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Agradó de tal modo esta idea a Augusto Comte, que se dedicó a edificar sobre ella un sistema filosófico, y tan lejos le llevó este sistema, que olvidó en absoluto que el punto de partida de su teoría no era otra cosa que un bello símil muy a propósito en un apólogo; pero que en manera alguna podía servir de base a una ciencia. Como sucede a menudo, Comte tomó por axioma una hipótesis que le sedujo, é imaginó luego que toda su teoría estaba edificada sobre cimientos sólidos.

Su teoría tiende a establecer que, siendo el género humano un organismo, no se puede saber lo que es el hombre ni cuales deben de ser sus relaciones con el mundo, si no se conocen las propiedades de aquel organismo. Para conocer estas propiedades, puede el hombre hacer observaciones sobre los demás organismos inferiores y sobre su vida, y obtener de ellos inducciones.

Así, pues, en primer lugar, el método verdadero y único de la ciencia, según Augusto Comte, es el método inductivo y toda la ciencia reconoce como base única la experimentación; y en segundo lugar, el objeto y la jerarquía de las ciencias constituyen una ciencia nueva: la del organismo imaginario del género humano, o sea la sociología.

De este modo de considerar la ciencia en general, se derivaba que todas las ciencias anteriores eran falsas, y que toda la historia del género humano, desde el punto de vista de la evolución intelectual, se dividía, hablando propiamente, en dos periodos: el periodo teológico y metafísico que comprendió desde el principio del mundo hasta Augusto Comte, y el periodo actual, el de la ciencia única y verdadera, el positivismo que comenzó con Augusto Comte.

Todo eso era de una gran perfección y no reconocía más que un solo defecto, a saber: que todo el edificio estaba construido sobre arena, esto es, sobre la afirmación arbitraria e inexacta de que el género humano es un organismo. Dicha afirmación es arbitraria, en cuanto que no tenemos más derecho para admitir la existencia del organismo humano, no susceptible de observación, que para afirmar la existencia de cualquiera otro ser quimérico e invisible; y es inexacta en cuanto a que a la noción del género humano, o sea a la noción de los hombres, vaya unida la idea de organismo, toda vez 101

que el género humano carece del carácter esencial de los organismos; esto es: de la sensibilidad o de la conciencia 6.

Pero no obstante lo arbitrario y falso de la tesis fundamental de la filosofía positivista, los llamados sabios no han dejado de acogerla con entusiasmo.

Es de notar, a este propósito, que de las dos partes de la obra entera de Augusto Comte: filosofía positiva y filosofía político positiva, los sabios no acogieron más que la primera, la que justificaba, con nuevas razones deducidas de la experiencia, el mal existente en las sociedades humanas.

En cuanto a la segunda parte, la que trata de los deberes morales del altruismo, deberes derivados de la asimilación del género humano a un organismo, tan poca importancia le concedieron, que la declararon nula y anticientífica.

Sucedió en esto lo mismo que con las dos partes de la obra de Kant. La crítica de la razón pura fue bien acogida por el mundo de los sabios; pero la crítica de la razón práctica, la que contiene la esencia de su moral, la rechazaron.

En la obra de Kant proclamaron, como científico, únicamente lo que justificaba el mal reinante.

Pero la filosofía positiva aceptada por el público, filosofía fundada en una teoría arbitraria y falsa, era inconsistente por sí misma y, por lo tanto, instable, y no hubiera podido subsistir por sí sola. Y he aquí que en el número de todos aquellos ociosos del pensamiento, entre los secuaces de aquella filosofía, surgió esta otra afirmación, también arbitraria y falsa, a saber: Que los seres vivientes, es decir, los organismos, se formaban los unos de los otros y no sólo uno de otro, sino uno de varios; esto es, que en un periodo de tiempo muy largo, al cabo de millones de años, por ejemplo, no solamente pueden descender de un común antecesor nuestro un ganso y un pez, sino que de un enjambre de abejas se puede formar un buey u otro animal cualquiera. Y el mundo sabio acogió con favor todavía más grande tan arbitraria y falsa afirmación; arbitraria, en cuanto que nadie ha visto jamás cómo unos organismos engendran a los otros, razón por la cual la hipótesis del origen de las especies será siempre una hipótesis y nunca un hecho experimental; y falsa, por cuanto la solución del problema del origen de las especies, por los principios de la sucesión y de la adaptación al medio en un período de tiempo infinitamente largo, no es en modo alguno una solución, sino una manera nueva de plantear el problema en otra forma.

En la teoría de Moisés, quedó establecida por la voluntad de Dios y por su poder infinito la variedad de las especies vivas; pero, en la teoría de la evolución, aquella variedad de seres vivientes es el resultado de la casualidad y de las diversas influencias de la sucesión y del medio en un periodo de tiempo infinitamente largo. La teoría de la evolución, hablando en términos muy claros, no afirma más que esto: que, en un periodo de tiempo infinitamente largo, de lo que queráis puede salir todo lo que queráis. El problema no ha sido, pues, resuelto: subsiste lo mismo aunque planteado de diferente modo: la voluntad ha sido sustituida por la casualidad, y el coeficiente de lo infinito ha sido llevado de la potencia al tiempo.

Pero esta nueva afirmación corrobora la de Augusto Comte, y, por otra parte, teniendo en cuenta la ingenua confesión del propio autor de la teoría darvinista, éste inspiró la idea de su sistema en la ley de Malthus y edificó sobre ella su teoría de la lucha de los hombres y de los demás seres vivientes por la existencia, como ley fundamental de todo ser animado. Pero no necesitaba más la turba de ociosos para su justificación.

Dos teorías instables, incapaces de tenerse en pie, se apuntalaban la una a la otra y adquirían las apariencias de la estabilidad. Ambas entrañaban esta conclusión, preciosa para la multitud: Los hombres no tienen la culpa del mal que existe en las sociedades humanas: el orden existente es precisamente el que debe existir. Y la nueva teoría fue aclamada por la multitud con una confianza y un transporte nunca vistos ni conocidos.

Y sobre estas dos tesis arbitrarias y falsas, aceptadas como dogmas, se elevó la nueva doctrina científica.

Spéncer, en una de sus primeras obras, la formulaba así: «Las sociedades y los organismos se parecen: En que, formados por pequeñas agrupaciones, acrecen insensiblemente su masa hasta alcanzar a veces un desarrollo seis mil veces mayor que el de su masa primitiva. »2.o Que en tanto que, en su origen, es tal su estructura,-que se les puede considerar como desprovistos de ella, al desarrollarse toman una estructura que cada vez va siendo más complicada.

»3.º Que aun cuando en su periodo rudimentario primitivo apenas existe entre las partes dependencia alguna, ésta va estableciéndose gradualmente y de un modo recíproco, y acaba por ser tan sólida, que la actividad y la vida de cada parte no pueden existir sin la actividad y la vida de las demás.

«4.o Que la vida y el desarrollo de la sociedad son independientes de la vida y del desarrollo de cada una de las unidades que la forman, y duran mucho más tiempo: estas unidades nacen, se desarrollan, obran, se reproducen y mueren, en tanto que el cuerpo político, compuesto por esas unidades, continua viviendo una generación tras otra, desenvolviendo su masa, su actividad funcional y sus progresos».

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