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No cabía ninguna duda de que lo que Melentiev buscaba era el falso reentelado, el jeremías de Koch y, seguramente, era el mensaje de la cartela lo que más le interesaba. Por alguna razón conocía la existencia del lienzo, que quizá tuviera mucho que ver con la maldita Operación Pedro el Grande (si es que no era directamente la Operación Pedro el Grande) y no parecía haber demasiadas sombras ocultando su propósito: las riquezas robadas por Koch, los tesoros desaparecidos en Weimar a principios de 1945. Era bastante probable que los sucesivos dictadores soviéticos hubieran estado interesados en recuperar lo que los nazis les habían robado, hasta el punto de colocar a un espía cerca de Koch durante tantos años y, sin duda, ésa era la razón por la cual no se había llevado a cabo la pena de muerte: la esperanza final en una confesión que, según dejaba adivinar el desarrollo posterior de los hechos, jamás llegó a producirse. Pero ¿por qué no forzaron a Koch, por qué no le obligaron mediante torturas o cualquier otro medio igualmente expeditivo a declarar el escondite de sus tesoros? Las delicadezas y los buenos modales no eran, precisamente, los métodos más corrientes empleados por los soviéticos para conseguir sus objetivos. ¿Por qué habían sido tan comedidos y tan débiles con Koch?

Mi cuerpo avanzó por sí mismo, sin intervención de mi voluntad, hacia el centro de la cocina. Debía desear algún movimiento, algo que rompiera la agotadora inmovilidad en la que me hallaba sumida desde hacía un buen rato. Desperté ligeramente de mi ensueño, pero no abandoné mis reflexiones mientras abría la portezuela de uno de los armarios y cogía un vaso limpio en el que derramé, inconscientemente, un líquido desconocido que, al primer trago, se reveló como leche fría.

¿Y qué pintaba Helmut Hubner en toda aquella historia? Debió conocer a Koch en Kónigsberg en 1944 y debieron hacerse bastante amigos, tanto como para que Koch le hiciera entrega del Mujiks con el Jeremías ya adherido en la parte posterior, lo cual indicaba que entre Koch y Hubner habían existido contactos posteriores a 1949. Quizá le había visitado en la cárcel y allí… ¡Un momento! Eso no era posible. Los rusos enviaron a Melentiev a Barczewo simultáneamente a la llegada de Koch, de forma que si éste le hubiera entregado algo a Hubner, el agente lo habría sabido en el mismo momento. Además, en todas las cárceles del mundo las visitas son registradas físicamente tanto a la entrada como a la salida, y mucho más en Barczewo, donde Koch debía ser la estrella del espectáculo. Tampoco era lógico sospechar que Koch hubiera entregado a Hubner el Mujiks con el Jeremías durante los diez años que permaneció detenido a la espera de juicio, desde 1949 hasta 1959, porque debía estar sometido, igualmente, a una estrecha vigilancia. De modo que sólo había podido entregarle el cuadro en el breve espacio de tiempo comprendido entre la realización del Jeremías y su detención ese mismo año, lo que aproximaba, de nuevo, dos datos aparentemente inconexos: ¿Estaría Pulheim en la zona de ocupación británica? ¿Pasó Koch aquellos cuatro años en casa de Hubner? Debía comprobarlo inmediatamente.

Me precipité por el pasillo hacia el despacho y examiné el atlas histórico que había estado consultando mientras cotejaba las notas y la documentación. En efecto, Pulheim, en las inmediaciones de Colonia, había quedado en la zona de ocupación británica después de la guerra, así que la conjetura podía ser cierta, aunque habría que comprobarla.

Otra cosa que saltaba a la vista era la ignorancia de Hubner acerca del Jeremías oculto tras el cuadro de Krilov. Si hubiera conocido su existencia, lo más lógico hubiera sido apoderarse de los tesoros de Koch tras la muerte de éste en 1986. Sin embargo, el hecho de que Melentiev nos hubiera contratado para robar el Mujiks evidenciaba que todavía era deseable la posesión de su secreto, de modo que Hubner no debía tener ni idea de lo que había estado ocultado en su colección particular durante treinta y tres años.

Apagué el ordenador y la luz de la mesa, y salí del estudio bostezando ruidosamente por el pasillo, camino de mi habitación. Sólo una cosa más martilleaba mi cerebro mientras abría la cama y me disponía a acostarme: ¿Qué demonios querían decir las palabras Bernsteinzimmery Gauforum…}

Afortunadamente, al día siguiente era domingo y el Grupo de Ajedrez tenía convocada su reunión a las nueve y media de la mañana.

– ¿Alguien tiene algo que añadir a lo que ha expuesto Peón?

Acababa de contar al Grupo mis reflexiones de la noche anterior respecto a los documentos recogidos por Láufer en la red. Me sentía profundamente orgullosa de mí misma y esperaba un cúmulo de alabanzas por parte de mis compañeros. Era lo menos que podían hacer ante unas deducciones tan brillantes, ¿no?

– Creo que deberíamos entregar el cuadro a Melentiev y olvidarnos de todo este asunto -dijo Rook.

¡Bien por la Torre! Había aplastado de un solo golpe mi inflada vanidad.

– Yo creo que debemos seguir investigando -escribió Cávalo, con gran alivio de mi corazón-. En primer lugar, porque olvidarlo todo ahora sería una locura. Después de lo que Peón nos ha contado, no podemos retroceder y hacer como que no ha pasado nada. Y, en segundo lugar, porque si nadie ha encontrado todavía esos tesoros, nosotros tenemos tanto derecho como el que más a intentar apoderarnos de ellos.

– ES CIERTO. TENEMOS TODO EL DERECHO DEL MUNDO A MORIR A MANOS DE MELENTIEV.

– Melentiev no sabe quiénes somos -aclaré yo-. Ni siquiera sabe quién es Roi. Nadie conoce nuestras identidades, ni puede conocerlas.

– Dejémonos de tonterías, por favor -cortó bruscamente Donna-. Este asunto está fuera de discusión. Somos el Grupo de Ajedrez, ¿no es cierto? Así que, Láufer, por favor, ¿podrías explicarnos de una vez el sentido de esas palabras del mensaje del Jeremías para que podamos continuar?

– BUENO, PUES SI LOS DOCUMENTOS QUE OS HE MANDADO OS HAN PARECIDO INTERESANTES, LO QUE VOY A CONTAROS AHORA OS VA A DEJAR SIN RESPIRACIÓN.

– Habla de una vez, Láufer -le apremié. Sentía verdadera necesidad de conocer, por fin, el secreto de Koch.

En ese momento, unos golpecitos discretos distrajeron mi atención. Levanté la mirada de la pantalla del ordenador y vi la cara de Ezequiela que asomaba por la puerta del despacho.

– Me voy a misa, ¿quieres que te traiga algo?

– El periódico, por favor -respondí apresuradamente, volviendo a mirar la pantalla con impaciencia-. ¡Y el suplemento dominical!

– Muy bien. Hasta luego.

– ¡Hasta luego!

– PEÓN TENÍA RAZÓN EN TODO MENOS EN UNA COSA -estaba diciendo Láufer, muy ufano-. NO SON LOS TESOROS ROBADOS POR KOCH LO QUE QUERÍAN RECUPERAR LOS RUSOS CON SU OPERACIÓN PEDRO EL GRANDE, NI TAMPOCO LO QUE PERSIGUE MELENTIEV INTENTANDO APROPIARSE DEL JEREMÍAS. ¡ES MÁS, NI SIQUIERA ERAN LOS TESOROS LO QUE MÁS IMPORTABA A KOCH!

– ¿ Ah, no? -me amotiné-. ¿Y qué era lo que le importaba, si puede saberse?

– ¡JAMÁS TE LO IMAGINARÍAS, MI ADMIRADO PEÓN! ES ALGO QUE VALE MUCHO MÁS QUE CUALQUIER TESORO, EL OBJETO MÁS CODICIADO DE ESTE SIGLO, UNA DE LAS SEÑAS DE IDENTIDAD Y ORGULLO NACIONAL DEL PUEBLO RUSO.

– Estoy impresionada…

– ¡Suéltalo ya, Láufer! -bramó Donna, impaciente.

– YO, COMO TODOS VOSOTROS, RECIBÍ DE ROÍ EL MENSAJE TRADUCIDO POR URIZEV… Y PUEDO ASEGURAROS QUE LA SANGRE SE ME HELO EN LAS VENAS. \BERNSTEINZIMMER, MIS QUERIDAS PIEZAS DE AJEDREZ! ESTAMOS HABLANDO, NI MÁS NI MENOS, QUE DEL BERNSTEINZIMMER.

– Roi, por favor… -suplicó Donna.

– Está bien, Láufer, yo lo contaré -terció Roi para evitar un serio conflicto-. Bernsteinzimmer es una palabra alemana que significa «Salón de Ámbar». ¡Toda una leyenda en la historia del arte! Fue construido por el artista danés Gottfried Wolffram a principios del siglo xvm, durante el reinado del primer rey de Prusia, Federico I, y era utilizado como habitación de fumar en el palacio de Charlottenburg, en Berlín. Para que os hagáis una idea aproximada, he recuperado mis viejas notas sobre el tema y puedo deciros que el Salón de Ámbar era un revestimiento de 55 metros cuadrados de placas de ámbar semitransparente del Báltico, en tonos que iban del amarillo al naranja, al que habría que añadir, además, el conjunto de muebles, mosaicos y accesorios labrados en el mismo material precioso. Como veis, es justa la definición de «octava maravilla del mundo» que le acompañó desde su creación.

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