Luego se tocó, como de costumbre, el himno republicano.
Miguel llamó en seguida a la sección de operaciones del Estado Mayor de donde, riéndose, le contestaron que al ministro le había gustado el texto de la orden y había mandado que se diera a conocer.
El texto ha sido dado también a los periódicos de la mañana... ¿Un escándalo?... El interlocutor del Estado Mayor volvió a reírse. En el Estado Mayor hubo objeciones, pero el ministro ha dicho... Al fin y al cabo, el ministro lo ve mejor.
29 de octubre
Son las cinco de la madrugada. Los estados mayores y los jefes trabajan. Nerviosismo, inquietud, agitación. Líster está sentado en la única habitación de una casa de Valdemoro, solo ante una mesita minúscula, en la que apenas cabe el mapa. La habitación está repleta de gente, todos gritan, hay unas discusiones con la artillería; todos se dirigen a Líster, quien escucha a cada individuo y despacio, después de una pausa, responde haciendo un esfuerzo. Está fatigado, extenuado.
¿Se han colocado ya todas las unidades en la posición de partida? Nadie puede decirlo con exactitud.
Son las seis. Las baterías han comenzado a disparar.
Las seis y treinta minutos. Aparece la columna de tanques. Los tanquistas tampoco han dormido, también están un poco nerviosos, pero con mucho ánimo, sonrientes. La infantería los saluda con exclamaciones clamorosas. Los jefes de las torretas con un gracioso gesto de mano invitan a los infantes a que los sigan.
La aviación, no se sabe por qué, se retrasa. Sólo a las seis cuarenta se oyen unas explosiones en dirección a Torrejón, Seseña e Illescas. Los tanques se lanzan al ataque.
Corren por el campo y se acercan al pueblo. Enmudece el fuego algo desordenado del enemigo. Sin encontrar resistencia, la columna rebasa las trincheras y penetra en la calle principal de Seseña. No se comprende por qué no obstaculizan su marcha. Cubren esta parte unidades de la columna fascista del coronel Monasterio.
Pequeña plaza circundada por viejas casas de piedra. Ahí hay soldados, marroquíes, vecinos del pueblo, bastante tranquilos todos.
Un oficial fascista levanta el brazo para detener el tanque que va en cabeza. El jefe del tanque está de pie, silencioso, con medio cuerpo asomando por encima de la torreta. Las dos partes se contemplan.
El fascista pregunta, amable:
—¿Italiano?
El jefetarda aún unos segundos en contestar, luego desaparece en la torreta, cierra tras de sí la tapa y dispara.
En ese momento, el pueblo se convierte en un hervidero.
Los tanques arremeten contra la muchedumbre, la destrozan con fuego de cañón y de ametralladora, la aplastan con las cadenas. Se oyen los gritos salvajes de los moros, sus balas rebotan sonoras contra el blindaje del tanque.
La columna sigue avanzando, a través de la plaza, siguiendo la calle. Aquí ha quedado embotellado y no puede desenvolverse un escuadrón de caballería mora.
Los caballos se encabritan arrojando a los jinetes moribundos y cayendo ellos mismos unos encima de otros. En pocas decenas de segundos se forma un tupido montón de cuerpos de caballo y de hombres, de feces rojos, de blancos chales árabes de muselina. Los tanques no pueden dispararse unos a otros al occipucio; la máquina del comandante suelta contra ese montón algunos obuses y unas ráfagas de ametralladora, luego trepa sobre la masa viva y avanza aplastándola, oscilando en los baches; tras ella siguen las otras máquinas.
Tres cañones han sido abandonados en la calle, sus servidores han huido llenos de pánico. Los tanques embisten las piezas, las destrozan y aplastan con rechinar de hierros.
i ¿Y más allá?! Más allá se termina la calle. Se ha terminado la aldea. Los tanques le han rebasado en unos veinticinco minutos.
Pero era evidente que las fuerzas en ella acantonadas no habían sido aniquiladas y conservaban su capacidad combativa. Para acabar con la aldea era necesario repetirlo todo desde el comienzo. La columna describe un círculo y entra en Seseña por el mismo camino. Aún no ven a su propia infantería; quizá llegue de un momento a otro.
Ahora se ve con toda claridad lo difícil y lo arriesgado que resulta combatir en estas estrechas callejuelas.
Esto no es la Europa oriental, donde el tanque puede dar la vuelta fácilmente aplastando la valla de un huerto, los pepinos del bancal o incluso pasando a través de una casa de madera. Un poblado español, como por ejemplo éste de Seseña, constituye un tupido laberinto de callejuelas y callejones sin salida, estrechos y retorcidos; cada casa es una vieja fortaleza de piedra con muros de medio metro o de un metro entero de espesor.
Esta segunda vez, el choque se desarrolla con mayor lentitud, es más complicado y duro. El tiroteo y el estruendo son increíbles. Es muy peligroso quedar embotellado en esta ratonera de piedra.
Y he aquí que a los fascistas se les ha ocurrido subir los cañones restantes a los tejados de las casas y desde allí disparan contra las torretas de los tanques. Esto por poco acaba con las primeras máquinas que han logrado deslizarse sólo gracias al mal tiro de reglaje y al nerviosismo de los fascistas.
Los tanques siguientes disparan al sesgo, por debajo de las cornisas de las casas. Los tejados se hunden, y con ellos se hunden los cañones.
Un nuevo mal: los moros se han hecho con botellas de gasolina y, encendiéndolas, las arrojan envueltas en guata contra los tanques. Esto puede provocar el incendio de los forros de goma, con el peligro de que se encienda todo el tanque.
El combate se desarrolla ahora en varios focos. En lugares distintos, tanques aislados destrozan lo que tienen a su alrededor, disparan contra las posiciones de fuego, apagan los incendios de las propias máquinas saliendo del tanque bajo las balas enemigas.
¡Y esos muchachos suben a los postes, cortan los cables telefónicos! A uno de ellos una bala le alcanzó en el poste. El muchacho se desliza lenta, suavemente; tambaleándose, tapándose con la mano la herida del pecho, cae medio muerto al regresar a la torre.
La columna de nuevo sale a la carretera, más allá de la aldea. Los hombres están algo cansados, algunos sufren quemaduras. Hay heridos. Pero la excitación y el ímpetu no han hecho más que aumentar. ¿Dónde está la infantería? ¿Qué le ha ocurrido? iAún no ha llegado! Bueno, ¡al diablo con ella! Todos se sienten animados por un mismo afán: ya que han penetrado en la retaguardia de los fascistas, hay que destrozar todo lo que sea posible.
Después de un breve descanso, los tanques se dirigen hacia Esquivias. El sol quema, como en pleno verano. Permanecer dentro de los tanques comienza a ser sofocante.