Pocos minutos después estaban en casa. Estacionada la furgoneta, Encontrado miró fijamente al dueño, se dio cuenta de que por ahora estaba dispensado de sus obligaciones de navegante y se apartó, no en dirección a la caseta, sino con el aire inconfundible de quien acaba de decidir que ha llegado el momento del reconocimiento de los sitios. Le pongo una correa, se preguntó inquieto el alfarero, y después, al observar las maniobras del perro, que olisqueaba y marcaba el territorio con orina, ora aquí, ora allá, No, no creo que sea necesario tenerlo atado, si quisiera ya habría huido. Entró en casa y oyó la voz de la hija que hablaba por teléfono, Espera, espera, padre acaba de llegar. Cipriano Algor tomó el auricular y, sin preámbulos, preguntó, Hay alguna novedad. Al otro lado de la línea, tras un instante de silencio, Marcial Gacho procedió como quien considera que ésta no es la manera más adecuada de iniciar una conversación entre dos personas, suegro y yerno, que llevan una semana de las antiguas sin tener noticias uno del otro, por eso dio tranquilamente los buenos días, preguntó qué tal le ha ido, padre, a lo que Cipriano Algor respondió con otros buenos días, más secos, y, sin pausa u otra especie de transición, He estado esperando, una semana entera esperando, me gustaría saber qué sentirías tú si estuvieses en mi lugar, Perdone, sólo esta mañana he conseguido hablar con el jefe del departamento, explicó Marcial desistiendo de hacerle notar al suegro, incluso de modo indirecto, la inmerecida brusquedad con que lo estaba tratando, Y qué te ha dicho él, Que todavía no han decidido, pero que su caso no es el único, mercancías que interesaban y dejan de interesar es una rutina casi diaria en el Centro, ésas son sus palabras, rutina casi diaria, Y tú, qué idea has sacado, Qué idea he sacado, Sí, el tono de voz, el modo de mirar, si te pareció que quería ser simpático, Debe saber, por su propia experiencia, que dan siempre la impresión de estar pensando en otra cosa, Sí, es cierto, Y si permite que le hable con franqueza total, pienso que no volverán a comprarle cacharrería, para ellos estas cosas son simples, o el producto interesa, o el producto no interesa, el resto es indiferente, para ellos no hay término medio, Y para mí, para nosotros, también es simple, también es indiferente, tampoco hay término medio, preguntó Cipriano Algor, Hice lo que estaba a mi alcance, pero yo no paso de ser un simple guarda, No podías haber hecho mucho más, dijo el alfarero con una voz que se rompió en la última palabra. Marcial Gacho sintió pena del suegro al notar la mudanza de tono e intentó enmendar el sombrío pronóstico, De todas formas, no cerró completamente la puerta, dijo que estaban estudiando el asunto, mientras tanto debemos mantener la esperanza, Ya no tengo edad de esperanzas, Marcial, necesito certezas, y que sean de las inmediatas, que no esperen un mañana que puede no ser mío, Comprendo, padre, la vida es un sube-y-baja continuo, todo cambia, pero no se desanime, nos tiene a nosotros, a Marta y a mí, con alfarería o sin ella. Era fácil comprender adonde quería llegar Marcial con este discurso de solidaridad familiar, en su cabeza todos los problemas, sean los de ahora, sean los que surjan en el futuro, encontrarían remedio el día en que los tres se instalasen en el Centro. En otra ocasión y con otro estado de ánimo, Cipriano Algor habría respondido con aspereza, pero ahora, o porque le hubiera rozado la resignación con su ala melancólica o porque definitivamente no se hubiera perdido el perro Encontrado, o quizá, quién sabe, a causa de una breve conversación entre dos personas objetivamente separadas por un cántaro, el alfarero habló con suavidad, El jueves a la hora habitual voy a recogerte, si mientras tanto tienes alguna noticia, llama por teléfono, y, sin dar tiempo a que Marcial respondiese, remató el diálogo, Te paso a tu mujer. Marta intercambió algunas palabras, dijo, Vamos a ver cómo acaba todo esto, después se despidió hasta el jueves y colgó. Cipriano Algor ya había salido, estaba en la alfarería, sentado ante uno de los tornos con la cabeza baja. Fue allí donde una parada cardiaca fulminante cortó la vida de Justa Isasca. Marta se sentó en la banqueta del otro torno y esperó. Al cabo de un largo minuto el padre la miró, después desvió la vista. Marta dijo, No ha tardado mucho en el pueblo, Pues no, Preguntó en todas las casas si conocían al perro, si alguien era su dueño, Pregunté en unas cuantas, pero luego pensé que no merecía la pena continuar, Por qué, Esto es un interrogatorio, No, padre, es sólo una tentativa de distraerle, me cuesta verlo triste, No estoy triste, Entonces desanimado, Tampoco estoy desanimado, Muy bien, está como está, pero ahora cuénteme por qué consideró que no merecía la pena seguir preguntando, Pensé que si el perro tenía dueño en el pueblo y huyó de él, y, pudiendo volver, no ha vuelto, es porque quiere ser libre para buscarse otro, de modo que yo no tengo derecho a forzar su voluntad, Viendo las cosas por ese lado, tiene razón, Eso es lo que yo dije, precisamente con esas mismas palabras, Le dijo a quién. Cipriano Algor no respondió. Después, como la hija no hacía más que mirarlo tranquilamente, se decidió, A la vecina, Qué vecina, La del cántaro, Ah, sí, le llevó el cántaro, Si lo metí en la furgoneta era justo para eso, Claro, Pues eso, Entonces, si lo he entendido bien, fue ella quien le explicó por qué no merecía la pena andar buscando al dueño de Encontrado, Sí, fue ella, No hay duda de que es una mujer inteligente, Eso parece, Y se quedó con el cántaro, Lo ves mal, No se irrite, padre, estamos sólo hablando, cómo me iba a parecer mal una cosa tan sencilla como regalar un cántaro, Sí, pero tenemos asuntos más graves que éste, y tú estás ahí queriendo fingir que la vida nos va viento en popa, Exactamente de esos asuntos le quiero hablar, Entonces no entiendo el porqué de tantos rodeos, Porque me gusta conversar con usted como si no fuese mi padre, me gusta hacer cuenta, como dice, de que somos dos personas que se quieren mucho, padre e hija que se quieren porque lo son, pero que igualmente se querrían con amor de amigos si no lo fuesen, Me vas a hacer llorar, mira que en esta edad las lágrimas comienzan a ser traicioneras, Sabe que lo haría todo para verlo feliz, Pero intentas convencerme para que vaya al Centro, sabiendo que es lo peor que me podría suceder, Creía que lo peor que le podría suceder era verse separado de su hija, Eso no es leal, deberías pedirme disculpas, Se las pido, realmente no ha sido leal, perdóneme. Marta se levantó y abrazó al padre, Discúlpeme, No tiene importancia, respondió el alfarero, si estuviéramos menos tristes no hablaríamos de esta manera. Marta acercó una banqueta a la del padre, se sentó, y, tomándolo de la mano, comenzó a decir, He tenido una idea mientras usted andaba por ahí paseando al perro, Explícate, Vamos a dejar a un lado por ahora la cuestión del Centro, es decir, su decisión de venirse o de no venirse con nosotros, Me parece bien, El asunto no es para mañana ni para el mes que viene, cuando llegue el momento usted decidirá entre ir o quedarse, su vida es suya, Gracias por dejarme respirar, por fin, No lo dejo, Qué más tenemos todavía, Después de que usted saliera, me vine a trabajar aquí, primero fui a echar un vistazo al depósito y noté que faltaban floreros pequeños, entonces vine dispuesta a hacer unos cuantos, cuando de pronto, ya con la pella encima del torno, me di cuenta de hasta qué punto era absurdo seguir con este trabajo a ciegas, A ciegas, por qué, Porque nadie me encargó floreros pequeños o grandes, porque nadie espera impaciente que los termine para venir corriendo a comprarlos, y cuando digo floreros digo cualquiera de las piezas que fabricamos, grandes o pequeñas, útiles o inútiles, Comprendo, pero incluso así tendremos que estar preparados, Preparados para qué, Para cuando los encargos lleguen, Y qué haremos mientras tanto si los encargos no llegan, qué haremos si el Centro deja de comprar, vamos a vivir cómo, y de qué, nos quedamos esperando que las moras maduren y que Encontrado consiga cazar algún conejo inválido, Marcial y tú no tendréis ese problema, Padre, acordamos que no se hablaría del Centro, Vale, sigue adelante, Pues bien, suponiendo que un milagro haga que el Centro enmiende lo dicho, cosa que no creo, ni usted si no quiere engañarse, durante cuánto tiempo estaremos aquí de brazos cruzados o fabricando loza sin saber para qué ni para quién, En la situación en que nos encontramos no veo qué otra cosa se puede hacer, Tengo una opinión diferente, Y qué opinión diferente es ésa, qué mirífica idea se te ha ocurrido, Que fabriquemos otras cosas, Si el Centro deja de comprarnos unas, es más que dudoso que quiera comprar otras, Tal vez no, tal vez tal vez, De qué estás hablando, mujer, De que deberíamos ponernos a fabricar muñecos, Muñecos, exclamó Cipriano Algor con tono de escandalizada sorpresa, muñecos, jamás he oído una idea más disparatada, Sí, señor padre mío, muñecos, estatuillas, monigotes, figurillas, baratijas, adornos con pies y cabeza, llámelos como quiera, pero no comience a decir que es un disparate sin esperar el resultado, Hablas como si tuvieses la seguridad de que el Centro te va a comprar esa muñequería, No tengo la seguridad de nada, salvo de que no podemos seguir aquí parados a la espera de que el mundo se nos caiga encima, Sobre mí ya se ha caído, Todo lo que caiga sobre usted cae sobre mí, ayúdeme, que yo le ayudaré, Después de tanto tiempo haciendo vajillas, debo de haber perdido la mano para modelar, Lo mismo digo yo, pero si nuestro perro se perdió para poder ser encontrado, como inteligentemente explicó Isaura Estudiosa, también estas nuestras manos perdidas, la suya y la mía, podrán, quién sabe, volver a ser encontradas por el barro, Es una aventura que va a acabar mal, También acabó mal lo que no era aventura. Cipriano Algor miró a la hija en silencio, después tomó un poco de barro y le dio la primera forma de una figura humana. Por dónde empezamos, preguntó, Por donde siempre hay que empezar, por el principio, respondió Marta.