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– ¿Qué tal?

– De puta madre, jefe. Si no está cansado paso a informarle.

Se buscó el escudero acomodo en la silla habitualmente dedicada a la clientela, dispuesto a dar una larga referencia de sus idas y venidas tras la señorita Brando. Se sacó una libretita de papel cuadriculado del bolsillo y empezó su informe con una voz en falsete, con ligero acento portorriqueño, como si imitara a los narradores de los telefilms norteamericanos doblados al castellano en Puerto Rico.

– Jueves, veintidós treinta.

BB sale de su casa aprovechando las primeras sombras de la noche.

– A esa hora, en otoño, ya no son las primeras sombras de la noche…

Pero Biscuter no le hizo caso.

Prosiguió su relato de seguimientos a bares, restaurantes, discotecas…

– ¿Nada de droga?

– Por ahora no.

Y siguió con su inútil inventario de idas y venidas hasta que de pronto dijo algo de pasada que activó la atención de Carvalho.

– Viernes, dos quince. BB sale de KGB. Es noche cerrada.

La ciudad descansa. Parada en Nick Havanna. Toma de contacto con BB…

– Repite, Biscuter…

– Toma de contacto con BB.

– ¿Tú sabes que si tomas contacto ya no puedes seguirla? ¿No te das cuenta que a partir de ahora te va a reconocer?

– Lo siento, jefe. Fue ella la que se me echó encima y me hizo más preguntas que un médico. Le tuve que contar toda mi vida. Y ella iba diciendo: "Pobret! Pobret!" (1) [3]. Me entró una congoja. Yo no sabía o no recordaba que mi vida hubiera sido tan desgraciada. Me regaló este libro. "Peter Pan". James M. Barrie. Traducción Leopoldo María Panero. Carvalho estaba boquiabierto. Biscuter también.

– ¿Qué iba a hacer? ¿Tenía que haber escapado? Es una gran chica.

Me invitó a ir a su casa, pero pensé que eso era pasarse. Pagó ella las consumiciones. Jefe. Y además, el libro.

Brando Snr. escuchó el extenso pero inútil reportaje de Carvalho, en el que omitía la participación de Biscuter. Apreciaba su trabajo. Se notaba porque cavilaba, como si fuera consciente de que detrás de tanto movimiento ritual, chico sigue a chica, una y otra noche, podía haber una segunda lectura. Carvalho sólo sabía vender la nada. Cuando el detective dejó de hablar, Brando se apresuró a concluir.

– Es decir, que…

– El cerco se estrecha.

– Eso es. El cerco se estrecha.

– Ya tengo anotados todos sus circuitos normales. Son cinco o seis y a partir de esas bases improvisa. En el momento en que se salga de un circuito normal, ya está, ya sabemos que nos acerca al objetivo.

– Muy bien, Carvalho. Lento pero seguro. Se lo digo tal como lo siento, porque yo llamo al pan pan y al vino vino.

El trato de Brando Jr. fue radicalmente diferente. Carvalho repitió lo mismo que había recitado ante su padre, pero en un tono de voz menos lírico, más enunciativo, adecuado a un hombre de treinta años que había vivido malos tiempos para la lírica y para la épica.

– ¿Eso es todo?

– Sí.

– Pues es muy poco. Usted no ha forzado ninguna situación. Mi hermana puede hacer esa vida meses y meses, y cuando usted esté distraído, en un momento de descuido se la cuela. Ha de provocar usted la situación. En teoría empresarial eso se llama hacer la oferta para provocar la venta. ¿Comprende?

Pensó en mandarle a paseo, pero reflexionó sobre los tiempos venideros y la raza. Brando Jr. no mejoraría; al contrario, empeoraría. Convenía relacionarse con los mutantes para apoderarse de su lenguaje, como paso previo para apoderarse de su alma. Tanto él como Biscuter habían quedado en malas condiciones ante la muchacha, pero en cualquier caso, Biscuter servía todavía para la vanguardia, expuesto a ser visto, comprensible su papel de enamorado seguidor del Ave Ilusión.

– Si alguna vez te descubre, tú te pones nervioso.

– No hace falta que me lo recomiende, jefe. Me pondré.

– Pero más de lo normal. Como si fueras un adolescente descubierto por la chica a la que está siguiendo.

– Insinúa usted que yo he de hacer ver que estoy enamorado de ella… Y que me declaro. Le diría: desde la primera vez que la vi salir aprovechando las primeras sombras de la noche… perdón, que lo de la hora ya me dijo…

– No. Puedes decirle que la sigues desde la primera vez que salió de su casa aprovechando las primeras horas de la noche… Así se pensará que la sigues desde junio.

– Ya me he declarado, jefe. ¿Y después? No quisiera que se hiciera falsas ilusiones.

No había elección. Biscuter en la vanguardia. Él en la retaguardia. El joven Brando tenía razón.

Había perdido capacidad de iniciativa. No se fiaba del sistema y por ello los primeros días Biscuter seguía a Beba y Carvalho a Biscuter, y cuando el auxiliar llegaba a alguna encrucijada interesante y volvía sobre sus pasos para comunicársela al jefe, Beba mientras tanto había volado. Finalmente acordaron que durante dos días Carvalho permanecería de guardia en el despacho y Biscuter le telefonearía en cuanto advirtiera algo fuera de lo normal en Beba. Y ocurrió durante la noche del segundo día del nuevo sistema, porque Biscuter le telefoneó agitado desde una cabina telefónica, que Carvalho podía ver desde la ventana de su despacho, en las Ramblas. Como si estuviera en la otra punta de la ciudad o del mundo, Biscuter gritaba su información.

– Que te estoy viendo desde la ventana, Biscuter.

– ¡Es que la chica se ha metido…!

– ¿Dónde se ha metido?

– Aquí al lado, en Arco del Teatro, y está tratando con camellos, jefe…

– Ahora bajo.

Saltó los escalones de tres en tres y se maravillaba de insospechados restos de elasticidad, aunque ya en la calle tuvo que recuperar la respiración y el ritmo de una marcha normal para no alarmar a los zombies de la noche que merodeaban buscando su alimento entre las sombras, basuras en los containers y en los otros noctámbulos que buscaban en el sur de las Ramblas los restos de los naufragios de la ciudad. Biscuter estaba junto al chiringuito dedicado a la venta de cazalla con un inconfundible aspecto de espía chino a la espera del cuchillo que le cortaría el último resuello. Allí, allí… Allí estaba Beba, avanzando hacia ellos, un cuerpo iluminado por los faroles más sucios del mundo y perseguido por los ojos de los habitantes de aquella leprosería social. Carvalho despidió a Biscuter para su sorpresa.

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[3] (1) ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!

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