En ese instante, mientras trepaba, metido en la maleza hasta las rodillas, la pendiente escarpada que llevaba a las líneas republicanas, una perdiz levantó el vuelo de entre sus pies con un aleteo temeroso en medio de la oscuridad, y Andrés sintió un susto tan grande que se le cortó el aliento. «Ha sido la sorpresa. ¿Cómo pueden mover las alas tan de prisa estos animalitos? Debía de estar empollando en estos momentos. Probablemente he pasado cerca del nido. Si no estuviéramos en esta guerra, ataría un pañuelo a un árbol cercano y volvería con luz del día para buscar el nido y podría llevarme los huevos y dárselos a empollar a una gallina, y cuando nacieran los pollitos podríamos tener perdigones en el gallinero, y yo los vería crecer, y cuando fueran grandes me servirían como reclamo. No los cegaría, porque estarían domesticados. Pero puede que se escaparan; probablemente se escaparían. Así es que tendría que arrancarles los ojos de todas maneras. Pero no me gustaría hacer eso después de haberlos criado yo mismo; podría recortarles las alas o atarlos de una pata cuando los utilizase para reclamo. Si no estuviéramos en guerra, iría con Eladio a pescar cangrejos a ese arroyo que hay por detrás del puesto fascista. Hemos pescado cuatro docenas un día, en ese arroyo. Si vamos a la Sierra de Gredos después de lo del puente, allí hay buenos arroyos de truchas y también de cangrejos. Confío en que iremos a Gredos. Podríamos pasarlo en Gredos de primera, en el verano y en el otoño; aunque haría un condenado frío en invierno. Pero puede que para el invierno hayamos ganado esta guerra.
»Si nuestro padre no hubiera sido republicano, Eladio y yo seríamos soldados de los fascistas en este momento; y si fuéramos soldados con ellos no sería la cosa tan complicada. Obedeceríamos las órdenes, viviríamos y moriríamos, y, en fin de cuentas, ocurriría lo que tuviera que ocurrir. Es más fácil vivir bajo un régimen que combatirlo. Esta lucha clandestina es una cosa en la que hay muchas responsabilidades. Muchos trabajos, si uno quiere tomárselos. Eladio tiene más cabeza que yo. También se preocupa más que yo. Yo creo verdaderamente en la causa, pero no me preocupo. Sin embargo, es una vida en la que hay muchas responsabilidades. Me parece que hemos nacido en una época muy difícil. Me parece que cualquiera otra época debió de ser más fácil. Uno no sufre mucho porque está habituado a aguantar el sufrimiento. Los que sufren no pueden acomodarse a este clima. Pero es una época de decisiones difíciles. Los fascistas han atacado y se han decidido a hacerse con nosotros. Luchamos para vivir. Pero quisiera poder atar un pañuelo a ese arbusto, ahí detrás, y volver un día a coger los huevos, a hacerlos empollar por una gallina y ver a los perdigones en mi corral. Me gustaría hacer esas cosas sencillas y corrientes.
»Pero ¡si no tienes casa ni corral! Y por lo que hace a la familia, sólo tienes un hermano que va mañana al combate, y no posees nada más que el viento, el sol y unas tripas vacías en este momento. El viento, apenas corre. Y no hay sol. Tienes cuatro bombas de mano en tu bolsillo; pero no sirven más que para tirarlas. Tienes una carabina a la espalda, pero no es buena más que para disparar balas. Llevas un papel que tienes que entregar. Y tienes una buena cantidad de estiércol que podrías dar a la tierra, en este momento -pensó, sonriendo, en medio de la noche-. Podrías también mojarla orinándote encima. Todo lo que tienes son cosas que dar. Bueno, eres un fenómeno de filosofía y un hombre muy desgraciado», se dijo, sonriendo de nuevo. Pero, a pesar de todos estos nobles pensamientos, hacía poco que había tenido aquella sensación de alivio que siempre acompañaba al ruido de la lluvia en la aldea la mañana de la fiesta. Más allá, en la cima de la cresta, estaban las posiciones gubernamentales, en donde sabía que iba a ser interpelado.
Capítulo treinta y cinco
Robert Jordan estaba nuevamente en su saco de dormir al lado de María, que no se había despertado en todo el tiempo. Se volvió del otro lado y sintió el cuerpo esbelto de la muchacha contra su espalda, y este contacto se le antojó una ironía en aquellos momentos. «Tú, tú -se decía furioso contra sí mismo-. Sí, tú. Tú te habías dicho la primera vez que le viste que cuando se mostrara amistoso estaría a pique de traicionarte. Tú, tú, especie de imbécil. Tú, condenado cretino. Pero, basta, tienes otras cosas que hacer. ¿Qué probabilidades caben de que haya escondido o arrojado esas cosas en algún sitio? Ninguna. Además, no podrás encontrar nada en la oscuridad. Debe de habérselas llevado consigo. También se llevó dinamita. ¡Oh, el puerco canalla, el cerdo traicionero! El inmundo cochino. ¿No se pudo dar por satisfecho llevándose los detonadores y los fulminantes? Pero ¿cómo he sido yo tan cretino como para dejárselos a esa condenada mujer? El maligno e inmundo puerco. El cochino cabrón. Basta, cálmate.»
Había que aceptar los riesgos y era lo mejor que podía hacerse. «Pero estás cagado -se dijo-. Cagado hasta bien arriba. Conserva tu j… sangre fría, acaba con tu cólera y deja de gemir como una damisela contra el Muro de las Lamentaciones. Se ha marchado. Rediós, se ha marchado. Al diablo ese puerco. Puedes abrirte paso entre la mierda, si quieres. Tienes que arreglártelas como puedas. Tienes que volar ese puente, así tengas que ponerte allí delante y… Bueno, basta ya de ese estilo. ¿Por qué no consultas a tu abuelito? Mierda para mi abuelito. Y mierda para este país de traidores, y mierda para todos los españoles de cualquier bando, y que se vayan todos al diablo. Que se vayan todos a la mierda, Largo, Prieto, Asensio, Miaja, Rojo; todos. Me cago en ellos y que se vayan todos al diablo. Me cago en este j… país de traidores. Me cago en su egoísmo, en su egoísmo, en su egoísmo, en su vanidad, en su traición. Mierda, y al diablo con todos ellos. Me cago en ellos aunque tenga que morir por ellos. Me cagaré en ellos aunque haya muerto por ellos. Me cago en ellos y al diablo con ellos. Dios, mierda para Pablo. Pablo es como todos. Dios tenga piedad de los españoles. Cualquiera de sus dirigentes los traiciona. El único hombre decente en dos mil años fue Pablo Iglesias. Y ¿quién sabe cómo se hubiese comportado en esta guerra? Me acuerdo del tiempo en que yo creía que Largo era un tipo decente. Durruti era un tipo decente, pero sus gentes le mataron en el Puente de los Franceses. Le mataron porque quería obligarlos a atacar. Le mataron en la gloriosa disciplina de la indisciplina. Los cochinos cobardes. Mierda para todos ellos. Y ese Pablo, que se llevó mis fulminantes y la caja de los detonadores. Mierda para él hasta el cuello. Pero no. Es él quien se ha cagado en nosotros. Siempre ha pasado lo mismo, desde Cortés y Menéndez de Avilés hasta Miaja. Fíjate en lo que Miaja hizo con Kleber. Ese cerdo calvo y egoísta. Ese estúpido bastardo de cabeza de huevo. Me cago en todos los cochinos, locos, egoístas y traidores que han gobernado siempre a España y dirigido sus ejércitos. Me cago en todos menos en el pueblo, y cuidado con él cuando llegue al poder.»
Su rabia empezaba a disminuir a medida que exageraba más y más y esparcía más ampliamente su desprecio, llegando hasta límites de injusticia que ni él mismo podía admitir. Si es eso verdad, ¿qué has venido a hacer aquí? No es verdad, y tú lo sabes. Fíjate en todos los que son decentes. No podía soportar el ser injusto. Detestaba la injusticia tanto como la crueldad. Y siguió debatiéndose en la rabia que cegaba su entendimiento, hasta que, gradualmente, la rabia fue mitigándose, hasta que la cólera, roja, negra, cegadora y asesina, fue disipándose, dejando su espíritu tan limpio, descargado y lúcido como el de un hombre momentos después de haber tenido relaciones sexuales con una mujer a quien no ama en absoluto.