Yo estaré lejos. Pero desde lejos, esta vez con ojos españoles, tendré la mirada fija en el gran país del socialismo, en la fiesta de sus victorias, en los huéspedes obreros de todo el mundo, huéspedes de la democracia soviética, y en los cuarenta embajadores del heroico y ensangrentado pueblo español que se encontrarán en la plaza Roja de Moscú.
26 de octubre
La primera línea de defensa de Madrid ha sido rota. Los fascistas se la están comiendo a pedazos. Han cortado la línea del ferrocarril en Ciempozuelos. ¡Si se les pudiera contener aún algunos días y se consolidara la segunda línea de defensa! En ésta sólo acaban de iniciarse las obras de fortificación. La ciudad comienza a atrincherarse, miles de madrileños han empezado a abrir zanjas y a construir reductos.
Albañiles y profesores, escolares y pensionistas de los asilos de ancianos, amas de casa y ministros, han pasado el domingo en los arrabales de la ciudad con la pala en la mano.
Ahí podía verse a José Díaz y a Dolores Ibárruri, a los directores del museo del Prado y a dueños de perfumerías.
Nadie desea ver las jetas de los legionarios, las cicatrices —señal de los duelos celebrados durante su vida estudiantil— de los nazis alemanes por las calles de Madrid. Nadie, excepto los fascistas de la clandestinidad, desea ver al general Franco en el Palacio Nacional.
Ya no es posible evacuar Madrid como es debido. La evacuación de las instituciones según un plan requiere por lo menos algunas semanas. ¡Y la población! El caso es que casi el noventa por ciento de la misma se ha hecho culpable de alguna cosa a los ojos de los fascistas.
Para evitar la monstruosa y sangrienta pesadilla, no hay más remedio que defender Madrid, defenderlo como quien defiende su propio cuerpo. El instinto de autoconservación aumentará las fuerzas y la audacia del pueblo madrileño.
Por fin el general Asensio ha sido retirado del mando del frente central. Pero no ha sido destituido, sino que incluso ha sido elevado en dignidad: Caballero le ha nombrado su sustituto.
Para mandar el frente central, incluido Madrid, se ha nombrado al general Pozas, hombre entrado en años; dicen que muy fiel a la República y al Frente Popular.
A Asensio en todas partes le llaman abiertamente traidor. Y al mismo tiempo, muy en serio, aducen otra versión de sus fracasos y derrotas. No, no es un traidor, se trata de otra cosa. Se trata de complicaciones amorosas. En el momento culminante de la operación ha exagerado la nota en lo tocante al elemento femenino. El caso es que, en general, eso solía serle útil, tonificaba sus facultades, pero ahora, no se puede negar, ha sobrepasado la medida. Así hablan no los camareros de café, sino personas responsables, ¡ministros!
Todos estos días, la ciudad es bombardeada diariamente dos o tres veces. Los madrileños han dejado de echar bravatas y discutir sobre el tamaño de las bombas, pero al mismo tiempo, en cierto modo, se han habituado a la situación. Antes de correr a los refugios antiaéreos, pese al aullido de las sirenas, examinan atentamente las crucetitas negras de los Junkers en el cielo: hacia dónde van, cuál es su dirección.
Al pasar en su «autoplano» por la calle de Alcalá, Dámaso, de pronto, ha frenado en seco. Ha saludado con la mano a un señor bajito, de agradable aspecto.
—¿Quién es?
—Es Angelillo. El cantante. El dueño de su «autoplano».
Aunque algo confuso, quise trabar conocimiento con él. El famoso tenor resultó ser un hombre amable y correcto, tanto más cuanto que allí cerca le estaba esperando un Packard de doce cilindros. Junto con los dos chóferes nos sentamos a tomar una taza de café, que ya no es natural. Un tropel de muchachas y adolescentes rodearon en seguida a Angelillo, y él, con gesto habitual, sin mirar, empezó a conceder autógrafos —en postales, en servilletas de papel, en pañuelos de seda—. La muchedumbre hablaba y se reía, los milicianos daban palmaditas a Angelillo, le sacudían: «¡Canta!» Las vendedoras de naranjada daban voces en la acera; el contenido de sus botellas se bebía, como siempre, sin vasos: empujaban al interior del envase una bolita de cristal y vaciaban la botella llevándosela directamente a los labios... ¿Es posible que sea ésta una ciudad amenazada por un peligro mortal?
27 de octubre
Algo importante, complejo, cierto proceso hondísimo se está produciendo en las entrañas de la enorme ciudad. Me da vergüenza confesármelo, pero no puedo comprender qué cosa es ésta. No soy español. No sé si, de serlo, lo comprendería, lo captaría. No sé si lo comprenden el gobierno y los dirigentes políticos.
Algo nace y algo muere.
Parece que está muriendo la idea de impotencia y de fatalidad.
Están naciendo, por lo menos entre las capas avanzadas de la masa, la idea y la voluntad de resistencia, de defensa de Madrid, la idea de que Madrid ha de conservarse, ha de ser inviolable.
¿Acaso esta idea y esta voluntad nacen hoy? ¿Acaso no ha existido desde el primer momento esta idea de defender Madrid contra el fascismo? ¿No se ha repetido un millón de veces, acaso, en los periódicos, en los mítines, en el éter, en las enormes telas extendidas sobre las calles: «¡No pasarán!», «¡Conservar Madrid o morir!»?
Pero en estas palabras se percibía un mayor acento en la segunda parte que en la primera.
El sentido de lo trágico, en el español, es extraordinario, es nacional. Los muchachos de seis años cada domingo ven la muerte de seis toros en la plenitud de sus fuerzas y llenos de furor, a veces ven también la del mismo torero. Las funerarias son tiendas de los más lujosas y adornadas. La idea de la muerte, aunque sea de una muerte digna y heroica, pero al fin y al cabo de la muerte, acude con excesiva frecuencia a la cabeza del combatiente español, incluso del que figura entre los materialistas, se adueña de él en exceso, le induce a acciones a veces desesperadas, a veces ingenuas.
Esta psicología sólo puede curarla una larga permanencia en los combates, bajo el fuego. Dicho con más sencillez, sólo puede curarla el hábito de la guerra.
Se están efectuando ahora ciertos cambios moleculares. A mi modo de ver, se trata de grandes cambios. ¿Lo perciben los dirigentes, generales y jefes?¿No se engañan en cuanto al estado de ánimo del pueblo y de su capacidad combativa? ¿O me engaño yo? ¿Qué ocurrirá si el pueblo, que ya ha madurado para la lucha, se encuentra sin jefes, que han pasado de maduros y se han podrido?
Acompañados por un potente fuego de artillería y aviación, los fascistas todo el día han avanzado por la carretera de Toledo hacia Getafe y por la carretera de Extremadura hacia Leganés. Ayer se adueñaron de SeseñayTorrejón de la Calzada. En el Guadarrama hay tranquilidad. Y en todas partes —en el frente de Aragón, en los del Sur y en los del Norte— reina la calma; todos están pendientes de la suerte de Madrid.