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Cuando Cipriano Algor dobló en la última manzana de la población y miró hacia el lugar donde se encuentra la alfarería, vio encenderse la luz exterior, un antiguo farol de caja metálica colgado sobre la puerta de la vivienda, y, aunque no pasase una sola noche sin que lo encendiese, sintió esta vez que el corazón se le reconfortaba y se le serenaba el ánimo, como si la casa estuviese diciéndole, Estoy esperándote. Casi impalpables, llevadas y traídas al sabor de las ondas invisibles que impelen el aire, unas minúsculas gotas le tocaron la cara, faltará mucho para que el molino de las nubes recomience a cerner su harina de agua, con toda esta humedad no sé cuándo vamos a conseguir que las piezas se sequen. Ya sea por influencia de la mansedumbre crepuscular o de la breve visita evocativa al cementerio, o incluso, lo que sería una compensación efectiva por su generosidad, al haberle dicho a la mujer de luto que le regalaría un cántaro nuevo, Cipriano Algor, en este momento, no piensa en decepciones de no ganar ni en miedos de llegar a perder. En una hora como ésta, cuando pisas la tierra mojada y tienes tan cerca de la cabeza la primera piel del cielo, no parece posible que te digan cosas tan absurdas como que te vuelvas atrás con la mitad del cargamento o que tu hija te va a dejar solo un día de éstos. El alfarero llegó al final del camino y respiró hondo. Recortado sobre la baza cortina de nubes grises, el moral aparecía tan negro como le obliga su propio nombre. La luz del farol no alcanza su copa, ni siquiera roza las hojas de las ramas más bajas, sólo una débil luminosidad va tapizando el suelo hasta casi tocar el grueso tronco del árbol. La vieja garita del perro está allí, vacía desde hace años, cuando su último habitante murió en brazos de Justa y ella le dijo al marido, No quiero nunca más un animal de éstos en mi casa. En la entrada oscura de la caseta se movió una cintilación y desapareció en seguida. Cipriano Algor quiso saber qué era aquello, se agachó para escrutar después de haber dado unos cuantos pasos adelante. La oscuridad dentro era total. Comprendió que estaba tapando con su cuerpo la luz del farol, y se desvió un poco hacia un lado. Eran dos las cintilaciones, dos ojos, un perro, O una jineta, pero lo más probable es que sea un perro, pensó el alfarero, y debía de estar en lo cierto, de la especie lupina ya no queda memoria creíble por estos parajes, y los ojos de los gatos, sean ellos mansos o monteses, como cualquier persona tiene obligación de saber, son siempre ojos de gato, cuando mucho, y en el peor de los casos, podríamos confundirlos, en más pequeño, con los del tigre, pero está claro que un tigre adulto nunca podría meterse dentro de una caseta de este tamaño. Cipriano Algor no habló de gatos ni de tigres cuando entró en casa, tampoco pronunció palabra sobre su ida al cementerio, y, en cuanto al cántaro que le va a regalar a la mujer de luto, entiende que no es asunto para ser tratado en este momento, lo que le dijo a la hija fue sólo esto, Hay un perro ahí fuera, hizo una pausa, como si esperase respuesta, y añadió, Debajo del moral, en la caseta. Marta acababa de lavarse y cambiarse de ropa, estaba descansando un minuto, sentada, antes de comenzar a preparar la cena, por tanto no tenía la mejor de las disposiciones para preocuparse con los lugares por donde pasan o paran los perros huidos o abandonados en sus vagabundeos, Será mejor dejarlo, si no es animal al que le guste viajar de noche, mañana se irá, dijo, Tienes por ahí alguna cosa de comer que le pueda llevar, preguntó el padre, Unos restos del almuerzo, unos trozos de pan, agua no necesitará, ha caído mucha del cielo, Voy a llevárselo, Como quiera, padre, pero tenga en cuenta que nunca va a dejar la puerta, Supongo que sí, si yo estuviese en su lugar haría lo mismo. Marta echó las sobras de la comida en un plato viejo que tenía debajo del poyo, desmigó encima un trozo de pan duro y adobó todo con un poco de caldo, Aquí tiene, y vaya tomando nota de que esto es sólo el principio. Cipriano Algor tomó el plato y ya tenía un pie fuera de la cocina cuando la hija le preguntó, Se acuerda de que madre dijo cuando Constante murió que nunca más quería perros en casa, Me acuerdo, sí, pero apuesto a que si ella estuviese viva no sería tu padre quien estaría llevando este plato al tal perro que ella no quería, respondió Cipriano Algor, y salió sin haber oído el murmullo de la hija, Tal vez no le falte razón. La lluvia había vuelto a caer, era el mismo engañador calabobos, el mismo polvo de agua bailando y confundiendo las distancias, incluso la figura blanquecina del horno parecía decidida a irse hacia otros parajes, y la furgoneta, ésa, tenía más el aspecto de una carroza fantasma que de un vehículo moderno de motor de explosión, aunque no de modelo reciente, como ya sabemos. Debajo del moral, el agua resbalaba de las hojas en gotas gruesas y dispersas, ahora una, otra después, a voleo, como si las leyes de la hidráulica y de la dinámica de los líquidos, todavía reinantes fuera del precario paraguas del árbol, no tuviesen aplicación allí. Cipriano Algor puso el plato de comida en el suelo, retrocedió tres pasos, pero el perro no salió del abrigo, Es imposible que no tengas hambre, dijo el alfarero, o tal vez seas uno de esos perros que se respetan, tal vez no quieras que yo vea el hambre que tienes. Esperó un minuto, después se retiró y entró en casa, pero no cerró completamente la puerta. Se veía mal por la rendija, pero incluso así consiguió distinguir un bulto negro que salía de la garita y se acercaba al plato, y también percibió que el perro, perro era, no lobo ni gato, miró primero a la casa y sólo después bajó la cabeza a la comida, como si pensase que estaba debiendo esa consideración a quien vino bajo la lluvia, desafiando la intemperie, a matarle el hambre. Cipriano Algor acabó de cerrar la puerta y se encaminó a la cocina, Está comiendo, dijo, Si tenía mucha hambre, ya habrá acabado, respondió Marta con una sonrisa, Es lo más seguro, sonrió también el padre, si los perros de hoy son como los de antes. La cena era simple, en poco tiempo estaba sobre la mesa. Fue al acabar cuando Marta dijo, Un día más sin noticias de Marcial, no comprendo por qué no telefonea, al menos una palabra, una simple palabra bastaría, nadie le pide un discurso, Quizá no haya podido hablar con el jefe, Entonces que nos diga eso mismo, Allí las cosas no son tan fáciles, lo sabes muy bien, dijo el alfarero, inesperadamente conciliador. La hija lo miró sorprendida, todavía más por el tono de voz que por el significado de las palabras, No es muy habitual que disculpe o justifique a Marcial, dijo, Yo lo aprecio, Lo apreciará, pero no lo toma en serio, A quien no consigo tomar en serio es al guarda en que se va convirtiendo el muchacho afable y simpático que conocía, Ahora es un hombre afable y simpático, y la profesión de guarda no es un modo de vida menos digno y honesto que cualquier otro que también lo sea, No como cualquier otro, Dónde está la diferencia, La diferencia está en que tu Marcial, como lo conocemos ahora, es todo él guarda, guarda de los pies a la cabeza, y sospecho que es guarda hasta en el corazón, Padre, por favor, no puede hablar así del marido de su hija, Tienes razón, perdona, hoy no debería ser día de censuras y recriminaciones, Hoy, por qué, He ido al cementerio, le he regalado un cántaro a una vecina y tenemos un perro ahí fuera, acontecimientos de gran importancia todos ellos, Qué es eso del cántaro, Se le quedó el asa en la mano y el cántaro se hizo añicos, Son cosas que suceden, nada es eterno, Pero ella tuvo la decencia de reconocer que el cántaro era viejo, y por eso creí que debía ofrecerle uno nuevo, suponemos que el otro tenía un defecto de fabricación, o ni es necesario suponer, regalar es regalar, sobran explicaciones, Quién es la vecina, Es Isaura Estudiosa, esa que se quedó viuda hace unos meses, Es una mujer joven, No pretendo casarme otra vez, si es eso lo que estás pensando, Si lo he pensado, no me he dado cuenta, pero tal vez debiera haberlo hecho, era la forma de que no se quedara solo aquí, ya que se obstina en no venirse con nosotros a vivir al Centro, Repito que no pretendo casarme, y mucho menos con la primera mujer que aparezca, en cuanto a lo demás, te pido por favor que no me estropees la noche, No era ésa mi intención, perdone. Marta se levantó, recogió los platos y los cubiertos, dobló por las marcas el mantel y las servilletas, está muy equivocado quien crea que el menester de alfarero, incluso no siendo de obra fina, como en este caso, incluso ejercido en una población pequeña y sin gracia, como ya se ha adivinado que es ésta, es incompatible con la delicadeza y el gusto de maneras que distinguen a las clases elevadas actuales, ya olvidadas o desde el nacimiento ignorantes de la brutalidad de sus tatarabuelos y de la bestialidad de los tatarabuelos de ellos, estos Algores son personas que aprenden bien lo que les enseñan y capaces de usarlo después para aprender mejor, y Marta, siendo de la última generación, más favorecida por las ayudas del desarrollo, ya se ha beneficiado de la gran suerte de ir a estudiar a la ciudad, que alguna ventaja han de tener sobre las aldeas los grandes núcleos de población. Y si acabó siendo alfarera fue por fuerza de una consciente y manifiesta vocación de modeladora, aunque también influyera en su decisión el hecho de que no haya en la familia hermanos que continúen la tradición familiar, eso sin olvidar, tercera y soberana razón, el fuerte amor filial, que nunca le permitiría dejar a los padres al dios-dirá-y-después-veremos cuando lleguen a viejos. Cipriano Algor conectó la televisión, pero la apagó poco después, si en ese momento alguien le pidiese que relatara lo que había visto y oído entre los gestos de encender y apagar el aparato, no sabría qué responder, pero pura y simplemente se negaría a hacerlo si la pregunta fuese otra, En qué piensa que parece tan distraído. Diría que no señor, vaya idea, no estaba distraído, sólo para no tener que confesar el infantilismo de que se sentía preocupado por el perro, si estaría abrigado en la caseta, si, satisfecho el estómago y recuperadas las energías, habría seguido viaje a la búsqueda de mejor comida o de un dueño que viviese en sitio menos expuesto a los vendavales y a las lluvias pertinaces. Me voy a mi cuarto, dijo Marta, se me va acumulando la costura, pero de hoy no pasa, Yo tampoco tardaré, dijo el padre, estoy cansado sin haber hecho nada, Amasó, pasó revista al horno, algo hizo, Sabes tan bien como yo que será necesario amasar otra vez aquel barro, y el horno no estaba necesitando trabajo de albañil, mucho menos cuidados de nodriza, Los días son todos iguales, las horas no, cuando los días llegan al final tienen siempre sus veinticuatro horas completas, incluso cuando ellas no tengan nada dentro, pero ése no es el caso ni de sus horas ni de sus días, Marta filósofa del tiempo, dijo el padre, y le dio un beso en la frente. La hija retribuyó el cariño y sonriendo dijo, No se olvide de ir a ver cómo está su perro, Por ahora es sólo un perro que pasaba por aquí y consideró que la caseta le venía bien para resguardarse de la lluvia, quizá esté enfermo o herido, tal vez tenga en el collar el número de teléfono de la persona a quien se debe llamar, quizá pertenezca a alguien de la aldea, puede que le pegaran y él huyó, si ha sido así mañana por la mañana ya no estará, sabes cómo son los perros, el dueño siempre es el dueño incluso cuando castiga, por lo tanto no te precipites diciendo que es mi perro, ni siquiera lo he visto, no sé si me gusta, Sabe que quiere que le guste, lo que ya es algo, Ahora me sales filósofa de los sentimientos, dice el padre, Suponiendo que se quedara con el perro, qué nombre le va a poner, preguntó Marta, Es demasiado pronto para pensar en eso, Si estuviera aquí mañana, debería ser ese nombre la primera palabra que oyese de su boca, No le llamaré Constante, fue el nombre de un perro que no volverá a su dueña y que no la encontraría si volviese, tal vez a éste le llame Perdido, el nombre le sienta bien, Hay otro que todavía le sentaría mejor, Cuál, Encontrado, Encontrado no es nombre de perro, Ni lo sería Perdido, Sí, me parece una buena idea, estaba perdido y ha sido encontrado, ése será el nombre, Hasta mañana, padre, duerma bien, Hasta mañana, no te quedes cosiendo hasta tarde, ten cuidado con los ojos. Después de que la hija se retirara, Cipriano Algor abrió la puerta que daba al exterior, y miró hacia el moral. La lluvia persistente seguía cayendo y no se percibía señal de vida dentro de la caseta. Estará todavía ahí, se preguntó el alfarero. Se dio a sí mismo una falsa razón para no ir a mirar, Es lo que faltaba, mojarme por culpa de un perro vagabundo, una vez ha sido suficiente. Se recogió en su cuarto y se acostó, todavía estuvo leyendo durante media hora pero, por fin, se quedó dormido. A mitad de la noche despertó, encendió la luz, el reloj de la mesilla marcaba las cuatro y media. Se levantó, tomó una linterna de pilas que guardaba en un cajón y abrió la ventana. Había dejado de llover, se veían estrellas en el cielo oscuro. Cipriano Algor encendió la linterna y apuntó el foco hacia la caseta. La luz no era suficientemente fuerte para que se viera lo que estaba dentro, pero Cipriano Algor no necesitaba de tanto, dos cintilaciones le bastarían, dos ojos, y estaban allí.

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