—Iré contigo —dijo Théoden—. ¡Adiós, mis hobbits! ¡Ojalá volvamos a vernos en mi castillo! Allí podréis sentaros a mi lado y contarme todo cuanto queráis: las hazañas de vuestros antepasados, todas las que recordéis hasta las más lejanas, y hablaremos también de Tobold el Viejo y de su conocimiento de las hierbas. ¡Hasta la vista!
Los hobbits se inclinaron profundamente.
—¡Así que éste es el Rey de Rohan! —dijo Pippin en voz baja—. Un viejo muy simpático. Muy amable.
9
RESTOS Y DESPOJOS
Gandalf y la escolta del Rey se alejaron cabalgando, doblando hacia el este para rodear los destruidos muros de Isengard. Pero Aragorn, Gimli y Legolas se quedaron en las puertas. Soltando a Arod y Hasufel para que tascaran alrededor, fueron a sentarse junto a los hobbits.
—¡Bueno, bueno! La cacería ha terminado, y por fin volvemos a reunirnos, donde ninguno de nosotros jamás pensó en venir —dijo Aragorn.
—Y ahora que los grandes se han marchado a discutir asuntos importantes —dijo Legolas—, quizá los cazadores puedan resolver algunos pequeños enigmas personales. Seguimos vuestros rastros hasta el bosque, pero hay muchas otras cosas de las que querría conocer la verdad.
—Y también de ti hay muchas cosas que nosotros quisiéramos saber —dijo Merry—. Nos enteramos de algunas por Bárbol, el Viejo Ent, pero de ningún modo nos parecen suficientes.
—Todo a su tiempo —dijo Legolas—. Nosotros fuimos los cazadores, y a vosotros os corresponde narrar lo que os ha ocurrido en primer lugar.
—O en segundo —dijo Gimli—. Será mejor después de comer. Me duele la cabeza; y ya es pasado el mediodía. Vosotros, truhanes, podríais reparar vuestra descortesía trayéndonos una parte de ese botín de que hablasteis. Un poco de comida y bebida compensaría de algún modo mi disgusto con vosotros.
—Esa recompensa la tendrás —aseveró Pippin—. ¿La quieres aquí mismo, o prefieres comer más cómodamente entre los escombros de las garitas de guardia de Saruman, allá, bajo la arcada? Tuvimos que comer aquí, al aire libre, para tener un ojo puesto en el camino.
—¡Menos de un ojo! —dijo Gimli—. Pero me niego a entrar en la casa de ningún orco; ni quiero tocar carnes que hayan pertenecido a los orcos ni ninguna otra cosa que ellos hayan preparado.
—Jamás te pediríamos semejante cosa —dijo Merry—. Nosotros mismos estamos hartos de orcos para toda la vida. Pero había muchas otras gentes en Isengard. Saruman, a pesar de todo, tuvo la prudencia de no fiarse de los orcos. Eran Hombres los que custodiaban las puertas: algunos de sus servidores más fieles, supongo. Como quiera que sea, ellos fueron los favorecidos y obtuvieron buenas provisiones.
—¿Y tabaco de pipa? —preguntó Gimli.
—No, no creo —dijo Merry riendo—. Pero ése es otro asunto, que puede esperar hasta después de la comida.
—¡Bueno, a comer entonces! —dijo el Enano.
Los hobbits encabezaron la marcha, pasaron bajo la arcada y llegaron a una puerta ancha que se abría a la izquierda, en lo alto de una escalera. La puerta daba a una sala espaciosa, con otras puertas más pequeñas en el fondo, y un hogar y una chimenea en un costado. La cámara había sido tallada en la roca viva; y en otros tiempos debió de ser oscura, pues todas las ventanas miraban al túnel. Pero la luz entraba ahora por el techo roto. En el hogar ardía un fuego de leña.
—He encontrado un pequeño fuego —dijo Pippin—. Nos reanimaba en las horas de niebla. Había poca leña por aquí, y casi toda la que encontrábamos estaba mojada. Pero la chimenea tira muy bien: parece que sube en espiral a través de la roca, y por fortuna no está obstruida. Un fuego es siempre agradable. Tostaré el pan, pues ya tiene tres o cuatro días, me temo.
Aragorn y sus compañeros se sentaron a uno de los extremos de la larga mesa, y los hobbits desaparecieron por una de las puertas.
—La despensa está allá adentro, y muy por encima del nivel de la inundación, felizmente —dijo Pippin, cuando volvieron cargados de platos, tazas, fuentones, cuchillos, y alimentos variados.
—Y no tendrás motivos para torcer la cara, Maese Gimli —dijo Merry—. Ésta no es comida de orcos, son alimentos humanos, como los llama Bárbol. ¿Queréis vino o cerveza? Hay un barril allí dentro... bastante bueno. Y esto es cerdo salado de primera calidad. También puedo cortaros algunas lonjas de tocino y asarlas, si preferís. Nada verde, lo lamento, ¡las entregas se interrumpieron hace varios días! No puedo serviros un segundo plato excepto mantequilla y miel para el pan. ¿Estáis conformes?
—Sí por cierto —dijo Gimli—. La deuda se ha reducido considerablemente.
Muy pronto los tres estuvieron dedicados a comer; y los dos hobbits se sentaron a comer por segunda vez, sin ninguna vergüenza.
—Tenemos que acompañar a nuestros invitados —dijeron.
—Sois todo cortesías esta mañana —rió Legolas—. Pero si no hubiésemos llegado, quizá estuvieseis otra vez comiendo, para acompañaros a vosotros mismos.
—Quizá, ¿y por qué no? —dijo Pippin—. Con los orcos, la comida era repugnante, y antes de eso más que insuficiente durante muchos días. Hacía tiempo que no comíamos a gusto.
—No parece haberos hecho mucha mella —dijo Aragorn—. A decir verdad, se os ve rebosantes de salud.
—Sí, por cierto —dijo Gimli, mirándolos de arriba abajo por encima del borde del tazón—. Vaya, tenéis el pelo mucho más rizado y espeso que cuando nos separamos; y hasta juraría que habéis crecido, si tal cosa fuera todavía posible en hobbits de vuestra edad. Ese Bárbol, en todo caso, no os ha matado de hambre.
—No —dijo Merry—. Pero los Ents sólo beben, y la bebida sola no satisface. Los brebajes de Bárbol son nutritivos, pero uno siente la necesidad de algo sólido. Y de cuando en cuando, para variar, no viene mal un bocadito de lembas.
—¿Así que habéis bebido de las aguas de los Ents? —dijo Legolas—. Ah, entonces es posible que a Gimli no le engañen los ojos. Hay canciones extrañas que hablan de los brebajes de Fangorn.
—Muchas historias extrañas se cuentan de esta tierra —dijo Aragorn—. Yo nunca había venido aquí. ¡Vamos, contadnos más cosas de ella, y de los Ents!
—Ents —dijo Pippin—. Los Ents son... bueno, los Ents son muy diferentes unos de otros, para empezar. Pero los ojos, los ojos son muy raros. —Balbuceó unas palabras inseguras que se perdieron en el silencio—. Oh, bueno —prosiguió—, ya habéis visto a algunos a la distancia... ellos os vieron a vosotros, en todo caso, y nos anunciaron que veníais... y veréis muchos más, supongo, antes de marcharos. Mejor que juzguéis por vosotros mismos.