14 de noviembre
Hoy el día ha sido relativamente tranquilo. La tensión, en la ciudad, se ha debilitado un poco. Hay tiroteo ante el puente de Toledo. Dos automóviles han sido alcanzados por obuses —sus ensangrentados restos están desparramados sobre los adoquines—. En las barricadas, los combatientes permanecen tranquilos, pacientes, responden al fuego de manera metódica, sin disparar en vano.
Hoy, por la mañana, ha sido volado el puente de Segovia. Lo ha volado un Junker de una bomba, sin quererlo él mismo. Apuntaba a las unidades republicanas que estaban junto al puente.
Cerca de la estación de Atocha, las bombas han estropeado la fachada del Ministerio de Fomento. Dos enormes columnas de mármol se han deshecho como si fueran de azúcar. Al lado del ministerio, una bomba ha abierto un embudo muy hondo, por el que se ven los raíles del metro. Bien es verdad que el metro, aquí, no está construido a gran profundidad.
La potencia de las bombas es enorme. Son bombas de media tonelada.
Ha llegado la columna catalana con Durruti al frente. Son tres mil hombres muy bien armados y equipados exteriormente, en nada parecidos a los combatientes anarquistas que rodeaban a Durruti en Bujaraloz.
Durruti me ha dado un jubiloso abrazo, como a un viejo amigo. Y en seguida ha dicho, en son de broma:
—¿Ves? No he tomado Zaragoza, no me han matado, y no me he hecho marxista. Todo queda para más adelante.
Ha adelgazado, se ha vuelto más disciplinado, su aspecto es más marcial, tiene ayudantes y habla con ellos no en tono de mitin, sino de jefe. Ha pedido un oficial-consejero. La han propuesto a Santi. Ha hecho varias preguntas acerca de él y lo ha aceptado. Santi es el primer comunista en las unidades de Durruti. Cuando ha llegado, éste le ha dicho:
—Tú eres comunista. Está bien, veremos. No te moverás de mi lado. Comeremos juntos y dormiremos en la misma habitación. Veremos.
—De todos modos, tendré algunas horas libres. En la guerra suele haber siempre muchas horas libres. Pido permiso para poder apartarme de tu lado en esas horas.
—¿Qué quieres hacer?
—Quiero aprovechar las horas libres para instruir a tus combatientes en el tiro de ametralladoras. Disparan muy mal con ametralladora. Quiero enseñar a unos cuantos grupos y crear secciones de ametralladoras.
Durruti sonrió.
—Yo también lo quiero. Enséñame a mí a manejarla.
Al mismo tiempo, ha venido a Madrid García Oliver; ahora es ministro de Justicia. Durruti y Oliver van juntos.
Los dos famosos anarquistas han conversado con Miaja y con Rojo. Han explicado que las unidades anarquistas han venido de Cataluña a salvar Madrid y que lo salvarán, pero después de esto, no se quedarán aquí, sino que volverán a Cataluña y a los muros de Zaragoza. Luego han pedido que se les asigne un sectorindependiente, donde los anarquistas puedan mostrar sus éxitos. De otro modo, podrían surgir equívocos, hasta el punto de que otros partidos comenzaran a atribuirse los éxitos de los anarquistas.
Rojo ha propuesto situar la columna en la Casa de Campo para atacar mañana a los fascistas y arrojarlos del parque en dirección suroeste. Durruti y Oliver han estado de acuerdo. He hablado con ellos. Están convencidos de que la columna cumplirá muy bien su misión. Oliver me ha preguntado si existen en el Ejército Rojo unidades de infantería de choque, especiales, de singular valentía, a las que se pueda situar delante de otras tropas más débiles, para que den el golpe y arrastren tras de sí a las unidades más débiles, y luego, después del combate, se retiren a la retaguardia y con la misma función pasen a otro sector.
Le he dicho que, según mis noticias, entre nosotros no existen unidades de este tipo. La táctica de los grupos de choque es la más acertada, pero el mando ha de tener la posibilidad de crear grupos semejantes en cualquier momento a base de unidades frescas y con capacidad combativa, cualesquiera que sean.
Oliver ha dicho que, para España, en el período actual, las unidades de esta clase son muy necesarias, y no se imagina que en el futuro inmediato pueda lucharse sin ellas.
Largo Caballero ha visitado algunos centros de formación en torno a Madrid y ha regresado a Valencia, sin llegarse a la capital. Dicen que le han aconsejado no visitar ahora la ciudad, porque los obreros están muy irritados contra él, por su partida repentina, a escondidas, lleno de pánico, el 6 de noviembre.
Tales conversaciones, en general, son muy desagradables. No sin fundamento, desde luego, pero con un radicalismo excesivo, en Madrid se ha comenzado a censurar y a denigrar a todos cuantos se han ido evacuados. Quienes el 5 y el 6 no lograron obtener un puesto en un autobús o en un camión para Valencia, ahora desprecian ostentosamente a los «viles cobardes». A su vez, los «valencianos» en el transcurso de esta terrible semana han creado literalmente la leyenda de unos madrileños insolentes, pendencieros y soberbios, descarados y pagados de sí mismos, hasta el punto de no obedecer al gobierno central. A Valencia le ha sentado como un trallazo la descocada manifestación del serio periódico Política,de Izquierda Republicana, el cual en el lugar más destacado, al lado del título, ha escrito: «Algunos aficionados al suave clima marítimo se han dirigido demasiado apresuradamente a la costa. iQue intenten esos turistas entrometerse otra vez en Madrid!»
Estas conversaciones han inquietado al Partido Comunista, pues socavan la atmósfera de disciplina y confianza. El comisario del Quinto Regimiento ha publicado sobre esta cuestión un artículo especial:
«El gobierno se ha trasladado a Valencia. El gobierno, por consideraciones sentimentales y una falsa comprensión de sus funciones, no puede permitirse el lujo de permanecer en Madrid cuando Madrid no constituye el mejor punto desde el cual el gobierno puede cumplir sus funciones de carácter nacional e internacional. El pueblo español necesita que el gobierno esté donde con mayor utilidad pueda organizar la victoria. Por este motivo, los combatientes saludan el traslado del gobierno. Nosotros nos encontramos a disposición de la Junta de Defensa de Madrid, digna representante del gobierno del Frente Popular.
»Es comprensible que el enemigo quiera cercar Madrid, encerrar en Madrid al gobierno español para facilitar, con esto, a los estados fascistas el reconocimiento del "gobierno" de Franco y Mola afirmando que el de Madrid, cercado, no tiene conexión con el resto del país.
»En respuesta a ello, contestamos como combatientes, como españoles:
»—Camaradas miembros de gobierno, vosotros gozáis de nuestra plena confianza, nosotros queremos que estéis en el lugar donde más cómodamente podáis dirigir el país y la defensa. Es cosa distinta el que algunos funcionarios y dignatarios sencillamente hayan tenido miedo y hayan huido de Madrid sin necesidad, abandonando sus puestos. A esa gente la tratamos como se trata a los cobardes, a los canallas, único calificativo que merecen.