La organización del pájaro obedece a la necesidad que tiene de volar, de andar, de picotear, de mirar, y cuando hace todo eso, se le ve satisfecho y alegre, y entonces es un pájaro. Lo mismo ocurre con el hombre: cuando anda, vuelve, se levanta, se sienta y trabaja con los ojos, los dedos, los oídos, la lengua y el cerebro, se siente satisfecho, y únicamente entonces es un hombre.
El que haya reconocido la misión que tiene de trabajar, se sentirá impulsado naturalmente hacia esa alternativa del trabajo que conduce a la satisfacción de sus necesidades exteriores e interiores, y no cambiará ese orden alternado más que cuando sienta en sí un impulso irresistible hacia una tarea exclusiva, exigida por sus demás ocupaciones.
Es tal la esencia natural del trabajo, que la satisfacción de todas las necesidades del hombre reclama esa misma alternativa de las diversas formas del trabajo que hace de éste, no una carga, sino un placer. La falsa creencia de que el trabajo es una maldición, es la única que ha podido persuadir a los hombres a eximirse de él en sus diferentes formas, es decir, a usurpar el trabajo de otros, porque el trabajo especial de los unos impone a los otros una ocupación forzada, y esto es lo que han dado en llamar la división del trabajo.
XXII
Estamos tan acostumbrados a nuestro falso punto de vista respecto a la organización del trabajo, que nos parece que sería mejor para el zapatero, el mecánico, el escritor o el músico, verse libres del trabajo propio del hombre; pero en donde no se ejerza violencia sobre el trabajo de otro, en donde se borre la falsa creencia en las delicias de la ociosidad, ni uno siquiera huirá el hombro al trabajo físico necesario a la satisfacción de sus necesidades, porque esa tarea especial no es un placer, sino un sacrificio que el hombre se impone en pro de su vocación y de sus semejantes.
El zapatero de pueblo, si abandona el acostumbrado y alegre trabajo de la tierra por el de fabricar o remendar el calzado de sus vecinos, es únicamente porque le gusta coser: sabe que nadie puede hacerlo mejor que él y que sus convecinos se lo agradecen; pero, no obstante esto, no puede sentir el deseo de renunciar para toda su vida a la alegre alternativa del trabajo.
Lo mismo les sucede al starosta, al mecánico, al escritor y al sabio.
Nosotros somos los que, con nuestras ideas desnaturalizadas, nos imaginamos que, si al tenedor de libros se le envía a ser mujik y que si a un ministro se le deporta a Siberia, se les causa un perjuicio, cuando en realidad lo que se hace es colmarlos de beneficios, por cuanto se les hace dejar un trabajo penoso, especial, y tomar la alegre alternativa del trabajo.
En una sociedad natural, ocurren las cosas de otro modo. Conozco un mir 7en donde los aldeanos no necesitan de nadie. A uno de los habitantes del mir, más instruido, que los otros, le pedían que leyese por las noches, para lo cual se preparaban durante el día. Él condescendía voluntariamente, pero se fatigó con aquel trabajo exclusivamente intelectual y se puso enfermo: los habitantes del mir se compadecieron de él y le rogaron que se fuera a trabajar al campo.
Aunque se considere el trabajo como la médula y la alegría de la vida, el fondo, la base de la vida será siempre la lucha contra la naturaleza, es decir, el trabajo de los campos, el trabajo de los oficios, el trabajo intelectual y las relaciones sociales. Ya no se verá la derogación de una o de varias formas de este trabajo, ni de trabajo especial, más que en el caso de que el hombre de un trabajo especial, encariñado con él y sabiendo que lo hace mejor que los demás, se sacrifique por la satisfacción inmediata de necesidades que le sean expuestas debidamente.
Únicamente esa o parecida noción del trabajo y la natural distribución del mismo que de ella se deriva, destruyen el anatema que nuestra imaginación hace pesar sobre él; y todo trabajo se convierte en júbilo, porque el hombre, o realizará una faena indudablemente útil y alegre y de ningún modo fatigosa, o tendrá la conciencia de que se sacrifica en una tarea exclusiva y más difícil, pero útil para la dicha de los demás.
—Pero la división del trabajo es más ventajosa. — ¿Por qué es más ventajosa?—Tiene más cuenta hacer zapatos y tejer indianas, tan de prisa y tanto como sea posible. —Pero ¿quién hará esos zapatos y tejerá esas indianas? Los que de generación en generación no hacen más que alfileres.
¿Cómo puede reportar esto ventajas a los hombres? Si se trata de fabricar alfileres é indianas, pase; pero de lo que se trata es de los hombres, de su felicidad, y la felicidad de los hombres está en la vida, y la vida es el trabajo.
¿Y cómo puede reportarles ventaja a los hombres la necesidad de un trabajo doloroso y fuerte? Una sola cosa hay que tenga para ellos más ventaja, la misma que deseo para mí: alguna dicha y la satisfacción de todas estas necesidades físicas y espirituales, de estas aspiraciones de la conciencia y de la razón que son innatas en mí.
Y he aquí que he llegado a convencerme de que, para la satisfacción de mis necesidades, no tenía que hacer más que curarme de la locura en que
vivía antes con el loco de Krapivenski, de esa locura que consiste en creer que algunos escapan a la necesidad del trabajo y que «otros lo arreglarán todo»; y que para curarme, no tenía que hacer más que lo que e3 propio del hombre, es decir, trabajar satisfaciendo las necesidades de la propia naturaleza.
Y al convencerme de ello, me convencí también de que el trabajo, así comprendido, se divide por sí mismo en diferentes partes, de las que cada una tiene su encanto, y que, lejos de agobiarnos, nos descansan la una de la otra. Yo he dividido al tun tun, y sin ánimo de defender la propiedad y la justicia de esa división, el trabajo según las necesidades que tengo en la vida, en cuatro partes, correspondientes a los cuatro tironesde que se compone la jornada, procurando satisfacer dichas necesidades, y he aquí las respuestas que me he dado a la pregunta «¿Qué hacer?» l. º—No mentirme a mí mismo, por descarriada y separada que esté mi vida del verdadero camino que la razón abre a mis ojos.
2. º—Dejar de creer en la legitimidad de mi vida, en mi superioridad y en que soy diferente de los demás hombres, y reconocer y confesar que soy culpable.
3. °—Cumplir la ley eterna e indubitable del hombre por el trabajo de todo mi ser, sin avergonzarme jamás por ninguna clase de trabajo, y luchar contra la naturaleza para asegurar mi vida y la de los demás.
SOBRE EL TRABAJO Y EL LUJO
I
He acabado ya con lo que personalmente me atañe; pero no puedo resistir al deseo de añadir algunas palabras aplicables a todo el mundo, y de comprobar, por medio de consideraciones generales, las conclusiones particulares a que he llegado. Quiero decir por qué me parece que muchos de nuestra esfera social deben venir a donde yo he venido y lo que ocurriría si vinieran, aunque fuese en corto número.