadas, gran cantidad de ingenieros y científicos, estaban ocupados en preparar la puesta en marcha de la Operación Anillo.

Los antisatélites, preparados para aniquilar a los aparatos voladores del cosmos, apuntaban desde hacía tiempo al cielo en una pista especial del cosmódromo. Pero según el pacto OS V-7, su uso estaba congelado hasta que hubiera un acuerdo especial, lo mismo que ocurría Con medios semejantes por parte norteamericana. Ahora encontraban una nueva aplicación debido al programa de emergencia para llevar a cabo la operación espacial Anillo. En el cosmódromo estadounidense de Nevada, unos cohetes-robot semejantes estaban preparados para el lanzamiento sincronizado de la Operación Anillo.

El tiempo del lanzamiento en los espacios de Sary-Ozeki correspondía a las ocho de la tarde. A las ocho en punto los cohetes debían emprender el vuelo. Sucesivamente, y en intervalos de minuto y medio, debían partir para ese lejano cosmos nueve cohetes antisatélites, procedentes de Sary-Ozeki, destinados a formar en el plano Este-Oeste un anillo continuamente activo alrededor del globo terráqueo contra la penetración de aparatos voladores extraterrestres. Los cohetes-robot de Nevada debían establecer el anillo Norte-Sur.

A las quince horas en punto se conectó en el cosmódromo Sary-Ozeki-i el sistema de control de prelanzamiento «Cinco-minutos». Cada cinco minutos, en todas las pantallas y paneles de todos los servicios y canales se encendían lucecitas recordatorias acompañadas de un doblaje sonoro: «Cuatro horas cincuenta y cinco minutos para el lanzamiento... Cuatro horas cincuenta minutos para el lanzamiento...». Tres horas antes del lanzamiento se conectaría el sistema «Minuto».

En aquellos momentos, la estación orbital Paritethabía cambiado ya los parámetros de su ubicación en el cosmos y al mismo tiempo se habían recodificado los canales de enlace por radio de los sistemas de a bordo de la estación, para excluir cualquier posibilidad de contacto con los paritet-cosmonautas -2 y 2- I .

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