Литмир - Электронная Библиотека
A
A

- Eso no tiene nada que ver -exclamó Pilar-. En la última temporada de Ignacio Sánchez Mejías olía tan fuertemente a muerte, que muchos se negaban a sentarse junto a él en el café. Todos los gitanos lo sabían.

- Se inventan esas cosas después -argüyó Robert Jordan-; después que el tipo se ha muerto. Todo el mundo sabía que Ignacio Sánchez Mejías estaba a pique de recibir una cornada, porque había pasado mucho tiempo sin entrenarse, porque su estilo era pesado y peligroso, y porque la fuerza y la agilidad le habían desaparecido de las piernas y sus reflejos no eran lo que habían sido antes.

- Desde luego -reconoció Pilar-. Todo eso es verdad. Pero todos los gitanos estaban enterados de que olía a muerte, y cuando entraba en Villa Rosa había que ver a personas como Ricardo y Felipe González, que se escabullían por la puerta de atrás.

- Quizá le debieran dinero -comentó Robert Jordan.

- Es posible -aseveró Pilar-. Es muy posible. Pero también lo olían. Y lo sabían todos.

- Lo que dice ella es verdad, inglés -dijo Rafael, el gitano-. Es cosa muy sabida entre nosotros.

- No creo una sola palabra -dijo Robert Jordan.

- Oye, inglés -comenzó a decir Anselmo-, yo estoy en contra de todas esas brujerías. Pero esta Pilar tiene fama de saber mucho de esas cosas.

- Pero ¿a qué huele? -inquirió Fernando-. ¿Qué olor tiene eso? Si hay un olor a muerte, tiene que oler a algo determinado.

- ¿Quieres saberlo, Fernandito? -preguntó Pilar, sonriendo-. ¿Crees que podrías olerlo tú?

- Si esa cosa existe realmente, ¿por qué no habría de olerla yo también como otro cualquiera?

- ¿Por qué no? -se burló Pilar, cruzando sus anchas manos sobre las rodillas-. ¿Has estado alguna vez en algún barco?

- No. Ni ganas.

Entonces podría suceder que no lo reconocieras. Porque, en parte, es el olor de un barco cuando hay tormenta y se cierran las escotillas. Si pones la nariz contra la abrazadera de cobre de una escotilla bien cerrada, en un barco que va dando bandazos, cuando te empiezas a encontrar mal y sientes un vacío en el estómago, sabrás lo que es ese olor.

- No podría reconocerlo, porque nunca he estado en un barco -dijo Fernando.

- Yo he estado en un barco muchas veces -dijo Pilar-. Para ir a México y a Venezuela.

- Bueno, y aparte de eso, ¿cómo es el olor? -preguntó Robert Jordan. Pilar, que estaba dispuesta a rememorar orgullosamente sus viajes, le miró burlonamente.

- Está bien, inglés. Aprende. Eso es, aprende. Buena falta te hace. Voy a enseñarte yo. Bueno, después de lo del barco, tienes que bajar muy temprano al Matadero del Puente de Toledo, en Madrid, y quedarte allí, sobre el suelo mojado por la niebla que sube del Manzanares, esperando a las viejas que acuden antes del amanecer a beber la sangre de las bestias sacrificadas. Cuando una de esas viejas salga del Matadero, envuelta en su mantón, con su cara gris y los ojos hundidos y los pelos esos de la vejez en las mejillas y en el mentón, esos pelos que salen de su cara de cera como los brotes de una patata podrida y que no son pelos, sino brotes pálidos en la cara sin vida, bien, inglés, acércate, abrázala fuertemente y bésala en la boca. Y conocerás la otra parte de la que está hecho ese olor.

- Eso me ha cortado el apetito -protestó el gitano-. Lo de los brotes ha sido demasiado.

- ¿Quieres seguir oyendo? -preguntó Pilar a Robert Jordan.

- Claro que sí -contestó él-. Si es necesario que uno aprenda, aprendamos.

- Eso de los brotes en la cara de la vieja me pone malo -repitió el gitano-. ¿Por qué tiene que ocurrir eso con las viejas, Pilar? A nosotros no nos pasa lo mismo.

- No -se burló Pilar-. Entre nosotros, las viejas, que hubieran sido buenas mozas en su juventud, a no ser porque iban siempre tocando el tambor gracias a los favores de su marido, ese tambor que todas las gitanas llevan consigo…

- No hables así -dijo Rafael-; no está bien.

- Vaya, te sientes ofendido -comentó Pilar-. Pero ¿has visto alguna vez una gitana que no estuviera a punto de tener una criatura o que acabase de tenerla?

- Tú.

- Basta -dijo Pilar-. Aquí no hay nadie a quien no se pueda ofender. Lo que yo estaba diciendo es que la edad trae la fealdad. No es necesario entrar en detalles. Pero si el inglés quiere aprender a distinguir el olor de la muerte, tiene que irse al matadero por la mañana temprano.

- Iré -dijo Robert Jordan-; pero trataré de hacerme con ese olor mientras pasan, sin necesidad de besarlas. A mí también me dan miedo esos brotes, como a Rafael.

- Besa a una de esas viejas -insistió Pilar-; bésalas, inglés, para que aprendas, y cuando tengas las narices bien impregnadas vete a la ciudad, y cuando veas un cajón de basura lleno de flores muertas, hunde la nariz en él y respira con fuerza, para que ese olor se mezcle con el que tienes ya dentro.

- Ya está hecho -aseguró Robert Jordan-. ¿Qué flores tienen que ser?

- Crisantemos.

- Sigue -dijo Robert Jordan-. Ya los huelo.

- Luego -prosiguió Pilar-, es importante que sea un día de otoño con lluvia o, por lo menos, con algo de neblina, y si no, a principios de invierno. Y ahora conviene que sigas cruzando la ciudad y bajes por la calle de la Salud, oliendo lo que olerás cuando estén barriendo las casas de putas y vaciando las bacinillas en las alcantarillas, y con este olor a los trabajos de amor perdido, mezclado con el olor dulzón del agua jabonosa y el de las colillas, en tus narices, vete al Jardín Botánico, en donde, por la noche, las chicas que no pueden trabajar en su casa, hacen su oficio contra las rejas del parque y sobre las aceras. Allí, a la sombra de los árboles, contra las rejas del parque, es donde ellas satisfacen todos los deseos de los hombres, desde los requerimientos más sencillos, al precio de diez céntimos, hasta una peseta, por ese grandioso acto gracias al cual nacemos. Y allí, sobre algún lecho de flores que aún no hayan sido arrancadas para el trasplante, y que hacen la tierra mucho más blanda que el pavimento de las aceras, encontrarás abandonado algún saco de arpillera, en el que se mezclan los olores de la tierra húmeda, de las flores mustias y de las cosas que se hicieron aquella noche allí. En ese saco estará la esencia de todo, de la tierra muerta, de los tallos de las flores muertas y de sus pétalos podridos y del olor que es a un tiempo el de la muerte y el del nacimiento del hombre. Meterás la cabeza en ese saco y tratarás de respirar dentro de él.

- No.

- Sí -dijo Pilar-. Meterás la cabeza en ese saco y procurarás respirar dentro de él, y entonces, si no has perdido el recuerdo de los otros olores, cuando aspires profundamente conocerás el olor de la muerte que ha de venir tal y como nosotros la reconocemos.

82
{"b":"142612","o":1}