Sito Pomares, de Pomares amp; Ferguson, bodegueros de Jerez, un rubicundo cuadrado y pecoso, más Ferguson que Pomares. Beba Leclercq se había confesado con el duque de Alba cuando aún era eclesiástico y le encantaba cómo hablaba el alemán, incluso le había pedido alguna vez la absolución y la penitencia en alemán. En cuanto a su marido, le gustaba todo lo que le gustara a su mujer, pero no que su mujer les gustara tanto a los hombres.
– Duque -dijo Beba, con una entonación que más parecía haber querido decir «padre».
– Dime, hija mía. ¿Cuántas veces?
– No si yo… Yo quería recordarte que la última vez que nos vimos fue en casa de Tato Hermosilla, el marqués de San Simón y ya nos hablaste de ese ruso, Lucas. Me pareció ¡tan interesante!
– Lo peor de los marqueses de San Simón es que ni siquiera saben dónde está San Simón o en el mejor de los casos lo asocian con un queso, y un queso gallego, para más INRI, y lo peor de Lukács, quien. por cierto querida no fue ruso sino húngaro, fueron los discípulos que le salieron al pobre, incluida esa Agnes Heller que es una fugitiva del terror rojo y todo para irse a Australia a hacer el canguro posmarxista. ¡Mudarra!
El duque había percibido cómo se acercaba el viejo académico fugitivo del cava catalán y de la traductora de Sir Orfeo, malcaminando sobre sus pies hinchados, con la olvidada servilleta colgándole del cinto y la sotabarba sublevada sobre el cuello de la camisa historiada demasiado estrecha. La mano que tendía el duque predisponía al besamanos por su blandura, pero el académico contuvo el deseo de acercarle los labios y la estrechó con un entusiasmo que provocó el arqueo displicente de la ceja izquierda del señor duque.
– ¡Alba! ¡Querido Alba! ¿No ha venido Cayetana?
– Ha tenido un disgusto de muerte con uno de nuestros perros y le he dicho: Cayetana, tú disgustada eres una bomba de relojería dinástica. Un enfado tuyo puede cargarse al Gobierno y, por supuesto, el premio. No vengas. ¡Se lo he prohibido!
Reía el duque solazado por su capacidad de prohibirle algo a la duquesa y reía el académico por la mucha gracia que le hacía todo lo que dijera Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, duque de Alba consorte.
– ¿No cenas, Mudarrito?
– Calla… calla…, estoy muerto de hambre pero me ha tocado una mesa de infarto y sólo faltaba que me sirvieran champán fenicio catalán. ¡Qué compañeros! El premio Nobel realmente existente, el posmarxista de Sánchez Bolín, un pescador de calamares completamente borracho y una tía siniestra, traductora de Sir Orfeo.
– ¡Mona!
– ¿Tú también trivolizando a base de epítetos?
– Mona d'Ormesson de los Fresnos de Ruiseñada. ¿No caes? Es la prima de la condesa de los Cantos, la amante de Paco Umbral y de Unión de Explosivos de Riotinto.
– ¿Esa excéntrica es una D'Ormesson?
– Hija del mismísimo Pocholo d'Ormesson.
– ¿Y por qué le ha dado por la materia órfica?
– Porque se separó del marido y ahora va por los infiernos detrás de ese escritor del que se dice que es el mejor escritor inglés en lengua española.
– ¿Javierito Marías?
– Frío, frío, querido. Además, se dice el pecado pero no el pecador. En cuanto al ex joven Sagazarraz, el pescador de calamares como tú le llamas, no lo descuides. Su padre tiene una de las fundaciones culturales más interesantes de España.
– ¿El padre de ese piripi?
– La Fundación Saudade.
– ¿La Saudade de ese borracho?
– La saudade, querido, invita a beber.
Rió el duque su propia gracia, pero sus ojos móviles no perdían los saludos que le llegaban desde otras mesas a los que correspondía con un alzamiento de copa, ceja o nariz de mayor a menor aceptación del homenaje recibido. Le había dedicado una ceja a un ex joven que reconocía pero no lo suficiente como para asociar su cara con su apellido.
– Oye, Mudarrito, ¿aquél no es Sagalés?
– ¿Catalán?
El mohín de asco del sillón W bis de la Real Academia de la Lengua constituía su declaración de principios étnicos.
– Pero qué te pregunto a ti, si te has quedado en el Arcipreste.
– En el Arcipreste y en Valle Inclán. De ellos abajo, ninguno.
El duque borró de un manotazo lo dicho por el académico y fue suficiente el ademán para cerrar la audiencia.
– Nos vemos en la Academia, Mudarrito.
Se volvió Alba hacia sus compañeros de mesa.
– ¿De qué hablaba?
– De los marqueses de San Simón.
– No. De un tal Lucas -insistió Beba Leclerq.
– Continuaré por Lucas, como tú dices, y luego seguiré con el majadero de Hermosilla, el marqués de San Simón. Venía a cuento Lukács a propósito del problema del conocimiento y la distinción entre el conocimiento filosófico y el literario. ¿Cierto? Yo estoy con Lukács, no siempre, pero esta noche sí, en que el espíritu confisca aquello que no se le asemeja, asemejándolo para poseerlo.
Sagalés se había sentido insuficientemente reconocido por Alba. Siempre se sentía insuficientemente reconocido, mucho peor que serlo poco o nada. Los camareros preparaban el desfile ocupacional previo al segundo plato.
– Ni una votación todavía -se quejó la esposa del fabricante de sanitarios Puig.
– Supongo que respetarán un cierto ritual antes de dar el fallo.
– Seguro. Pero me han dicho que en ésta, como en todas las demás actividades, Lázaro Conesal es una apisonadora. Ganará el premio quien él elija.
– ¿Tiene buen gusto literario?
Sagalés tenía sed de vino tinto, y lo reclamó a un camarero pasando por encima de la mirada irónica de su mujer. Apuró la copa en cuanto se la llenaron y le arrancó una vibración con un golpe de dedo para que el camarero volviera a llenarla.
– En España los premios siempre se fallan contra alguien. Siempre hay que preguntarse no a quién se lo han dado, sino a quién han conseguido quitárselo. En cuanto al gusto de Conesal, sí, tiene buen gusto literario, sí. Redacta los mejores balances de gestión de todas las sociedades anónimas de España.
– ¿Su padre tiene buen gusto literario?
Alvarito Conesal se inclinó hacia la señora ministra y compuso una sonrisa enigmática.
– Tiene las colecciones completas de La Pleiade, Bompiani, Aguilar.
La ministra se reía.
– Pues ya tiene mérito, porque yo he querido tener las de Aguilar y no las he conseguido.
– Mi padre se las enviará al ministerio.
Alvarito se apuntó el pedido en el puño de la camisa con un rotulador Ferrari.
– No sé si aceptarlo. Los del diario Mundo lo considerarían prevaricación o una muestra más de mi escaso continente y contenido ministerial. Por cierto. He observado que este hotel se llama Venice y dudo que sea un error del rotulador. ¿De dónde viene el nombre?
– De Jim Morrison. Es un homenaje a Jim Morrison.
– El hotel es de su padre. ¿A su padre le gusta Jim Morrison?
– Mi padre tiene unas reservas culturales imprevistas. Conseguí aficionarle a Jim Morrison y en los últimos viajes a París siempre va a ver su tumba en el cementerio del Père Lachaise. El avión particular de mi padre se llama Père Lachaise. Otro homenaje a Morrison. Tenemos toda la discografía de Morrison.
– Me encanta Morrison. E incluso recuerdo ahora la canción en la que se menciona Venice.
La señora ministra canturreó acercando sus labios absolutos a la oreja de Alvaro Conesal.
Blood in the streets runs a river of sadness.
Blood in the streets, it's up to my thigh.
The river runs down the legs ofthe city.
The women are crying red rivers ofweeping.
She carne in town anthen she drove away.
Sunlight in the hair.
Indians scattered on dawn's highway bleeding.
Ghosts crowd the young child's fragüe eggshell mind.
Blood in the streets of the city of New Heaven.
Blood sains the roofs and the palm trees of Venice.
Blood in my love in the terrible sommer.
Blood red sun ofPhantastic Los Angeles.
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